De Phillis Wheatley, la primera poeta afronorteamericana, nunca se sabrá su verdadero nombre: le fue arrebatado junto a su libertad, sus raíces, su lengua wólof hace 259 años, cuando llegó al puerto de Boston en un viaje trasatlántico infrahumano, hacinada entre personas que -como ella- habían sido capturadas entre Gambia y Ghana. Nomás desembarcar fue arrastrada al mercado de esclavos, a merced del mejor postor; en su caso, la acaudalada familia Wheatley, dedicada a la sastrería y al comercio. Ejerciendo el rol de amos y señores, le plantaron su apellido y un nuevo nombre de pila: Phillis… en honor al barco esclavista que la depositó en Estados Unidos. Porque le faltaban algunos dientes de leche, se calculó que tendría unos 7, 8 años.
Por aquellos días de 1761 no existía en New England ley que prohibiese específicamente la alfabetización de los esclavos, como sí sucedía en algunos estados sureños que fueron recrudeciendo el veto con el correr de las décadas. Para entretenerse, los gemelos Wheatley, hijos de Susanna y Nathaniel, enseñaron a la muchacha a leer y escribir. Una Phillis menuda y asmática mechaba tareas livianas con clases de latín y griego, además de la obligatoria lectura de pasajes de la Biblia. No era lo más habitual, pero tampoco del todo atípico: una mirada revisionista sugiere que las lecciones eran una forma de adoctrinamiento religioso en una zona, Massachusetts, donde el protestantismo calaba hondo. De esa estirpe es la laureada escritora afro Honorée Jeffers, autora de The Age of Phillis, flamante libro que ofrece una justa mirada sobre la mujer que devendría madre de la literatura poética afronorteamericana.
A Jeffers le indignó sobremanera que los estudios sobre la poeta partieran de la misma biografía, de 1834, escrita por Margaretta Odell, una mujer blanca que afirmaba ser descendiente de Susanna Wheatley. Vínculo que hoy pone en duda: no hay documento que lo certifique, “solo su palabra”. También la sacó de sus casillas leer cómo romantizaba el cautiverio de Phillis, a la que los Wheatley le habían prohibido relacionarse con los demás esclavos de la casa. Y que pintase a la familia como salvadora de la chica; y a la chica, como una cándida apolítica, sin ambición, exclusivamente motivada para escribir por amor y gratitud hacia sus captores.
La prodigiosa Phillis dominó el inglés en un pispás, y con apenas 12, ya había escrito una extraordinaria elegía de cuatro versos. Sus poesías comienzan a ser publicadas en periódicos de Estados Unidos, también de Gran Bretaña, y va creciendo su popularidad. Algunas voces humanistas la toman de ejemplo para defender sus argumentos abolicionistas, de igualdad; otras, decididamente racistas, la descalifican en consonancia con filósofos contemporáneos como Kant (suya la cita: “Los negros de África no tienen por naturaleza ningún sentimiento que se eleve por encima de lo insignificante”). “Sus composiciones están por debajo de la dignidad de la crítica”: palabras peyorativas que le dedicara Thomas Jefferson, uno de los padres fundadores de la nación. Al que años más tarde, le replicaría indirectamente el propio Voltaire.
A los 15, Phillis escribe uno de sus poemas más famosos y controvertidos, Sobre ser traída de África a América, supuestamente para agradecer por haberla cristianizado. Muchos lo malentendieron como una justificación teológica de la esclavitud y la llamaron traidora. Según Jeffers, no comprendieron que la poesía da un vuelco y usa los valores cristianos para juzgar a los blancos “que ven a los negros con ojo despectivo”; para decir que todos somos iguales ante Dios. A los 19, la intención de publicar su primer libro la deposita frente a un jurado de 18 hombres blancos, pensadores y políticos que, incrédulos, quieren corroborar que ella es la autora de los celebérrimos versos. Empero, a las pruebas debieron remitirse… Así y todo, Phillis no encuentra quien la edite en Estados Unidos y viaja a Londres -acompañada por Nathaniel Wheatley- donde consigue lanzar Poems on Various Subjects, Religious and Moral, su primer libro de poesías.
Jeffers considera que la decisión de publicar en UK responde a cuestión más significativa: a pesar de la acentuadísima participación británica en la abominable trata esclavista, regía una ley que sostenía que ninguna persona traída de las colonias podía ser forzada a regresar como esclava. Phillis igualmente retorna a la colonia norteamericana, pero acaso con la promesa de que pronto la liberarían, algo que sucede pocos meses después. Entonces sus versos y epístolas se vuelven más radicales: en plena Guerra de Independencia, denuncia la hipocresía de luchar por la libertad cuando, en simultáneo, se esclaviza a personas.
En 1778, se casa con un almacenero, John Peters, también ex esclavo. Según el relato de Odell, un tipo violento que la sedujo y la abandonó en la más extrema pobreza, huyendo hacia el sur. Y aquí es donde una documentada Jeffers pierde los papeles: “No hay prueba alguna de que haya sido agresivo, simplemente se dio por sentado por tratarse de un hombre afro”. “Nunca la dejó”, aclara, “y jamás se fue de Boston”: estaba preso por no poder pagar impuestos altísimos. Honorée incluso dio con cartas que demuestran que él había intentado, sin éxito, que el segundo libro de Phillis fuese publicado. Con su marido tras las rejas, en paupérrima situación, la poeta muere en 1784, con 30, 31 años. “La edad promedio”, dice Jeffers con sentida congoja, “una mujer negra no solía pasar los 33”.