Nicole Neumann, Catherine Fulop y toda patrona famosa que busque clics en redes debería saberlo: cualquier referencia a sus empleadas provocará una reacción inversamente proporcional a la de sus gatos, comidas y bebés. Si la va a responsabilizar de haberla contagiado o si sube un video para mostrar en tono de broma cómo la mandonea y que vive en su casa durante la cuarentena porque es donde vive y trabaja hace años y porque ella lo prefiere así, no va a gustar. La relación patrona/mucama admite pocas variaciones: olvido, eufemismo o drama.
Pero ¿qué es lo que más molestó esta semana del discurso de Nicole Neumann? ¿Que le haya echado la culpa a Daniela de su contagio? ¿Que no la llamó por su nombre? ¿Que le hiciera trabajar en cuarentena en lugar de mantenerle el sueldo como manda la ley? ¿Que no se ocupara de asistirla y aislarla en su casa? ¿O simplemente lo que molestó es que lo haya dicho al aire? Cada vez que alguien habla sobre “mi muchacha”, “la chica” o “la señora que trabaja en casa” deja en evidencia los trapos sucios de una relación en conflicto que no se agota en la dupla mucama/patrona sino que salpica a todas y a todos. Llueven repudios. Las alarmas progres se activan de inmediato. Y luego se apagan. Mientras en redes todo apunta contra la señora Nicole, la voz de las trabajadoras sigue adentro del baúl del auto de un patrón o en un colectivo aparte donde el olor a desinfectante no moleste a las señoras de Nordelta.
Parece un asunto lateral, pero es parte del problema: la falsa discusión sobre si a mi empleada con covid-19 no la mando a un centro de aislamiento porque soy buena, y la fleto porque soy mala, también es “naturalizar la injusticia”. La pregunta sobre quién contagia a quién que se viene instalando en la televisión casi tanto como “¿y cuándo llega el pico?” es asunto de especialistas y no excusa para cazadores de población riesgosa y detectores de caldos de cultivo. Considerar públicamente como castigo o destino vergonzante a un centro como Tecnópolis pensado desde el Estado para aislar el virus en un ambiente humano y de cuidados, también es una de las formas de la injuria.
El lazo invisible
La opacidad del problema del trabajo doméstico que viene siendo denunciado desde el mismo feminismo de los 70 como contradicción interna y clave, es muy resistente. Si no, es impensable que recién avanzado el siglo XXI, mucho después de abolida la esclavitud y de aprobado el voto femenino, en 2013, durante el gobierno de Cristina Fernández se promulgara la ley que crea un régimen laboral para un trabajo que se sigue describiendo de entre casa como “la señora que me ayuda”. La ayuda nos explota, y nos explota en las manos. Curiosamente, esa ley no fue tan festejada como otros avances en términos de derechos humanos y además no se termina de cumplir ni en los discursos ni en los papeles. Aquí un ejemplo que suena a mensaje diabólico pero es real, más de 600 mil contribuyentes recibieron este correo electrónico de AFIP alguna vez: “A partir del cruce de tus datos patrimoniales y de consumo, te estamos enviando esta comunicación, porque nos llama la atención que no tengas a nadie registrado que te ayude en tus tareas domésticas". Las cifras sobre desocupación en pandemia dejan claro que entre quienes cumplen con la cuarentena no exigiendo que su empleada trabaje así como en los cruzados contra subsidios y planes, hay un porcentaje altísimo que no está pagando el sueldo a su empleada aun cuando su presupuesto les permite hacerlo. No limpia, no cobra.
Se trata de un trabajo considerado no esencial, porque en “su esencia” está que la mayoría usa transporte público, vive en viviendas con mucha gente por metro cuadrado... Los cuerpos (migrantes) y las condiciones (precarias) cotidianas, cuentan. El 93,6% de quienes trabajan en el sector son mujeres y el 76% no percibe descuento jubilatorio. Se produjeron en estos meses alrededor de 20.700 despidos, según el Ministerio de Trabajo de la Nación, y la cifra se multiplica entre una mayoría que trabaja sin papeles.
Esta injusticia social no se puede reducir a una pelea mediática entre dos figuras imaginarias, “patrona mala vs. mucama sin voz ni portavoz” porque archiva el problema bajo el rótulo “riña entre mujeres”. No se nace patrona, se llega a serlo. Una serie de tareas y saberes que últimamente empiezan a jerarquizarse bajo el concepto de “cuidados” nos hermanan en las demandas y las luchas, no nos enfrentan. La figura de “la chica de la limpieza” también es una gran construcción: desde la protagonista víctima del amor romántico en las telenovelas hasta una tradición literaria fascinada con las hermanas Papin, Las criadas de Jean Genet, monstruo doméstico capaz de revancha asesina, trampa y robo. ¡Urge una deconstrucción aquí! Cuando no es un enemigo la mucama, es un enemigo la patrona. Empleada y empleadora, parecen ser roles más justos y más precisos. El trabajo de cuidado, según una de sus tantas definiciones, es una actividad que comprende todo lo que se hace para mantener, perpetuar y reparar “nuestro mundo” de modo que podamos vivir lo mejor posible. Ese mundo comprende los cuerpos, las infancias, los relatos, el ambiente y todo lo que implica un factor vital. Es un combo de trabajos y saberes que no se suele ver porque consiste justamente en adelantarse a que se produzca su falta, la catástrofe. ¿Se puede confundir con mística maternal? Puede ser… pero no, nada que ver.