Nasha Natasha 5 puntos
Uruguay, 2016/2020
Dirección y guion: Martín Sastre.
Duración: 72 minutos.
Estreno disponible en Netflix.
Estrenado en el Festival de Moscú en 2016, en un corte de montaje treinta minutos más extenso, el documental Nasha Natasha registra el tour ruso de Natalia Oreiro que se extendió a lo largo de casi dos meses a fines de 2014. La actriz y cantante uruguaya es adorada por una ingente masa de seguidores en países como República Checa, Israel y Rusia, pero el enorme país euroasiático –desde las transmisiones televisivas de Muñeca brava hace ya un par de décadas– ha demostrado ser uno de los territorios donde más se la venera. Las cámaras del realizador Martín Sastre, quien ya había dirigido a Oreiro en la ficción Miss Tacuarembó, siguen a la estrella y su equipo de colaboradores (músicos, bailarines, staff de producción) a bordo de aviones y trenes, en bambalinas y sobre el escenario, durante los encuentros con el público o en el silencio de las habitaciones de hotel. Al mismo tiempo, a partir de entrevistas con su familia más cercana y personas famosas y anónimas, el film recorre sucintamente su carrera, desde los primeros pasos como modelo y “paquita” hasta sus éxitos seminales en la pantalla.
No es casual que Nasha Natasha (“nasha” es “nuestra” en idioma ruso) comience y termine en Villa del Cerro, el barrio montevideano que la vio nacer. Producido, entre otros, por la propia Oreiro, el documental posee un carácter definidamente oficial que nunca abandona, y ese posiblemente sea su principal pecado. A diferencia de otros proyectos que registran a artistas en tour, con sus zonas grises en mayor o menor grado de exposición, no hay aquí demasiada tensión personal, creativa o profesional –con la excepción de una breve escena donde se consigna cierto problema de dinero entre sponsors–, listando en la línea narrativa las diferentes paradas del circuito, el contacto con los fans y el lógico cansancio. Ni siquiera la cuestión de la distancia, extendida en el tiempo, con los más cercanos –su marido Ricardo Mollo y su pequeño hijo–, es explorada en profundidad como pase de factura de una profesión que, más allá de los brillos reales y aparentes, trae consigo unas buenas dosis de cruces personales.
Lo que sí resulta evidente (aunque no era necesario resaltarlo) es el profesionalismo y entrega de la protagonista, figura tan carismática como sencilla en sus modos y trato. La actriz, quien ya tuvo dos grandes actuaciones en el cine con Francia, de Adrián Caetano, y Gilda, de Lorena Muñoz, es aquí una figura tal vez demasiado monolítica, institucional, sin fisuras. A cambio, y teniendo en cuenta que el film está destinado especialmente a su base de fans, se ofrece un puñado de imágenes poco vistas y fragmentos de esos recitales en tierras lejanas, envueltos por temperaturas bajo cero. La engolada voz en off en ruso recitando textos de Galeano intenta aportarle al asunto un tono de gravedad que Nasha Natasha no necesitaba, como lo demuestra la sincera y emotiva secuencia del final, cuando “Natasha” vuelve a visitar la casa de su abuela y no logra contener las lágrimas.