El 12 de octubre de 1936 el general falangista español Millán Astray vociferó en la Universidad de Salamanca ante la presencia de sus autoridades y alumnos, en medio de un discurso del filósofo Miguel de Unamuno: “¡Muera la inteligencia…! ¡Viva la muerte!”, Unamuno ya indignado por discursos anteriores les respondió ante el estupor de los presentes: “Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir. (...)Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito “Viva la muerte” (…) esta ridícula paradoja me parece repelente (...) Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los inválidos a su alrededor (...) Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.
Me impresiona esa anécdota, me fascina imaginar ese momento dramático y teatral, tenso y violento donde las palabras tienen significación concreta: el “viva la muerte” de Astray son los fusilamientos de miles personas que ya acaecían al calor de la sublevación franquista, la “razón” de Unamuno es la batalla perdida de las ideas ante la barbarie en ciernes, la muerte o el crimen de la inteligencia.
Cada día en los medios de comunicación masivos, televisión, radio, web, redes, personeros de un discurso de desprecio hacia la solidaridad, la comunidad, la convivencia, o sea, hacia la condición humana, levantan sus voces, esgrimen sus palabras que al final, aunque no parezca o no se las escuche o lea, exclaman “viva la muerte”. Cada día personajes que son émulos del general falangista exhiben, tal como lo describiera Unamuno, su calidad de mutilados, no mutilados físicos, porque, tal como enunciase el filósofo, no era el factor físico sino el intelectual y el moral lo que condenaba al energúmeno militar, entonces el predicamento de periodistas, políticos, personajes públicos de diversa laya, etc. hacen demostración de ese miserable estado moral.
Un periodista de escaso nivel intelectual pero de peso mediático es “pillado” por las cámaras de TV haciendo un gesto de fuerza, de festejo cuando su colega anuncia que en la semana se llegaría a diez mil contagiados de covid-19. El gesto, miserable en todas sus interpretaciones y razones, es uno más de tantos que día a día nos llegan, nos golpean, nos hieren pero, peor aún, nos amortiguan e insensibilizan, nos acostumbramos y así ganan terreno.
Entonces uno piensa que es parte de la dicotomía de valores entre la derecha y la izquierda o el campo popular. Esquema fácil porque el nivel de pensamiento de muchos de los comunicadores, periodistas, cronistas o conductores de programa no alcanza a discernir esas categorías, y pienso que esa mediocridad entendida como pequeñez y carencia de ideas o de un corpus sólido es el factor clave para explicar sus conductas, sus acciones; pero ¡claro! Objetarán con razón si es esperable en un medio como la televisión encontrar volumen, contenido y calidad de ideas, no importa su procedencia, y la respuesta cae por su propio peso.
Unamuno se preocupaba (se atormentaba) con justa razón porque un personaje como Millán Astray pudiese dictar las normas de la psicología de masas; pues cuánta razón tenía: ese personaje mutilado en la guerra que carecía de grandeza y detrás de él sus seguidores hicieron esa España donde la muerte ganó a la vida y la inteligencia murió. Los que día a día en la Argentina de la pandemia y de la lucha incesante contra la muerte salen a agitar sus banderas de libertad, de hartazgo, de cuarentena eterna e inútil, etc., los que operan para fomentar más hartazgo y multiplican ideas, sensaciones, fantasías de que todo es una conspiración totalitaria populista para arremeter contra la propiedad privada (por insignificante que pueda ser o valer, todo será del Estado) son justamente los Millán Astray de este presente: dictan la psicología de las masas, manipulando, alimentando, exagerando, mintiendo, exacerbando todas las sensaciones, creencias, percepciones. Son los Millán Astray porque, como detectó Unamuno con su expresión de “mutilado”, que seguramente hoy sería cuestionado por su sentido discriminatorio, hacía referencia a esa carencia de sentido moral en pos de intereses tan mezquinos que no pueden ver las necesidades del común y por lo tanto despliegan sus velos para que ese común pierda el rumbo y la memoria de sus propios intereses.
Aciagos tiempos estos cuando más que ideologías el antagonismo se traslada al campo de los valores esenciales como la vida misma y se vuelve tan paradójico como el de celebrar el derecho a decidir si se contagia o no, contagiando también a su vez, y al final si se muere o no.
Siguiendo la línea de Unamuno: ¿convencen aunque no tengan la razón? Tienen la fuerza para vencer, ¿pero convencen? Ya que no son acciones particulares, parten de esa matriz del poder cuya razón de ser, la supervivencia a cualquier precio, no escatima costos ajenos y recurre a los Astray del siglo XXI para que frente a una cámara, un micrófono, un teclado repitan de mil formas cada día “muera la inteligencia. Viva la muerte”.
*Historiador