¿Cuándo fue que las derechas ultraderechizadas perdieron el sentido del honor? ¿Desde cuándo prefieren el derrumbe de la propia nación y sus habitantes con tal de imponer sus intereses financieros?
Una de las tesis de Jacques Lacan es que el capitalismo en su construcción discursiva se constituye en un rechazo del amor. El mentado odio, que impregna lo social y donde cuesta mucho su transformación política, ése que propagan las derechas, se desprende de este rechazo del amor. Ahora bien: Lacan compartía con Heidegger y Althusser un antihumanismo decidido. Por ello no se debe ir muy rápido en la comprensión de la fórmula "rechazo del amor". No se trata del amor a los propios miembros de la familia ni del amor entre amantes o amigos, los que según Hegel siempre constituían un obstáculo para la eticidad pública.
El amor que se rechaza en el capitalismo es el amor por lo Común, que incluye siempre por definición al desconocido, la extraña, lo lejano y especialmente la participación no jerárquica en el "uso público de la razón". Es este rechazo a este tipo de amor por lo común, patria, educación, salud, medio ambiente, derechos de la mujer, etcétera, el que lleva al odio hacia aquello que en lo común intenta introducir justicia e igualdad. El capitalismo rechaza el amor porque no puede por razones estructurales amar lo que de verdad sostiene a una Nación, un vínculo interpretativo con el pasado y un proyecto para un futuro en el que reinen en el pueblo el amor y la igualdad.
El capitalismo opera en la dimensión del presente absoluto.
El comienzo de la destrucción del amor tiene antecedentes heterogéneos pero se cristaliza en el siglo XX con la modulación neoliberal del capitalismo. El proyecto de transformar a los sujetos en un capital humano que debe darse valor compitiendo contra todo no puede -está definitivamente excluido- tener relación con el amor por lo común. En este punto ha funcionado como un intento de religión ya que intenta vincular lo imposible: la experiencia íntima del sujeto con el movimiento del mercado.
De allí que el concepto de burguesías nacionales, las que aún mantenían un arraigo de amor con los lugares donde sus hijos iban a crecer, ha sido afectado definitivamente por la rapiña global.
Ahora esta pandemia pone a prueba definitivamente hasta dónde puede llegar el rechazo del amor por lo común. ¿Una civilización que no ama aquello que tiene en común merece sobrevivir?
Como un rayo luminoso y oscuro a la vez esta pregunta atravesará nuestro tiempo histórico y serenos nosotros mismos la prueba de su respuesta.
Debajo de la grieta política, en su fondo más insondable, se dibuja una gran fisura ética en el acontecer de lo humano.
Asumir esta cuestión es el primer paso para atravesar la indolente barbarie de los representantes oligarcas que rechazan el amor y propagan el odio irresponsable.