La “nueva normalidad” es el tema que tiene en vilo al mundo entero. Cómo será la vida el día después de la pandemia es un interrogante que genera toneladas de ensayos sociológicos, culturales, económicos y hasta políticos en diarios y revistas, y ocupan infinidad de horas de radio y televisión. La “gran” incertidumbre de la tercera década del siglo XXI ya está definida y en desarrollo de todo tipo de hipótesis que nadie se anima a descartar. La que parece haber contraído una “nueva normalidad” es la TV argentina, con procesos, mecanismos y hábitos cada vez más consolidados. Algunos que se arrastraban desde hace tiempo y que la pandemia sólo vino a profundizar. Otros, nuevos que parecen instalarse. Todos, lamentablemente, plantean un escenario no muy feliz para la “industria”. En esta semana hubo actitudes que exponen la peor cara de un escenario periodístico televisivo enfermo de rating.
La pantalla chica local atraviesa dos pandemias a la vez: la que comenzó a sufrir hace años, desde que Internet amplió audiencias pero fundamentalmente contenidos, y la que el Covid-19 trajo al mundo recientemente (aunque parezca una eternidad). De ninguna de las dos, por ahora, pudo ni supo recuperarse. El “veranito” de audiencia que evidenció la TV abierta en el primes de aislamiento lejos estuvo de consolidarse en hábito. La fuga de televidentes es una constante ininterrumpida desde hace tiempo: de los 39,1 puntos de audiencia que promediaron los cinco canales de aire en 2004 se pasó a los 20,6 puntos que midieron en julio las ahora seis señales de TV abierta. En poco más de 15 años, la TV abierta argentina perdió la mitad de su audiencia. Si se toma el último año, la caída de rating interanual fue cercano al 10 por ciento: el encendido total de julio de 2019 fue de 22,4 puntos, contra los 20,6 de este junio de pandemia.
En este contexto, tan elocuente como indiscutible, la TV argentina adoptó una “nueva normalidad” que ya forma parte de su diaria. Una dinámica que encuentra actitudes que -en parte- pueden explicar también su derrotero como centro de entretenimiento e información hogareño. Hay cuestiones que no hacen a la falta de grandes presupuestos ni al condicionamiento que el aislamiento social preventivo y obligatorio le impuso al medio. La TV abierta “en vivo” casi permanente asumió hábitos, actitudes o dinámicas que no por extendidos no se deberían dejar de preguntarse si mejoran al medio o lo empeoran.
Esta semana hubo ejemplos elocuentes en ese sentido. La irresponsabilidad y peligrosa porovocación de Viviana Canosa bebiendo en cámara dióxido de cloro, un químico desaconsejado por la Anmat por su larga lista de contraindicaciones, es una muestra más de la desesperada búsqueda de rating que persiguen algunos comunicadores. "Vamos a despedirnos, voy a tomar un poquito de mi CDS, oxigena la sangre, viene divino, yo no recomiendo, les muestro lo que hago", señaló la conductora de Nada personal, mientras bebía de una botella vaya a saber qué cosa. La invitación de economistas devenidos en standuperos, más cercanos al show televisivo que a la reflexión para analizar al realidad, sigue esa misma línea. La necesidad de impactar, generar repercusión más allá de la responsabilidad a la hora de informar, parece haberse impuesto sin límite ético alguno.
No iba a ser la única imagen que iba a llamar la atención. En Ya somos grandes, el ciclo que conduce Diego Leuco en TN, un gesto del conductor iba a exponer una manera de ejercer el periodismo. Mientras su compañero Santiago Fioriti pronosticaba la dramática noticia de que para la semana próxima se calculaba que iba a ver 10 mil casos de Covid-19 en Argentina, la cámara captó claramente el puño cerrado a modo de festejo de Leuco en ese mismo momento. Una actitud reprochable, en la que el hijo de Alfredo pareció “celebrar” la enfermedad de miles de argentinos. Varios horas más tarde, el periodista ensayó una justificación diciendo que en realidad estaba festejando que le habían avisado -justo en ese momento- que TN le estaba ganando en el rating a C5N por dos décimas, según el minuto a minuto. Creer o reventar, festejar contagiados por Covid-19, o celebrar el rating minuto a minuto en en el momento que tu compañero da una noticia tan triste, define al “nuevo periodismo”. ¿Desde cuándo los periodistas festejan el minuto a minuto? ¿En qué escuela de periodismo forman profesionales bajo esa variable?
Una de las características más visibles de esta “nueva normalidad” televisiva es el uso del teléfono móvil de parte de los profesionales en medio de los programas. No importa si se trata de ciclos periodísticos o magazines, si hay un compañero hablando o si el que está respondiendo a una consulta es un invitado, la cabeza baja mirando la pantalla del móvil y el dedo scrolleando se convirtió en parte de la escenografía de la pantalla chica argentina. La actitud -desconsiderada humanamente, alejada de las más elementales reglas televisivas- es la más elocuente e irrespetuosa muestra de desinterés de esta época. Una costumbre expresada por quienes deberían generar, con sus recursos, interés en los espectadores. O al menos impostar el propio.
Otro mal de época parece ser la tendencia a la interrupción permanente en la que caen no sólo panelistas, en su afán de imponer a los gritos su opinión, sino también buena parte de los conductores de la TV argentina. Si “pisar” la palabra de un compañero antes era la excepción y se cuestionaba tal cosa, ahora la yuxtaposición de voces parece ser el sonido de la “nueva TV”. La interrupción a cronistas o entrevistados ya es una práctica habitual y para nada cuestionada de la pantalla chica. Enamorados de su propia voz, desinteresados de la mirada del otro, los periodistas convertidos en protagonista de la noticia se naturalizaron en la pantalla chica. Un medio que, como otras actividades, deberá reconvertirse definitivamente. No vale todo.