Esteban Benzecry es un compositor argentino que nació en Lisboa y vive en París. Hasta hace un par de décadas, hablando de música académica, esos datos podían ser suficientes para encuadrar, o por lo menos aproximarse, a lo que podría contener una obra. Las cosas, como casi siempre, fueron cambiando y en materia de música, muchos de los rasgos que alguna vez definían personalidades y estilos hoy parecen diluidos en el vértigo de cruces y traslados. Clase 1970, Benzecry desarrolló su personalidad atraído por los encantos del “folklore imaginario”, por decantaciones de las vanguardias y algunos bien seleccionados mandatos de la tradición europea. Pensada más acá de la experimentación, su música transita territorios afianzados, con la convicción de lo que retumba en su ADN a partir de una escritura refinada e imaginativa.
“Para explicar mi música, me siento obligado a mencionar como referencia a compositores como Alberto Ginastera, Heitor Villalobos o Silvestre Revueltas, entre otros que integraron a su obra raíces folclóricas, es decir ritmos, danzas, melodías, mitología”, dice Benzecry a Página /12. “No intento hacer etnomusicología, tomo de manera intuitiva esos elementos como fuente de inspiración para desarrollar un lenguaje propio. Podría ser un continuador del ‘folklore imaginario’, pero reivindico otras influencias, como una amplia paleta orquestal y una búsqueda tímbrica muy francesa. En mis últimas obras hay armonías influidas por la música espectral y el minimalismo”, agrega el compositor.
Benzecry es uno de los compositores argentinos vivos más interpretado en el mundo. Sin ir más lejos, en febrero presentó Universos infinitos, para piano y orquesta, con la Filarmónica de de New York dirigida por Gustavo Dudamel y Sergio Tiempo como solista –que había estrenado en octubre en Los Ángeles con los mismo intérpretes– y en la actualidad prepara una ópera de cámara para estrenar en Japón, además de para la Orquesta de Filadelfia. Recientemente el sello global Naxos publicó un disco íntegramente dedicado a obras suyas, para solista y orquesta. Con Pablo Boggiano –director argentino radicado en Viena– al frente de la Orquesta Filarmónica Nacional de Leópolis (Ucrania), el trabajo incluye Concierto para violín, con Xavier Inchausti como solista; Ciclo de canciones para soprano coloratura y orquesta, con la soprano japonesa Ayako Tanaka, y Concierto para clarinete, con Mariano Rey como solista.
“Me siento muy afortunado y agradecido de que para su primer proyecto discográfico con Naxos Pablo Boggiano, que es un gran difusor de la música argentina en el mundo, haya escogido mi música”, dice Benzecry. “Todo se grabó en Ucrania y no fue un registro en vivo, se trabajó en estudio. Eso permitió tener varias tomas, elegir las mejores y luego trabajar los balances, en una especie de re-orquestación del sonido. Pero con el cuidado de que no sea algo artificial. En el estudio de grabación es donde realmente se puede aspirar a buscar la perfección”, continua.
El cuidado en la grabación del disco, cuyo sonido rinde justicia a la riqueza orquestal de la escritura de Benzecry y a la dirección ajustada de Boggiano, se complementa con una gráfica impactante de Pablo Lembo. Una explosión de símbolos y colores americanos sostienen desde la tapa el vigor y la variedad de formas y colores que se escucha en la música.
El Concierto para violín fue compuesto en distintas etapas y se articula en tres evocaciones autobiográficas: “Evocación de un sueño”, “Evocación de un tango” y “Evocación de un mundo perdido”. “El primer movimiento lo compuse durante mi estadía como compositor residente en la Casa de Velázquez de Madrid, entre 2004 y 2006, por lo que tiene referencias a la música española, el canto jondo y mis raíces sefardíes, pero en el contexto de una orquestación contemporánea. En ‘Evocación de un tango’ están mis orígenes argentinos, Buenos Aires, donde viví la mayor parte de mi vida. Y en ‘Evocación de un mundo perdido’, desarrollo melodías y ritmos de raíz folclórica como la baguala, el carnavalito y el malambo”, detalla Benzecry. “Así como el Concierto para violín es introspectivo, el Concierto para clarinete es más festivo y sensual, tal vez obedeciendo al origen de este encargo que surgió del clarinetista venezolano Valdemar Rodríguez para el Festival Latinoamericano del Clarinete en Caracas”.
El Ciclo de canciones partió de la voz de Ayako Tanaka. “Ella tiene una gran variedad de timbres y un virtuosismo extremo”, explica el compositor que utilizó poemas de Fernanda Caputi, Alfonsina Storni, Ana Lía Berçaitz y Grabriela Mistral. “Hay además un extracto del texto quechua 'Qachwa de wayllacha' traducido al español. Tal vez el hilo conductor de estas canciones es la presencia de la naturaleza, los interrogantes sobre la existencia y Latinoamérica presente a través de voces y visiones femeninas”, agrega Benzecry.
Hijo de Mario Benzecry, uno de los grandes directores de orquesta argentinos, Esteban se mudó a Francia en 1997. Ahí siguió estudiando composición en el Conservatorio de París bajo la guía de los maestros Jacques Charpentier y Paul Méfano. “Cuando llegué a París ya estaba marcado por el contacto con la música folklórica que tuve de adolescente en el instituto vocacional de arte Lavardén y por mis estudios de bellas artes en la Prilidiano Pueyrredón. Por eso mi música está cargada de folklore y de imágenes. Sigo pintando, pero con música, haciendo un muralismo sinfónico”, describe.
El año pasado, Benzecry fue reconocido con el Premio Konex de Platino al compositor más importante de la última década. Durante la ceremonia de premiación, en su discurso, abogó por más encargos de obras a los compositores argentinos por parte de los organismos privados y oficiales. “Sin compositores no hay música”, dijo en aquella ocasión. “Es así, somos los pilares de la música. Sin nosotros no habría música, sin música no habría intérpretes. Y sin embargo estamos muy desvalorizados”, asegura Benzecry y concluye: “Para enriquecer el patrimonio musical, es fundamental incentivar la creación de nuevas obras”.