El corazón y el alma del plan económico del gobierno de Cambiemos, que apoyaron con fervor los referentes mediáticos, los empresarios y los economistas del establishment que ahora se cortan las venas porque no ven un plan de ajuste neoliberal como los que ellos propician, era el endeudamiento masivo del Estado. El pago inicial a los fondos buitre fue justificado por aquella administración como el costo que había que asumir para reinsertar a la Argentina en el circuito del crédito internacional. Lo hizo asumiendo la totalidad de las exigencias de esos inversores carroñeros y hasta el cachet de sus abogados, con el entonces ministro Alfonso Prat Gay a la cabeza. Supuestamente el acceso al financiamiento con inversores globales sería utilizado para hacer crecer la economía.
El plan económico de la deuda, sin embargo, terminó en un fracaso colosal, entre otras razones porque los dólares que se tomaron prestados, casi 100 mil millones en términos netos, tanto o más en relación al PIB que los préstamos contraídos en la última dictadura, no se utilizaron para potenciar el aparato productivo, invertir en ciencia y tecnología o desarrollar la infraestructura nacional. Ni siquiera fueron para los jardines de infantes tantas veces prometidos. Esos dólares así como entraron como deuda se esfumaron en la fuga de capitales que el gobierno de Mauricio Macri habilitó al desregular completamente la compra de divisas, sin ninguna restricción, para placer y negocios del poder económico local y los mismos bonistas que ahora aceptaron reducir una porción de sus ganancias en la reestructuración de la deuda.
El plan de la deuda de Cambiemos era una estafa y estaba destinado al fracaso. Desde estas páginas se advirtió desde un principio que el modelo explotaría y que las mayorías populares pagarían las consecuencias, como finalmente sucedió. Tomar deuda a cuatro manos y habilitar la fuga por la otra ventanilla no podía terminar de otra manera. El Estado se quedó con la deuda, los privados, sectores económicos concentrados, con los dólares.
Antes de que el experimento sucumbiera, cuando todavía le quedaban unos meses para seguir con el saqueo, el aparato de propaganda y confusión intencionada que acompañó al gobierno de Cambiemos desde la prensa dominante celebraba el rutilante éxito del Messi de las finanzas, como llamaban con admiración al ministro Luis “Toto” Caputo: la emisión de un bono a 100 años.
“Una emisión de este tipo es posible gracias a que logramos recuperar la credibilidad y la confianza del mundo en Argentina y en el futuro de nuestra economía”, destacaba el propio Caputo el 19 de junio de 2017, cuando empapelaba con deuda a cinco generaciones, hasta 2117, mediante una emisión por 2750 millones de dólares y un rendimiento exorbitante del 7,917 por ciento anual. Ahora ese bono ya no existirá gracias a la reestructuración que concretó el gobierno de Alberto Fernández. Será reemplazado por títulos a 2036 y 2047, con una tasa de interés del orden del 3,4 por ciento.
Aquellos que llenaron sus bolsillos con el plan deuda no sacarán de esa experiencia ninguna lección, porque justamente es el modelo que intentan imponer para su propio beneficio. Para las mayorías populares, del bono a 100 años y del remanido plan deuda sería aconsejable que quedaran 100 años de memoria de lo que no se debe hacer.