La era de Internet y las redes sociales cambió nuestra forma de comunicarnos: no sólo eliminó la barrera de la distancia y permitió una inmediatez inédita, sino que también generó una nueva forma de participante en el proceso, el prosumidor. Cada persona que utiliza las redes puede ser a su vez consumidora y productora de contenido, ya sea con un tuit, una historia de Instagram, un video o un podcast.
La ciencia y la academia están aprovechando cada vez más estos espacios como una herramienta para comunicar el conocimiento en el intercambio cotidiano, ya no solo como divulgación, sino como un diálogo que se enriquece con lo que tiene para aportar la persona del otro lado de la pantalla. Sobre todo, de la mano de profesionales, científicxs y académicxs de la generación millennial.
“Hay una cuestión generacional, un síntoma de cómo te criaste. Mi generación y los que vienen después nos criamos con Internet, y vemos muy natural divulgar lo que conocemos en redes sociales”, analiza Danila Suárez Tomé, investigadora y doctora en Filosofía, quien desde hace años comparte reflexiones y material teórico en redes. En 2019 lanzó el podcast Peripatéticas junto con su amiga y profesora en Letras Natalí Incaminato, con audioensayos combinados de ambas disciplinas.
El pasaje al esquema de comunicación de par a par entre usuarixs que permiten las redes es la clave para dejar de hablar de divulgación como un “monólogo” y pasar a una verdadera comunicación de la ciencia, según resalta la doctora en Química e investigadora del CONICET Valeria Edelsztein. Eso es lo que busca en sus hilos de Twitter en la cuenta @valearvejita y su podcast sobre el detrás de escena de los procesos de construcción de conocimiento científico, todo bajo el título #ContemosHistorias.
“Lo que queremos es que haya un diálogo. Siempre me imagino que es como llevar a alguien de la mano. No voy a recorrer el camino por vos, pero sí voy a acompañarte para que entiendas de dónde salió esto que hoy quiero contarte”, considera la científica.
Lo que también sucede con frecuencia es que elegir comunicar ciencia en redes se reduce a un simple motivo: “¡Porque no me queda otra!”, resume Fabricio Ballarini, biólogo y neurocientífico, que durante la pandemia de coronavirus inició la campaña Info de la Buena para compartir datos chequeados por profesionales y científicxs, de la mano de influencers.
Para Ballarini, las redes sociales son “un lugar bastante cómodo, porque podés ser independiente”. “Lo bueno de las redes sociales es poder facilitar el contenido de gente prestigiosa desde sus cuentas personales y que puedas informarte de primera mano de esa persona”, destaca.
Estos espacios, también, pueden ser una forma de canalizar y exteriorizar todo ese conocimiento acumulado durante los años de universidad y ejercicio de la carrera, que muchas veces se queda sólo entre la gente del palo. Con esta necesidad, el arquitecto Alejandro Csome comenzó a hacer hilos sobre su área en Twitter, donde es conocido como Bauhasaurus. “Lo que entendí es que se le podía aplicar una impronta personal, que se puede hablar de forma coloquial con la misma profundidad que a nivel académico. Le di rienda suelta al nerd que había producido la facultad”, bromea. Otro motivo para hacerlo es que no veía a su alrededor una apreciación por la “buena arquitectura”, que se quedaba en las aulas.
La cuarentena terminó dándole el impulso final y decidió meterse de lleno en la divulgación por redes: armó “Arquitectura para las masas”, un proyecto multiplataforma que incluye a sus perfiles de Twitter e Instagram con el contenido escrito y visual que venía haciendo, y abrió canales de YouTube y Twitch.
Financiación versus precarización
Uno de los problemas que enfrentan las personas que hacen contenido digital para redes sociales es que, a pesar del enorme crecimiento de esta industria desde su nacimiento hace más de 15 años, todavía no es visto como un trabajo. En consecuencia, es muy común que no haya ningún pago o remuneración por estas producciones y que se fomente la precarización.
Tanto Suárez Tomé como Csome mencionan como influencias y modelos a seguir a los canales de YouTube Contrapoints y Philosophy Tube (que hacen videoensayos con mucha producción, una gran puesta en escena, elementos de la ficción, y a veces extensos como una película), pero remarcan que para hacer algo así es necesario un presupuesto y capital humano que no tienen. “No nos daba el cuero ni la plata para poder hacer algo de semejante envergadura”, menciona la filósofa sobre su idea inicial.
Pero, ante todo, se trata de proyectos colectivos: siempre hay, por lo menos, alguien que da una mano, o un equipo de trabajo tras bambalinas. Luego de descartar la posibilidad de hacer ese tipo de videos, Suárez Tomé e Incaminato se contactaron con Furor Podcast, una productora de mujeres feministas, y decidieron hacer una temporada de ocho episodios, que fueron posibles gracias a todo un equipo de trabajo detrás para los guiones, la música, las actuaciones.
Todo eso requiere no sólo de muchas ganas y tiempo, sino también de inversión y financiamiento para lograr un resultado de calidad y que las personas involucradas reciban una remuneración por sus tareas. Ellas pudieron lograrlo a través de un crowdfunding (o colecta), promocionado en Twitter. En 15 días llegaron a su meta y, de hecho, fue el primer podcast en español financiado con esta modalidad. “Fue un lindo trabajo autogestivo”, destaca Suárez Tomé. Luego se sumó la editorial Penguin Random House, que también aportó económicamente. El apoyo de auspiciantes o entidades con recursos para financiar estos proyectos es “ideal” a los ojos de la filósofa, porque “si no, la plata no sabés de dónde sacarla”.
En su proyecto personal sobre arquitectura, Csome incorporó a una amiga publicista y community manager para darle una estética al canal y ayudarlo en la adaptación del contenido a distintas redes. “Obviamente eso implica un gasto económico, pero prefiero invertir para generar un rédito a futuro”, indica. Tampoco el biólogo Ballarini hace sus proyectos solo: forma parte de un grupo de trabajo. Y es que, como dice Edelsztein, en cada acción de la ciencia siempre hay “un montón de gente detrás”.
Cada plataforma con su lenguaje
Csome decidió empezar en Twitter porque lo vio como el medio que “vinculaba lo mejor de lo escrito con lo mejor de lo visual”. Luego, con su expansión a otras plataformas, comenzó un camino de diferenciación de contenidos. “Cada cosa que se publica en Twitter la llevamos con una estética y lenguaje particular a las historias y las publicaciones de Instagram”. Sobre YouTube remarca que cada video requiere toda una preparación de guión, estética y “un deadline”, con un estilo “más cinematográfico”, mientras que Twitch tiene una dinámica “mucho más televisiva”. La plataforma permite hacer videos en vivo con un feedback constante de la audiencia y que el arquitecto encara con una preparación previa del material que quiere mostrar.
Dentro de las posibilidades que ofrecen las plataformas digitales, los podcasts están en pleno crecimiento en Argentina. “Hoy estamos inmersxs en una cultura audiovisual demasiado profunda, donde hay muy poca atención para leer. Creo que el podcast sirvió para llegar a mucha más gente que probablemente no nos hubiera leído si hubiera estado escrito. El compromiso de tiempo y atención con la lectura es muy distinto al de la escucha o la visualización”, explica Suárez Tomé y Edelsztein suma: “Ayudan a ambientar y darle matices que cuestan más desde la escritura, desarrollando una narrativa”. “Twitter es mucho más espontáneo y rápido, necesitás enganchar si querés que alguien se quede leyendo”, analiza la química.
De todas formas, para Csome, en cualquier plataforma se da una dualidad en cuanto a la calidad del contenido: “Vas a las redes sociales a encontrar ese espíritu más democrático de generación de conocimiento, que también tenés que sustentarlo: no podés decir cualquier cosa, pero tampoco tiene un rigor académico, nadie te lo exige”, como sí pasa en otros espacios de divulgación, como los libros o las revistas científicas.
Comunicar la ciencia en medio de una pandemia histórica
En este momento estamos observando “en vivo y en directo cómo funciona la construcción del conocimiento científico” para descubrir de qué forma frenar al coronavirus, explica Edelsztein, lo que lleva a conocer ese detrás de escena de la ciencia que la gran mayoría de las veces no vemos. Pero toda esta nueva información que circula puede incrementar la confusión.
“Nos falta cultura científica para entender las limitaciones que tiene la ciencia, sus objetivos, los tiempos de la ciencia. La ciencia es buena para hacerse preguntas, más que para confirmar”, analiza Ballarini. El neurocientífico creó Info de la Buena justamente con esa idea: viralizar información chequeada por especialistas, científicxs, escritores y generadores de contenido científico, llevándola a públicos nuevos.
Se contactó a “influencers con mucha llegada” para que compartan cada 15 días una publicación con contenido científico, y así se sumaron cada vez más personalidades con cientos de miles de seguidores, pero también gente con ganas de llevarla a sus perfiles personales para sus amigxs y su familia, explica Ballarini. En pocas semanas contabilizaron unos dos mil colaboradorxs.
Además, ante la gran difusión de noticias falsas sobre todo en los primeros meses de la pandemia, armaron la cuenta de Twitter Corona Consultas, para dar información certera junto a un grupo de científicxs. “Creo que una de las cosas positivas de la pandemia es que puso en relevancia a gente que labura muy bien en sus temas, que no tenía trascendencia en los medios y de golpe empezó a comunicar información que termina siendo mucho más trascendental que lo que pasa en un medio común”, resalta el biólogo. Una oportunidad que podría seguir abriendo canales, historias e hilos de intercambio para contribuir a que la producción nacional de conocimientos se convierta en trending topic.