Es una teoría que suele surgir cada vez que un funcionario del macrismo o aliados ejecuta un nuevo acto de provocación verbal: la idea es que la agitación posterior, el centimetraje en medios gráficos, tiempo de aire radial y televisivo y debate callejero, sirve como una distracción de los hechos de fondo realmente graves, como la metódica demolición de la economía y el salario, el desempleo, el endeudamiento salvaje y los negociados del Estado con empresarios siempre prósperos. La teoría es atendible, pero también es cierto que cada nuevo brulote agrega irritación, espesa el clima y suma gente a las protestas. Fue sintomático que en la Marcha Federal Educativa abundaran los carteles con diferentes acepciones y conjugaciones del verbo caer: no se sabe si la frase del Presidente sobre la escuela pública fue un error no forzado, una sincera declaración de principios o qué, pero aglutinó conciencias y provocó que más de un indeciso se mandara a la Plaza de Mayo a exhibir su bronca.
Quizá porque esa destrucción económica es cosa de todos los días, también son diarias las ofensas orales del macrismo. El lunes le tocó el turno al Ministro de Educación Esteban Bullrich. Según el señor ministro, Ana Frank no fue secuestrada por los nazis en el marco de un operativo de exterminio que mató a seis millones de judíos, ni enviada a Auschwitz y luego a Bergen—Belsen, campos del horror creados por uno de los regímenes más sanguinarios de la historia: “Sus sueños quedaron truncos”, dijo, con ese conocido arte del eufemismo PRO no exento de poesía, algo menos brutal pero no menos insultante que las afirmaciones negacionistas de Darío Lopérfido, José Gómez Centurión y el asesor todo servicio Jaime Durán Barba, a quien Hitler le parece “un tipo espectacular”.
Resulta interesante analizar las extrañas volteretas conceptuales del ministro Bullrich. “Ella tenía sueños, sabía lo que quería, escribía sobre lo que quería y esos sueños quedaron truncos en gran parte por una dirigencia que no fue capaz de unir y llevar paz a un mundo que promovía la intolerancia”, dijo en Amsterdam, y no había pasado por ningún coffee shop antes. Según este curioso análisis, era el mundo el que promovía la intolerancia, y el régimen de Adolf Hitler no fue capaz de unirlo y llevar paz; en el afán de señalar como malo a todo lo que “desune” –es decir, la grieta provocada por el kirchnerismo--, el funcionario pronunció una burrada que en Europa es considerada negacionismo y penada por la ley. Aquí probablemente quede sepultada por la próxima frase bestia, a cargo de González Fraga y sus choripanes y vino o quien salga a prestar servicio. Quizá ni siquiera despierte las airadas protestas que levantó hace algunos años una viñeta humorística de Gustavo Sala en el Suplemento NO.
Si el párrafo que relativiza de semejante manera el genocidio nazi fue parte del discurso oficial (cosa que, dadas las posturas de este Gobierno en materia de Derechos Humanos, parece bastante probable), es grave. Si se trata simplemente de escasa ilustración o pobreza de discurso, es igualmente grave: hay que repetir que el señor Bullrich es Ministro de Educación. Que los contenidos dirigidos a millones de niños y jóvenes de la República Argentina estén a merced de un personaje que quizá sea negacionista o quizá solo sea un ignorante resulta tan inaceptable como la destrucción económica.