Quizás muchos no lo recuerden y otros ni siquiera lo sepan, pero el voto electrónico debutó en Salta con una sorpresiva derrota para el entonces gobernador Juan Manuel Urtubey. Ocurrió el 8 de agosto de 2010 en Nazareno, una remota localidad de menos de 3 mil habitantes ubicada a más de 3 mil metros de altura sobre el nivel del mar. A 10 años de esa historia, que marcó un antes y un después en la vida de Nazareno, sus protagonistas recuerdan el día en que el pueblo transformó una hostería en un albergue estudiantil.
El emprendimiento turístico se remonta a 2007, cuando el gobierno de Juan Carlos Romero obtuvo el financiamiento a través del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para la construcción de dos hosterías de alta montaña. Una de ellas estaría emplazada en el Campo de la Cruz, en la parte de alta del bello pueblo de Nazareno, al que se llega recorriendo durante más de dos horas y media un camino de cornisa que sale de la localidad jujeña de La Quiaca.
La Hostería de Nazareno tendría 20 habitaciones con vestidor y baño, salón comedor, salón de fiestas, de exposiciones y venta de artesanías en un edificio de más de 1.500 metros cuadrados cubiertos, con una inversión de 4 millones de dólares. Según anunciaba el gobierno, el emprendimiento “promoverá el desarrollo turístico del lugar y mejorará la calidad de vida de sus habitantes, ya que en la hostería trabajarán 35 personas de Nazareno”. Con esa impronta, la administración de Romero buscó sellar un acuerdo con el entonces intendente de la localidad, Manuel Chauque, para avanzar en su construcción.
“La idea nuestra en su momento era hacer una intervención en Santa Victoria (Oeste) y en Nazareno, con dos hosterías que generen un efecto parecido al que se había producido en Iruya, donde la posibilidad de dar alojamiento turístico generara un impacto económico multiplicador en Nazareno”, recuerda Bernardo Racedo Aragón, secretario de Turismo durante el romerismo. Racedo Aragón reconoce que hubo intensas discusiones con las comunidades originarias, pero asegura que las diferencias se zanjaron cuando llegaron a un preacuerdo de que la Hostería sería manejada por los propios lugareños, quienes serían capacitados para tal fin.
En el mismo sentido, Chauque asegura que nunca se llegó a firmar un convenio, pero sostiene que se acordó que "esa hostería tendría que ser manejada por nosotros, ya sea través de una organización, una cooperativa o el mismo municipio”. Sin embargo, “cuando llegó el gobierno de Urtubey (en diciembre de 2007), se siguió planteando el proyecto con más profundidad, pero ellos ya no aceptaron, y la Hostería se siguió construyendo”, rememora el ex jefe comunal, que con el cambio de gobierno pasó a ocupar el cargo de diputado provincial, dejando la intendencia de Nazareno en manos de Julián Quiquinte.
Y para colmo, las comunidades encontraron indicios de que la Hostería no sería manejada ni siquiera por el gobierno provincial, sino por una empresa privada.
Temores
Los pobladores de Nazareno tenían motivos de sobra para oponerse al proyecto de la Hostería o, por lo menos, al modelo de turismo que se proponía a través de ella. De hecho, la Organización de Comunidades Aborígenes de Nazareno (OCAN) había presentado una propuesta para que el dinero de la inversión fuera utilizado para capacitación y para obras de infraestructura más pequeñas que pudieran prepararlos para ser prestadores de turismo comunitario.
Habiendo visto las consecuencias del crecimiento exponencial del turismo en los pueblos de la Quebrada de Humahuaca, en Jujuy, y en la localidad salteña de Iruya, las comunidades originarias temían que algo similar ocurriera en su pueblo.
Los espantaba, por ejemplo, la posibilidad de que aumentara el costo de vida porque los productos iban a estar a “precio turista”. Veían la afluencia de visitantes como una amenaza a la calma, la seguridad y la cultura del pueblo. También rondaba el fantasma de la extranjerización de la tierra. Para Adela Torres, integrante de la OCAN, eso los exponía a la posibilidad de que los turistas comenzaran a comprar inmuebles en el pueblo, despojando a los lugareños.
Pero además, consideraban que si la Hostería significaba pagar ese precio, al menos debía ser administrada por la comunidad y generar puestos de trabajo entre los nazarenenses. "¿Cómo, nosotros, pueblos originarios que vivimos aquí, que hemos nacido aquí y que hemos crecido aquí, vamos a permitir que la ganancia no quede en el municipio y que se vaya todo para la Provincia?", recuerda indignada Nora Domínguez, en ese entonces concejala del Frente Grande.
Inauguración fallida
Los testimonios no coinciden sobre si Urtubey era consciente de la resistencia que provocaba la Hostería en gran parte de los nazarenenses. De cualquier manera, el 4 de mayo de 2010 el gobernador intentaría inaugurarla. El motivo oficial de la visita era la puesta en marcha de una obra eléctrica, pero los miembros de la OCAN no demoraron en darse cuenta de que el primer mandatario tenía otras intenciones.
"El diputado Manuel Chauque se había enterado que Urtubey iba a ir a inaugurar una obra, pero no se sabía qué obra”, recuerda Nora. “Así que esa noche nos reunimos con los que estábamos más atentos. Muchas comunidades ya se habían preparado y habían ido a Nazareno. Nos habíamos preparado por las dudas, para ver qué pasaba”, rememora la concejala.
Así que cuando llegó la comitiva oficial, un grupo de integrantes de la comunidad, sobre todo mujeres, tomaron la Hostería. Mientras los concejales, el diputado Chauque y los delegados de las comunidades le planteaban sus objeciones a Urtubey y al entonces secretario del Interior, Gonzalo Quilodrán, la Policía arrojaba gases lacrimógenos en el interior del edificio para desalojar a los manifestantes.
"Si ustedes intentan inaugurar esto sin el consentimiento de la gente, nosotros vamos a impedirlo", cuenta Domínguez que le dijo al gobernador. Quilodrán recuerda el diálogo con los delegados de la OCAN y asegura que Urtubey desconfiaba de que expresaran la posición de la mayoría: “yo no sé cuán representantivos son ustedes de la comunidad”, les dijo el gobernador.
"Cuando salimos, ya estaba lista la cinta para cortar y nosotras nos pusimos en la puerta todas las mujeres a la par de la cinta, agarrándonos las manos y no los dejamos cortar –sigue reconstruyendo Domínguez-. Cuando el gobernador quiso agarrar la cinta a la fuerza, se la quitamos de las manos y ahí se armó el despelote".
En medio de insultos y enfrentamientos entre las mujeres y los militantes del intendente Quiquinte, al gobernador no le quedó otra opción que anunciar que el asunto se dirimiría a través del referendum, un mecanismo muy pocas veces utilizado que está contemplado en el artículo 60 de la Constitución salteña.
“¿Ustedes estaban convencidos de que ganaba el SI?”, le pregunta este medio a Quilodrán. “Sí, claro” (se ríe).
La cancha inclinada
Entre el 4 de mayo, en que se anunció el referendum, y el 8 de agosto, en que se llevó a cabo, se vivieron momentos de mucha tensión. “Las familias estaban muy divididas. Incluso dentro de las mismas familias, porque muchos de los que militaban el SÍ eran personas a las que le habían prometido trabajo en la Hostería, otros eran militantes del intendente”, rememora Nora. “Era angustiante andar y ver a tu familia que no te saludaba porque uno estaba de parte del SÍ y nosotros del NO”, agrega Adela, mientras evoca situaciones en las que se enfrentaron a las piñas representantes de ambos sectores.
Sin embargo, no fue una pelea en igualdad de condiciones. El gobierno aprovechó su poder para inclinar la cancha a su favor, en lo que se asemejó a una tradicional campaña política.
Según Domínguez, Quiquinte regalaba celulares, colchones, materiales para la construcción y dinero para convencer a los ciudadanos de que votaran en favor de la Hostería. Torres narra que “sacaban a los chicos de la escuela, los llevaban a la Hostería y comían pizza y tomaban Coca-Cola. Todo para que los niños le digan a sus papás que es lindo”. El propio Quilodrán reconoce el despliegue de recursos por parte del gobierno provincial: “la presencia de funcionarios era una presencia que no era habitual en Nazareno. Tenías un par de tipos del Gobierno de la Provincia viviendo en Nazareno, yo entre ellos”.
Y cuando las dádivas o los argumentos no funcionaban, aparecían los inventos en forma de amenaza. El más frecuente era que si ganaba el NO el pueblo entero tendría que devolver el crédito del BID, para lo que se tendrían que descontar los sueldos de los empleados públicos y las pensiones de los ancianos.
Pero sobre todo, lo que más ponía en desventaja a los militantes del NO era el sistema de votación: el voto electrónico iba a hacer su debut en uno de los rincones de Salta con menor acceso a las nuevas tecnologías. “Pensaban que la gente no iba a poder manejarlas (a las máquinas) y que iba a ser favorable a ellos (por el gobierno)”, se queja Chauque.
Las comunidades originarias temían que el gobierno hiciera trampa a través del sistema de votación electrónica y que ellos no fueran capaces de controlarlo. Así que, para garantizar cierto grado de transparencia, fue fundamental la participación del presidente del Frente Grande salteño, Diego Saravia, un ingeniero especializado en informática y docente de la Universidad Nacional de Salta que llevó a su equipo para hacer capacitaciones y colaborar con la fiscalización de la elección.
Los dirigentes de la OCAN hicieron campaña sin recursos, yendo comunidad por comunidad y casa por casa, convenciendo a los nazarenenses sobre los peligros del modelo de turismo que estaba en juego. Las reuniones se hacían en casas de familias, recuerda Adela Torres, porque la Policía tenía órdenes de cerrar los salones comunitarios para evitar encuentros masivos.
Para colmo, y pese a haberla solicitado con dos semanas de anticipación, les habían negado el acceso a las máquinas mediante las que se iba a sufragar, mientras en la Municipalidad “estaban meta practicar”. “Un día antes de la votación, la tuvimos ahí en la organización así que esa tarde-noche, toda la noche a practicar hasta el otro día a la hora de la votación en la escuela”, recapitula Torres.
Un despliegue inusitado
Nazareno es un pueblo pequeño que tiene una sola calle que la atraviesa. Ese 8 de agosto de 2010, como nunca en la historia, esa arteria principal estuvo ocupada por vehículos del Ministerio de Turismo desde un extremo al otro.
“Nazareno era un pueblo relativamente chico así que llamó la atención el movimiento de gente”, recuerda Diego Saravia. “Traían en ómnibus a personas de Salta Capital que seguramente estaban empadronadas allá para que les voten a favor de su proyecto”, relata.
“Los dirigentes nos repartimos a las diferentes comunidades donde iba a ser la votación”, repasa Domínguez lo que fue la dinámica del día del sufragio: “juntarnos a cocinar en una casa de familia, hacerles practicar en la máquina, buscarlas, acompañarlas a la escuela, estar mirando que no obligaran a votar por SÍ a los abuelos o a la gente que no sabe leer, porque los llevaban de la manito y le decían 'apretá este botón'".
“Yo ya había ido preparada”, narra Adela: “me había puesto mi sombrero de oveja, mi mantita de llama, me había preparado afiches, lapiceras, fibrones y termo con café, con mi pancitos, cosa de no tener que salir para ningún lado porque yo tenía que tener cuatro ojos”.
Y así fueron cuidando cada uno de los votos, hasta que llegó el momento de contarlos. Saravia recuerda que el proceso fue bastante largo, porque muchas urnas debían llegar a mula desde los parajes más remotos.
Emocionada, Nora dice que conocer los resultados “fue lo más lindo”. De a poquito fueron llegando los datos: primero Nazareno y Poscaya, después Molinos y Cuesta Azul. Solo faltaban los resultados de San Francisco. “Llegó el último resultado y se le ha caído la cara a Gonzalo Quilodrán”, se ríe Domínguez.
“Mi gran incógnita era cómo se iban a enfrentar a la máquina, porque no había ni cajero automático en Nazareno, pero la gente tenía claramente decidido su voto”, confiesa el entonces secretario del Interior, y ensaya una hipótesis: “si hubiese sido al revés el resultado, hubiese quedado un pueblo muy dividido. La decisión de que ganara finalmente el NO fue una decisión que descomprimió toda la tensión”.
Fueron 573 votos negativos contra 519 positivos. La entonces concejala lo recuerda casi como si fuera hoy: “sentí un alivio total. Salimos a festejar, fuimos a avisarles a todos que había ganado el NO, fue convocarse, agradecer a todos”, y agrega que “al otro día fue como una calma total, porque la gente salía sin miedo, sin temor, con la frente bien alta porque la gente había respondido bien, había pensado, la gente no es tonta, la gente sabe decidir”.
“La gente bailaba y saltaba de alegría, y yo lloraba, porque yo en esos tres meses había adelgazado bastante, no sé si por miedo o por qué”, se emociona Adela.
Una lección política
Rafaela García, Nora Domínguez, Yolanda Landivisnay, Benancia y Andrea Cabana, Eleusteria y Primitiva Chauque, Eulogia Flores, Verónica Giménez, Adela Torres. Ellas fueron las mujeres que impidieron la inauguración de la Hostería, primero, y que después se pusieron al hombro la campaña hacia el referendum.
“El NO ganó más en las mesas de mujeres y el SÍ en las de hombres”, relata Adela, y ensaya una explicación: “(los hombres) tenían miedo porque les iban a descontar el sueldo... Y otra porque son unos cagones! La mujer más piensa en el futuro de sus hijos y nietos”. Y fue pensando en ese futuro que decidieron darle el destino de albergue estudiantil al edificio que había sido pensado originalmente como hostería, permitiendo que se alojaran allí los jóvenes que iban de parajes lejanos a estudiar a Nazareno.
Analizando los acontecimientos una década después, Nora Domínguez considera que "tiene mucho significado que la gente haya entendido que nadie nos puede obligar a hacer algo que no sabemos bien el tema". “Se puso en juego el modelo de turismo en Salta, así que fue un golpe muy duro”, reflexiona por su parte Diego Saravia.
Quilodrán, quien es hoy director del ENACOM, dice que le quedaron grandes amigos de la OCAN de esa época, con quienes sigue trabajando. “Me llevo como lección que hay que tomar decisiones desde los gobiernos centrales con fuerte nivel de consenso”, piensa, y agrega que “fue un error del gobierno de Urtubey” avanzar sin ese acuerdo.
“Siempre tuvieron razón respecto de la falta de sensibilidad con ellos de explicarle cuál era el proyecto. Nunca fueron consultadas las comunidades locales de qué es lo que se estaba haciendo, verdaderamente. Uno en perspectiva ve el valor que tiene la gestión participativa de cada una de las políticas que se vayan a implementar”, concluye.