Hay que agradecer a Fondo de cultura que haya puesto a nuestro alcance Una vida más allá de las fronteras de Benedict Anderson en la excelente traducción de Horacio Pons. Para un público académico o interesado en la academia (más específicamente en las ciencias humanas) es un libro necesario y sorprendente, escrito en un lenguaje cotidiano que lo hace accesible más allá de la formación y los intereses de cada uno.
Anderson, que murió en diciembre de 2015 en Java después de terminar el libro, estudió las variadas culturas asiáticas del Sudeste asiático en países como Tailandia (que él prefiere llamar Siam por razones ideológicas que se explican en profundidad), Java, Indonesia, Filipinas. Su libro es una memoria anotada de su trayectoria como académico, una vuelta atrás en el tiempo para explicar el presente profesional del autor. Esta historia personal del camino académico es muy heterogénea en cuanto a recursos: Anderson utiliza anécdotas, reflexiones, comparaciones, citas. Con ese material heterogéneo y una primera persona siempre presente, desarrolla una explicación de su camino dentro del campo y expone una serie de ideas sobre los estudios de Asia en Estados Unidos y Europa y, por extensión, sobre la forma en que se manejan las academias frente a campos y conocimientos nuevos e innovadores.
Según cuenta él mismo, Anderson no siguió los caminos marcados por los académicos anteriores y se decidió intencionalmente por ciertas perspectivas para “hacer estallar” las formas anteriores de la academia, que como casi siempre, tenían la cerrazón típica de las universidades. En este caso, bastaba, por ejemplo, dejar de comparar la independencia de los Estados Unidos con la historia europea y examinarla desde lo que sucedía en Latinoamérica; o abrir la mirada a lo global y considerar cómo viajaron ciertas ideas de un continente al otro desde la colonización. Ese tipo de enfoques, afirma el autor, no solo sirven para escandalizar (y escandalizar es una función importante para él, lo cual me parece interesante) sino sobre todo para dar un punto de vista fértil y novedoso sobre los temas que se manejan.
Además del racismo, al que el autor dedica varias anécdotas inolvidables, una de las características que encuentra más criticable en la universidad y la sociedad estadounidense es su provincialismo, ese concentrarse solo en el país propio como si fuera el único en el mundo, un rasgo que se relaciona directamente con la idea del “excepcionalismo”, es decir la seguridad de que solo Estados Unidos vale la pena como objeto de estudio. Por esa doctrina, las universidades dejan de lado la comparación y abandonan perspectivas esenciales en el análisis de temas como el nacionalismo y el colonialismo. Y por supuesto, esto significa una falta de comprensión de la cultura propia: como bien dice Anderson, para entender lo propio hay que mirarlo desde otras culturas, acercarlo al resto del mundo.
El estudio de lo extranjero –basado en una curiosidad especial por la naturaleza de los “otros”—se ve frente a dificultades que Anderson describe con cuidado. Lo mismo hace con las puertas de entrada a esos universos otros: la lengua (que hay que aprender) y las artes (sobre todo el cine). Anderson fue un políglota impresionante y entendió que las diferencias conceptuales entre lenguas reflejan diferencias en principios básicos para cada una de las sociedades que las hablan.
El libro narra el recorrido que lo llevó a interesarse en el Sudeste asiático. Su deseo de entender al otro proviene de características de su vida personal y choca contra la cerrazón de las culturas que lo formaron, sobre todo la estadounidense y la inglesa, que viven mirándose a sí mismas. Por eso, el autor detalla con cuidado su paso por Irlanda, Inglaterra y Estados Unidos y afirma que esa vida de viajes, esa falta de raíces únicas, lo preparó para una “perspectiva cosmopolita y comparada”. Afirma que su existencia fue opuesta a la de la rana en un cuento popular indonesio: la rana vive feliz bajo medio coco apoyado en el suelo y cree que esa semiesfera es el universo. Anderson afirma que, para salir de debajo del coco, hay que atreverse a enfrentar choques culturales violentos, períodos de soledad en lugares desconocidos y, muchas veces, la incomprensión y el desprecio de otros académicos. El resultado de todo eso puede ser un libro de la importancia de Comunidades imaginadas (su obra más conocida), central en el campo de los estudios del nacionalismo.
¿A quién se dirige Una vida más allá de las fronteras? ¿Quiénes son sus lectores primarios? Tal vez los académicos anglófonos dedicados a culturas extranjeras. Cierto, pero el tema de las universidades, de sus problemas y defectos, y el cuidadoso análisis de la comparatística y la búsqueda de lo interdisciplinario amplían bastante el público.
Dentro de los estudios del Sudeste asiático, Anderson tiene una posición epistemológica e ideológica que lo acerca a las ciencias políticas y a la “izquierda”. Para nosotros, los lectores no familiarizados con el Sudeste asiático, lo más fascinante del libro, además de lo que se cuenta de esas geografías, lenguas, culturas y artes desconocidas, es la forma en que el personaje de Anderson se acerca a países lejanos y aprende de ellos, y la forma en que, cuando vuelve, es capaz de examinar los países anglófonos en los que creció con la misma distancia, capacidad de crítica y profundidad de análisis que dedicó al comienzo a Indonesia, Tailandia y Filipinas.
El libro va y viene entre fragmentos ensayísticos y estallidos narrativos, anécdotas contadas en una prosa que maneja todos los tonos. Esas historias tienen distintas funciones: algunas veces son un exemplum de una reflexión; otras, la explicación de impulsos, actitudes y decisiones. Tomadas en conjunto, forman un autorretrato de la manera en que Anderson pensó las similitudes y diferencias de las culturas humanas que estudió, incluyendo las que se desarrollaron en distintos momentos políticos de las sociedades de Inglaterra y Estados Unidos. Para lectores interesados, Una vida más allá de las fronteras es un libro inclasificable (tal vez “autobiografía académica” sería una etiqueta posible) y por lo tanto, provocativo, extraño, disfrutable en todas sus facetas.