Por la tarde, al bajar del tren, entre la gente que vuelve a sus casas, se ve el horizonte. El sol se pone, como una bola de fuego. En el barrio Libertad, en Merlo, no hay edificios. Las construcciones son bajas, en su mayoría de cemento; las que tienen paredes de chapa o cartón se multiplican hacia el fondo, donde se pierde el asfalto. Atrás quedan los autos abandonados con los pastizales que se levantan en los terrenos desnivelados. Bolsas de plástico adheridas a los cardos. La gente se dispersa y se pierde entrando a los negocios donde compran la comida para la noche. Hay perros sin dueños. Palomas que comen de una montaña de basura. El ruido del tren, línea Belgrano Sur, ya no se oye, pero queda olor a cable quemado y frenos gastados. A lo lejos, en una esquina, un grupo de chicos con gorras, pantalones de gimnasia, en musculosa o en cuero y con tatuajes charlan, mientras una botella de cerveza se calienta en el borde del cordón.
Atrás de un alambrado hay una casa con un pequeño jardín lleno de cosas abandonadas, oxidadas, que tiene en el fondo un cuarto con el que se conecta mediante un pasillo. Es una pieza, con techo de chapa y paredes de cemento, rodeadas de cartón. Una ventana abierta, que no tiene vidrio sino un nylon. Adentro una cama. Cientos de dibujos de chicos que buscan amor y sexo cuelgan en la pared. La estufa está prendida. Un pantalón de gimnasia tirado en el piso, al lado de las zapatillas y las medias. En la oscuridad de la noche ladra un perro y ese ladrido despierta a otro perro, y a otro, y la jauría empieza su concierto, tapando los primeros gritos que empiezan a hacerse más intensos. Son gritos de dolor. De alguien que sufre. De un dolor insoportable que resquebraja el cuerpo para salir, aunque nunca termina de salir, por más fuerte que grite. Ioshua murió así, la noche del 25 de julio del 2015, en posición fetal, en esa pieza que alquilaba en el fondo de una casa de familia, cerca del barrio Libertad, en Merlo, donde había nacido y crecido. Era el lugar que había elegido para volver, después de 36 años, a morir.
Pija birra faso
El título del primer libro está basado, con cierta ironía, en Pizza, birra y faso, una película iniciática del “nuevo cine argentino”. La intervención Pija birra faso tenía que ver con la pretensión de inaugurar “la nueva poesía gay argentina”. Decía que la película tenía otros códigos, otras estéticas y otros valores, comparada con las demás películas argentinas de aquella época y sobre todo las predecesoras: lo mismo que él consideraba que había en su poesía. Yo me puse en ese lugar, de considerar que tenía que renovar la literatura contemporánea argentina; y así decidí llamar a mi libro Pija birra y faso, un poco irónico, un poco gracioso. Yo encontraba un montón de cosas que no me representaban: ni como gay, ni como pibe, ni como varón, ni como morocho, ni como argentino, ni como nada. Entonces, tuve que empezar a crear ese mundo que me representara, a mí. No esperé que alguien me represente, sino que hice mi propia representación. Eso fue el libro Pija birra faso... Hablar del barrio, del amor entre dos varones y todo lo que pasa alrededor de eso, era para mí muy necesario, por eso armé ese libro, dice Ioshua en un reportaje para la Radio Universidad Nacional de Cuyo de Mendoza. En varias oportunidades mediáticas, Ioshua buscaba las palabras adecuadas, lejos de un diálogo fluído y espontáneo, para montar un personaje parado en un lugar altruista, como si fuese una estrella de rock, con falsa humildad y soberbia. El chico dulce que muchos habían conocido empezaba a mostrar otra faceta de su personalidad, más punk y agresiva. Volviendo al tema del título, Ioshua lo veía como un recurso estético novedoso: No sé si como una confrontación, pero sí, decir ey, estoy acá, no voy a esperar que me des espacio porque YO lo voy a ocupar. Yo no golpeo puertas. Yo rompo ventanas y entro por ahí. No necesito que me den el permiso para entrar, como nadie me dio el permiso para ser un escritor y publicar un libro de poesía... Para Ioshua el peor castigo no era que hablaran mal de su obra o que la criticaran; sino la indiferencia: Quería ser visto y reconocido por todos; y cuando esto no pasaba su ira crecía hasta Grau estaba seguro de que no había tomado una mala decisión al publicar a Ioshua, porque veía que él podía ser alguien que iba a inspirar a otros poetas y autores. La singularidad de Ioshua fue lo que más lo atrajo. Un poeta que no copiaba a nadie ni contaba con ningún referente en el mundo literario transformarse en el Increíble Hulk. (…)
Escribía sin renegar del paisaje del conurbano en el que se inspiraba, pero tampoco lo hacía amigable para el que no lo conocía. Pintaba su barrio como un lugar crudo y peligroso donde era mejor acercarse a través de sus poemas que conocerlo en persona. En sus textos los chicos se la dejaban chupar sin preguntarse si eran o no gays, no ponían en cuestión su masculinidad por chupar o dejarse chupar una pija; esa era la mirada que Ioshua tenía sobre la masculinidad y lo gay. “Yo me peleé con todos mis amigos por editar Pija birra faso. Me decían que iba a arruinar a la editorial. También porque Ioshua era negro, cosa que no es menor. Ioshua era una marca, su marca, por lo menos para él, y todo lo demás era competencia. Él se dedicaba a ser Ioshua. No le importaba el contexto para hacer de DJ, poeta, dibujante, él se mandaba con todo lo que hacía. Iba para adelante, pateando la puertas cuando no se las abrían”. A Ioshua le interesaba tener absoluto control de su producción, entregar el texto al editor y que se publicara así. Pedía que se respetara su idea de tapa, el contenido, o cuando se le ocurría poner un reportaje o un prólogo, que nadie se lo sacara”.
El poeta tatuado
Cuando el cuerpo de Ioshua estaba desnudo en la morgue podían verse todos sus tatuajes: En el medio del pecho, con letras negras, onduladas como gusanos sin rellenar, escrito de forma horizontal se leía: Solve et coagula. Sobre ese tatuaje, Ioshua alguna vez había dicho: Es un principio alquímico, que consideré que necesitaba grabarme en la piel para entender que debía abandonar lo que no me servía. Significa: “Amate a ti mismo porque eres el principio y el fin de todas las cosas.” Confianza en uno mismo y tenacidad como un perro rabioso. Roberto Bosch, uno de los tatuadores de Ioshua, me contó cómo fue su primer encuentro: “Me contactó él, por Facabeook, porque había visto algunos trabajos míos, de vergas y cosas así, como un Tom de Finlandia, que soy yo, pero feo y del Delta. Le dije que se podía venir a tatuar porque me gustaba su obra. Me dijo que iba a venir pero colgó. Un día (el 13 de marzo de 2013) apareció en el local. Era un mono muy feo, enojado como la puta que lo parió. Parecía un calco mío, todo enculado. Entró en un plan súper exigente. Hola, yo hablé con el tatuador, que es una estrella. Me costó llegar hasta acá, le tuve que preguntar a la policía. Me perdí. Le dije que buscaba un tatuador, uno gay, todo punky, con cresta roja. Entró así, de la nada, todo endiablado. Ninguno de los dos somos friendly, es decir: de amigables no tenemos un culo… Me cayó tan mal el wacho, de primera impresión, que no podía no amarlo. Fue instintivo. Porque era una porquería, muy desagradable y difícil de llevar. La crítica y la protesta era lo que compartíamos como arma, como método de expresión. No era un tipo fácil, ni siquiera simpático el hijo de puta; pero tenía mucha intensidad. ):::=
Una de las últimas veces que lo vi le pregunté desde cuándo estaba tatuado. Me contó que desde los siete años, cuando recibió la primera paliza de su padre: Esa fue mi primera marca, me dijo y recordé las primeras líneas, los primeros cortes que se hacía en escena con el cutter. Lo miré atentamente, tenía lentes de contacto rojo y sombra negra en los párpados. Su imagen incomodaba....
El libro se prensenta este viernes a las 19 en el instagram de Mansalva Editorial