Hace tres años, Loli Molina se mudó a Ciudad de México en busca de un renacimiento en su vida y su proyecto artístico. Se sentía “agobiada” y necesitaba ver las cosas desde otro lugar. El exilio elegido le permitió reencontrarse con el deseo artístico y valorar otros aspectos del mundo. Y el resultado de ese proceso personal es Lo azul sobre mí (2019), un disco contemplativo, reflexivo, que tiene como centro a la guitarra y la da un lugar importante al silencio. “Es un disco que pide que te sientes a escucharlo con auriculares o en un momento en el que puedas estar tranquilo. Tiene esa impronta”, dice la cantautora, intérprete y guitarrista, desde México. Este sábado participará en la edición online del Cosquín Rock
(7 y 8 de agosto) y el 29 de agosto a las 22 presentará oficialmente el disco a través de la plataforma de Ticket Hoy
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Lo azul sobre mí es un disco que la muestra madura y consolida un camino de hormiga que viene haciendo hace más de quince años en la escena. Son once canciones propias y la versión de “Martín”, de Edgardo Cardozo. El trabajo, además, obtuvo dos nominaciones a los premios Gardel, como Mejor Álbum de Autor y Álbum Conceptual. “Obviamente me honra muchísimo, es súper lindo recibir el apoyo de los colegas y la industria”, se alegra la artista de 33 años. “Y en esta edición de los premios hay muchas colegas y amigas nominadas por sus trabajos hechos desde la independencia, también. Entonces, me siento parte de una coalición pacífica y creativa que finalmente está teniendo un lugar de mucha más prominencia dentro de la industria musical”, resalta.
-¿Te permite darle tiempo a la creación y a la composición este contexto?
-Sí, primero pasé toda una fase de shock y duelo porque perdí una cantidad enorme de trabajo que tenía y eso fue muy duro. Y después también frenar puso en perspectiva un montón de preguntas como “¿qué hago viviendo en una ciudad?”, “¿qué quiero hacer?”, “¿cómo quiero que sea mi vida?”. La creatividad está presente, pero también traté de tomarme este momento sin exigencias. Entonces estuve leyendo muchísimo, estudiando, empecé a hacer ejercicio de una manera bestial. Mi energía fue hacia otros lugares que me parecen que son importantes tanto para seguir escribiendo como para ser una persona que esté cada vez más sana y lúcida en el mundo que sigue.
-Hace tres años que estás en México. ¿Te adaptaste al nuevo país?
-Emigrar es un proceso fuertísimo, pero no te das cuenta de lo fuerte que es hasta que lo que hacés y pasa un tiempo. Cuando llegue acá, vine con mucha pila, con ganas de generar un entorno positivo y nuevo para mí, y lo logré. Pero también en un momento es fuerte la sensación de ser extranjera todo el tiempo en un lugar. Los argentinos y las argentinas tenemos maneras muy distintas de pensar y de decir las cosas. En ese aspecto, a veces sí me siento afuera. Y es normal, vivo en otro país. Cuando se podía, iba muy seguido a Buenos Aires y este año iba a pasar mucho tiempo allá. Soy una enamorada de Buenos Aires y tengo muchos amigos allá.
-¿De qué manera incidió el cambio de país en la impronta de este nuevo disco, que fue escrito allá?
-Cuando me vine a vivir acá estaba muy saturada, muy agobiada por varias cosas que no entendía bien si eran del mundo material o cuestiones emocionales que venía arrastrando. Y cuando llegué, me propuse parar al menos seis meses. Y creo que ese período me permitió profundizar en un montón de cosas y me deprimí. Entré en una especie de túnel de introspección, con la necesidad de observar las cosas muy de cerca. De ese proceso de minería profunda salió este disco. Siempre digo que para buscar diamantes hay que meterse bien adentro de la montaña, no es que están a la vista. Entonces, todo mi proceso de venir acá, todo lo que me pasó y cómo lo viví, tuvo todo que ver con lo que el disco es. Es sombrío y luminoso, poético e incómodo. Así que vivir acá influyó un ciento por ciento.
-En este disco le das mucho más lugar a la guitarra.
-El corazón de este disco es la guitarra española, que es un instrumento muy hermoso pero que también es difícil de grabar porque se escuchan los pifies. Es un instrumento que no se puede maquillar. Entonces fue un desafío muy grande escribir esta música para que en el instrumento se sienta muy plena y que el instrumento vibre mucho. Y también estudiar muy bien todas las piezas para que al momento de grabarlas suenen muy claras, directas y limpias. A la vez, es un disco muy desnudo y frontal.
-Y también habla mucho de los finales de ciclos, de las muertes y los renacimientos. ¿Es el eje conductor?
-Traté de observar la belleza de esa circularidad que en la naturaleza está presente todo el tiempo. No hay ninguna materia orgánica que en la naturaleza no se recicle, que no dé vida y que no dé lugar a otra cosa. Entonces, hay algo súper lindo ahí que vale la pena observar e incluso en uno mismo; en los procesos emocionales y que son difíciles de nombrar. Hay que entender que hay una ecología de las emociones, siempre somos parte de algo que se está moviendo. Intenté mostrar eso con belleza y poesía.
-En la cultura argentina la idea de la muerte es medio tabú, pero en México tienen una celebración tradicional: el Día de los Muertos.
-Sí, creo que se acerca bastante más a cómo las cosas se ven en Oriente, en donde a los muertos se les hace altares con flores y comidita. Hay una certeza de que hay otro mundo y de que también esas personas que ya no están igual nos acompañan. Y este es un contexto loco porque ahora se habla mucho del miedo a la muerte. Pero uno no puede hablar de la muerte si no habla de la vida, están intrínsecamente unidas. Este disco es una celebración de la vida y la naturaleza. Y lo llamativo de lo que está pasando ahora es que quizá no se habla tanto de cómo preservamos la vida a largo plazo, cómo hacer para no morirnos. Entonces, si bien el disco tiene esa cosa sombría, también abre una ventana al sol, a la vida, a las cosas bellas y efímeras.
-Ahora se está hablando bastante sobre el modelo de producción alimenticio y la relación con la naturaleza, un tema clave para entender el origen de la pandemia.
-Sí, todo lo que está pasando con las mineras y el desastre con los incendios en las islas del Paraná, entre otras cosas. Me cuesta mucho entender cómo llegamos como humanidad llegamos a bancar sistemas que priorizan la propiedad en vez de la vida. Porque si nos quedamos sin todo el ecosistema del Delta, lo vamos a sufrir los que estamos ahora y los niños que van a crecer. Entonces, la conciencia de los humanos frente a la naturaleza es un tema urgente, que no puede no estar en agenda. Veo mucha gente preocupada por volver a lo que había antes, pero lo que había antes era algo absolutamente dañino en relación a la naturaleza. Entonces, tenemos que ir hacia una nueva visión del humano en relación a los animales y el ecosistema, y solo de ése modo hay una salida a este caos ambiental, social y cultural en el que estamos. Ojalá podamos prestar atención a esas señales y empezar a escuchar a los pueblos originarios.