La Argentina redujo el valor de la deuda de modo significativo y alivió el cronograma de pagos, en particular el de los próximos años. Consiguió oxígeno para tramitar las crisis gemelas más grandes de la historia; sanitaria y económica. “Compró” gobernabilidad en el corto plazo. El período, opinamos, que más importa. Aquél en el que se sustancian las demandas populares. Parafraseamos al presidente Raúl Alfonsín: en el corto plazo se vive, se come, se cura y se educa. Verbos pertinentes hasta la crueldad en la coyuntura. Queda feo, en estas horas, repetir la clásica frase de Keynes sobre el largo plazo aunque tiene más vigencia que nunca.

El alivio en los años inminentes habilita la chance, no la certeza, de crecer para distribuir, reactivar, exportar, generar divisas, pagar. En ese orden fáctico y de prioridades. Subrayamos “la chance y no la certeza”. La malaria que aqueja a la mayoría de los argentinos subsiste, solo (nada menos) se creó la condición de posibilidad para irla revirtiendo. En eso consiste la victoria económica plasmada ayer. En quedar mejor que hace una semana, que en diciembre de 2019. En haber sobrevivido y ser más viable que entonces. Sería fatuo suponer que se llegó a la meta. Seria erróneo subestimar el notable avance.

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El presidente Alberto Fernández y el ministro de Economía Martín Guzmán tenían sobrados motivos para estar conformes ayer, hasta eufóricos en la intimidad. La negociación del canje de deuda en dólares sujeta a legislación extranjera llegó a un acuerdo digno, diz que sustentable, después de luchar meses en condiciones adversas. Contra los gigantescos Fondos de inversión. Contra sus aliados argentinos, una minoría intensa que trató con desprecio a Guzmán desde antes de que asumiera. Que pidió su renuncia repetidamente haciendo coro a los representantes de BlackRock. Que explicó en medios, cátedras y quinchos VIP que el acuerdo no llegaría, que Guzmán era un novato, un nerd de Columbia. Que pactar era una paponia. Que juzgó nulo el impacto de la pandemia en tratativas tan intrincadas. La mentira y las operaciones, el pan vuestro de cada día.

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“El plan funcionó perfecto”, chateó por WhatsApp Alberto Fernández a gentes de su confianza. El gobierno tuvo una estrategia y fue adecuando sus tácticas. Regatear, arrancando de una primera oferta que no sería la última. Cualquiera se daba cuenta. Es el ABC de cualquier transacción conversada, sea por un auto usado, sea por una artesanía en una feria.

Desde el primer día apuntó a reconstruir la reputación de la Argentina, arrancando del quinto subsuelo. La claque de derecha se mofó cuando se consiguió la bendición del Papa Francisco. Silenció el apoyo de primeros mandatarios de la Unión Europea (UE). Fingió demencia cuando Kristalina Georgieva, titular del Fondo Monetario Internacional (FMI), acompañó las sucesivas movidas del Gobierno. La premisa inicial de Fernández y Guzmán, instalar que la Argentina negociaba de buena fe, no buscaba un galardón ético o abstracto sino mayor gravitación en el sistema financiero internacional. Se fue consiguiendo.

Guzmán chateó con los “lobos de Wall Street”, con los lobeznos, con funcionarios del Departamento del Tesoro, de organismos internacionales de crédito. Esa élite respetó al ministro antes y más que el establishment criollo que le paga a consultores, periodistas y ex funcionarios para que mientan… y luego les creen.

Este cronista no incursiona en el detalle financiero del cierre. Es un profano, para empezar. Además, el famoso “valor presente neto” no surge de una fórmula infalible sino de variables de la lógica financiera, volátiles en cierta dosis.

Faltan hilvanar pactos con muchos Fondos, ovillar una maraña de bonos y de información viscosa. Hasta el 24 de agosto hay tiempo. “Vamos a hacer un acuerdo con todos los acreedores. Esto será histórico” chatea AF con optimismo de la voluntad aunque sin delirar.

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“Alberto” tiene una térmica sensible, se enchincha a menudo. Se controla bastante desde que se mudó a la residencia de Olivos… no plenamente. “Martín” luce sereno, flemático, sonríe cuando explica. De cualquier modo, le produce harta bronca que lo caractericen como “ministro de la deuda”. Sus colaboradores más cercanos en Economía dan fe y repiten sus argumentos. Parecen cortados por el mismo molde que Guzmán: son jóvenes, muy versados, agradables y didácticos. Muestran una de las venerables mesas directorio del elegante ministerio y afirman: “acá se diseñó el Impuesto Familiar de Emergencia (IFE), acá se empezaron a concebir los ATP”. La economía real, las transferencias de ingresos.

Durante las últimas semanas las tratativas se tornaban febriles y los husos horarios forzaban jornadas de 20 horas. Guzmán, codo a codo con los ministros Matías Kulfas y Eduardo de Pedro, se reunió con los 24 gobernadores para presentar el esbozo de las sesenta medidas, escuchar observaciones y pedidos, mejorar el diseño inicial.

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Ríndanse, paguen lo que les piden, firmen un contrato en blanco” vociferaban los contrincantes. “Hagan un plan económico” añadían los sabiondos. ¿Quién tendrá un plan económico hoy en día? La UE encontró las mejores respuestas: cooperar y poner plata. Sin mayores sutilezas, esa es la clave.

El gobierno argentino recién ahora sabe cuántos recursos tiene, cuántos podría recaudar, cuántos generar mediante el fomento a la demanda y a la producción. 

La victoria política del gobierno, la primera relevante que consigue fuera del marco de la pandemia, consiste en haber confiado en sus fuerzas, en no permitir que lo dividieran, en haber alcanzado el objetivo.

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Alberto Fernández recibió un país desolado. A poco andar, le tocó en desgracia la pandemia. Arrancó allí otra etapa, que definirá su lugar en la historia.

Ahora despunta un nuevo estadio en política económica. Se pasó de pantalla, se ganó el derecho de seguir participando.

Adviene la negociación con el FMI. En la Rosada y en Economía creen que, contra su idiosincrasia, “este Fondo” concederá prórrogas, espera. Quién le dice hasta alguna remesa de plata. Cuesta compartir el vaticinio aunque es forzoso reconocer que saben con qué bueyes aran.

Con la caja exhausta, con niveles de pobreza atroces, Fernández sorteó peligros anunciados. Por ejemplo desabastecimiento, estallidos sociales. Puso en práctica medidas repudiadas por la derecha; prohibición de despidos, emisión monetaria record, regulación del teletrabajo y siguen las firmas.

Ahora es factible preparar en serio el presupuesto 2021, que hasta podría presentarse en tiempo y forma. O, para ser más genéricos, de poner en marcha la política económica para los próximos años. De sus resultados y no del canje, que es solo el primer paso, depende el futuro de la gente común que votó al peronismo y lo sigue apoyando. Para eso, todo el Gobierno tendrá que laburar 24x7 con un escenario algo más despejado. Subrayamos: “algo”.

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