Llega la noche

Se está llenando de azul el aire

azul casi negro

como los cuervos

La montaña ahora es sólo una sombra

una línea perfecta, quebrada,

sobre el horizonte.

¿Los ojos mienten? ¿Los oídos?

¿Miente la emoción intensa por la tarde?

De repente, nada más existe

tras la ventana

que un eco en los párpados.

María Tabares es poeta y narradora colombiana, cofundadora del colectivo internacional Las Poetas del Megáfono en México y la Comunidad del Megáfono en Colombia. La conocí en el Cosquín Poesía del año 2016. Desde hace una hora, tal vez un poco más, tengo este poema enfrente de mí y ha determinado mi mañana. Me mantiene detenida, perceptiva, interrogada. Mientras permanezco en su poema, pienso que la poesía tendría pocos lectores porque, justamente, para leerla, hay que deconstruir las maneras de leer que se parecen más al consumo, a la ingesta compulsiva, al recorrido cronológico de las páginas, en cambio, un lector de poesía se queda, permanece, vuelve a ver los mismos versos. Yo misma vuelvo una y otra vez a este instante que me propone María, ¿Los ojos mienten? ¿Los oídos? ¿Miente la emoción intensa de la tarde? La poesía alcanza su heroísmo en esto que Gadamer llama, “la finalidad sin fin”.

Las madres

Ya no es verano.
No hay Dios.”

Edith Goel
(Argentina-Israel)

Danzan al son del viento.
Danzan con un manojo de memoria
trenzado en el cabello, prendido en la solapa.
Danzan en los umbrales de un insomnio que devora retinas,
que adivina los cuerpos pudriéndose en la entraña del agua turbulenta,
que denuncia las llagas gestándose en los huecos de las noches sin dioses,
que reclama al silencio su azul cosmogonía de esperanza,
vagando por los jueves en la plaza del miedo
ante un pueblo que inventa absoluciones,
que indulta las afrentas.

Danzan sobre su llanto
al ritmo de la lluvia en las baldosas,
al compás de esos nombres que no quiebra la furia
con sus rabos de enconos clandestinos desciñendo relámpagos,
ni la boca asesina consumando rituales de harina fraudulenta;
que no rompe el sigilo de uniformes reptando por senderos impunes
ni la iglesia ocultando la identidad secreta del verdugo
ni la letra amarilla escribiendo otra historia
ni la calumnia alzando sus estigmas
ni la hirsuta impotencia.

Danzan entre el ultraje,
danzan sus terquedades insolentes,
danzan entre recuerdos, entre antiguos retratos,
entre gestos de infancias inocentes encendiendo sonrisas.
Renacidas al mundo desde las hendiduras de sufridas placentas,
paridas por los mismos que parieron sus muslos hace espesos veranos,
delatando los odios que acribillaron pájaros dormidos
cuando urdía la angustia sus tramas de desvelo,
cuando se rebelaron los geranios
y comenzó la ausencia.

Norma Segades Manias es poeta, narradora y periodista cultural, oriunda de Santa Fe. Fue presidenta de la Asociación Santafesina de Escritores durante dos períodos consecutivos (1997/1999 y 1999/2001) y co-directora de la Gaceta Literaria de Santa Fe (1997/2007). Desde entonces dirige Gaceta Virtual on line; Editorial Alebrijes y el Movimiento Internacional de Escritoras “Los puños de la paloma”, que ella misma fundara en el año 2006. En los puños de este poema se guarda la esencia social de la palabra poética. Los libros de historia hacen su relato, los medios de comunicación informan, advierten, notifican, pero la poesía, en cambio, corta la realidad al sesgo, abre un camino de memoria sensitiva, denuncia en sus metáforas, y el sobreentendido, es, en estos versos, una gesta femenil, nos abraza. La calidez no está reñida con la denuncia. El dolor no niega la belleza.

Arrullo para un niño de barro

“Duérmase mi niño / agüita de ilusión / los ojos de tu madre / te dan la bendición”

Estas manos amasaron el barro en donde el tiempo ardía, giraba desmañado buscando su forma definitiva.

Ora fruto. Pinar. Ora río.

La cabeza en lo alto, sobre la azotea y sobre los andamios, ajena al menudeo del mercado, al regateo de dos monedas al dorso de la almohada.

“Duérmase mi niño / la noche está al llegar / que un fantasma de mica /

lo viene a despertar”.

Pienso en lo que depara tiempo, los pies del peregrino,

acaso, (no imposible) la sed del elefante, los jardines de sal, la lluvia enferma.

Temo ser Dios.

Hacer un niño de barro que resucite mi destino de hombre.

Hugo Francisco Rivella nació en Rosario de la Frontera, pero vive entre Salta y Córdoba, según reza alguna página de internet, lo cual es cierto. Poeta y músico, su valiosa obra es reconocida en los principales centros culturales de Latinoamérica. Alguna vez me envió uno de sus libros para que lo revisara, antes de editarlo, y aunque ya había apreciado muchos de sus poemas, al leer “La educación del triste”, sentí el impacto de la revelación, porque sus versos llevan el corazón del lector hasta la contextura ósea (muchas veces dañada) de la realidad.

Es, precisamente, la realidad que lo circunda, la tela sobre la cual Hugo entreteje profundos interrogantes junto a las más bellas imágenes poéticas, venidas de las napas de la conciencia individual y social.

(Pienso que encontrar poesía en un diario no es lo más frecuente, sin embargo estoy segura de que es necesario. Sé también que la sociedad, en general, no sabe cuánta falta le hace, pero esta última página siempre la ofrenda.)

 

 

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