Nací en Ramos Mejía, cursé la primaria en un colegio privado de Haedo y el secundario en una escuela del estado en Morón.

En mi infancia/adolescencia tuve cinco pasiones. De mi mamá heredé el fervor por la lectura. De mi papá contraje la cinefilia y la melomanía. Las dos restantes, el gusto por la soledad y la jardinería no tengo idea de dónde provienen. A los siete años empecé a estudiar piano: mi papá soñaba con que llegaría a ser un gran pianista. Yo siempre supe que no tenía talento suficiente. Pero como era una criatura sobreadaptada (eso lo aprendí más tarde, de labios de mi primera psicoanalista), seguía estudiando con aplicación. A mis catorce años establecimos un ritual con mi papá: TODOS los sábados me llevaba en auto al Centro (así llamamos lxs del conurbano a la Ciudad de Buenos Aires), a tomar clases de armonía y contrapunto. Me dejaba en casa de la profesora, esperaba en un café, me pasaba a buscar, hacíamos una visita a la Librería Fausto, en Avenida Corrientes casi esquina Talcahuano (ya no existe más), después parábamos en el kiosco de revistas que está (creo que subsiste) al lado del Teatro General San Martín, y allí, mi papá me compraba un nuevo fascículo coleccionable de: EL CINE. Enciclopedia Salvat del 7mo Arte. Después de la merienda íbamos al cine. Fin del ritual. El cine, en esa época, para mí era algo más que sentarme en la butaca. Era también las fotos que veía en la Enciclopedia. Al mirar esas imágenes congeladas de películas que nunca había visto la imaginación se me desbocaba. Esas fotos eran un enigma, misterio, cristales extraídos de un todo fluido. Yo quería ver lo real (la película). Pero la contemplación de la imagen me brindaba una experiencia de otro orden, donde yo era, en cierto modo, el demiurgo.

Cuando era chico no existían las computadoras, etcétera. Y las películas había que ir a verlas al cine. Pero un día, el VHS irrumpió en Ramos Mejía. Era demencial: podía ver películas que quizás nunca iban a estar o volver a estar en cartel. Mi tía fue la primera en comprar una videocasetera en la familia. Recuerdo que la trajeron de Paraguay, de contrabando, nadie hablaba mucho sobre el tema. Mi tía vivía a una cuadra de casa. Para ese entonces, el ritual sabatino con mi padre ya no era: yo había abandonado mis estudios musicales. Ahora estudiaba cine y teatro, agronomía y danza. Estaba completamente perdido en lo que a vocación se refiere. Nuevo ritual: TODOS los viernes me tomaba el 88 o el Sarmiento --cualquiera me dejaba en la Estación de Once-- para ir hasta el mítico videoclub de Galería del Este en calle Florida, que tenía las películas que no estaban en ningún otro lugar y me alquilaba entre cinco y seis por fin de semana. Así empecé a descubrir otro cine. Me instalaba en la casa de mi tía: la videocasetera estaba en el cuarto de mi primo que ya no vivía allí. Con la puerta cerrada, miraba una película tras otra. A veces, mi tía quería ver una. Entonces, yo elegía estratégicamente alguna que no generara controversia, que no fuese prohibida para menores de 18.

Una noche estábamos viendo El árbol de los zuecos, gran película, sin duda, pero yo quería que terminase, que mi tía se fuese a dormir y yo poner El matrimonio de Maria Braun, la primera película de Fassbinder que iba a ver en mi vida. Estaba obsesionado con lo que había leído y visto sobre su trabajo en mi Enciclopedia Salvat. Una foto se me había quedado clavada con un alfiler en la retina. Mostraba a María (Hanna Schygulla) en una escena íntima con su amante-soldado-afro-americano en la Deutschland-Posgt-Guerra justo antes del inicio del llamado Milagro Alemán cuyo devenir ella encarnará simbólicamente. Se ve al soldado desnudo y a ella semidesnuda (aunque no se explicita detalle genital alguno). Ella empuja su sexo contra el del él, adelantando la pelvis. Ella está de espaldas a nosotrxs, la imagen ligeramente en tres cuartos. No sé por qué esa imagen me perturbaba tanto. ¿Qué era lo que pasaba en la película? Antes y después de este instante frizado. El árbol de los zuecos terminó. Mi tía: ¿Vas a ver otra película o te vas dormir? No sé mentir cuando hay que hacerlo y le dije que sí, rogando a Dios que ella me dijese que se iba a la cama. Pero no. Se quedaba. Y yo no sabía si poner Fanny y Alexander o mandarme con la de Fassbinder. Y puse la de Fassbinder nomás, especulando con que mi tía se iría a poco de comenzada, porque no era una película que yo pensaba que le iba a gustar. No habían pasado ni 10 minutos y mi tía: Esta película no es para vos. En mi cabeza, desde que había apretado play, estaba la foto de la Enciclopedia, como la manzana del pecado, ocupando todo mi espacio mental. Empecé a angustiarme mal. Yo no entendía nada de lo que estaba viendo porque sólo esperaba el momento en que llegase la escena de la foto, con mi tía al lado. Ya estaba aterrado. El corazón me latía rápido, la vista se me nubló, sentía mucho frío o mucho calor (no me acuerdo), y entonces, de pronto, llegó el momento temido. Aclaro: finalmente la escena no era para nada esperpéntica, nada de lo que había imaginado. Pero mi tía se puso de pie: Esto no es para tu edad. El corazón me iba a estallar dentro del pecho, me incliné hacia un costado y dije: Tía, me siento mal. ¿Qué te pasa? No sé, no puedo respirar. Mi tía, que sabía de mi hipersensibilidad e incipiente hipocondría, dijo: No es nada. Se te va a pasar. Apagá la televisión y acostate. Yo apenas había atinado a apretar el botón de pausa del control remoto y ahí estaba el rostro de Maria, congelado, mirándonos desde la pantalla. CORTE A: yo en una camilla, en una clínica de Castelar donde trabajaba mi mamá. Recuerdo el techo de la sala de guardia, la sábana que me cubría era de un color amarillento, las voces de mis padres y el médico de turno que decían: No es nada… un susto… es la edad… taquicardia… un calmante suave... Después, no me acuerdo de nada.

Soy capricorniano. Este incidente no me detuvo. Me recuperé y retomé la adicción, mejorando la logística para visionar sin sobresaltos.

Todas esas películas que devoré en aquel tiempo contribuyeron, en su justa medida, a hacer de mí esta cosa que hoy soy. Por eso le digo al Cine lo que Tina Quintero (Carmen Maura) en La ley del deseo de Almodóvar, le dice a su hermano, el famoso director de cine que acaba de despertar de un coma, a ese hermano suyo que NO LA RECHAZÓ cuando ella volvió de Marruecos abandonada por su padre que era su amante: Eso yo nunca te lo agradeceré lo bastante.

Pablo Rotemberg es coreógrafo, director, músico y docente. Es Licenciado en Cinematografía, egresado de la Fundación Universidad del Cine/FUC, y Profesor Superior de Música, egresado del Conservatorio Nacional de Música “Carlos López Buchardo”. Actualmente, es Profesor Titular en la Universidad Nacional de las Artes/UNA. Sus trabajos se han presentado en diversos países de Latinoamérica y Europa. Su última obra, La oscuridad cubrió la tierra, se estrenó en el Festival Internacional de Buenos Aires/FIBA en 2019. Actualmente se puede ver EL LOBOen Alternativa en el marco del ciclo Roseti en casa