Se dice que la covid-19 expone y exacerba los problemas que ya existían. Se trata de una afirmación que fácilmente se puede verificar en el sector editorial argentino. Los últimos cuatro años fueron malos para la venta y producción de libros, justo cuando el cambio de gobierno asomaba para darle impulso a esta industria cultural. Por la pandemia las librerías debieron cerrar sus puertas el 20 de marzo en medio del comienzo de la temporada escolar y a pocas semanas de comenzar la Feria del Libro de Buenos Aires, evento suspendido por primera vez desde 1975.
Las estadísticas de la Cámara Argentina del Libro (CAL) son contundentes. En 2014 la producción de libros llegó a 130 millones de ejemplares alcanzando el pico de las últimas décadas. En 2019 bajó a algo más de 30 millones. Sin embargo, nadie podría justificar esta baja en la pandemia. Los motivos hay que buscarlos en la crisis económica que arrastra el país desde hace varios años, con fuerte caída del poder adquisitivo de los salarios. Con el agravante de que, en este caso, se trata de artículos cuya compra se reciente cuando el bolsillo del consumidor se ve afectado. Sumado a ello que en la anterior administración nacional el Estado fue marginando de las políticas públicas el fomento a la lectura y las compras de material bibliográfico que supieron representar una inversión muy importante y una apuesta de calidad con colecciones muy cuidadas y valoradas que llegaban a todas las escuelas del país, y que durante la gestión de Alberto Sileoni como ministro de Educación Nacional alcanzaron una etapa de esplendor.
La covid-19 profundizó la situación. Se estima que para el 2020 se registrará una caída del 40 % sobre los ya pésimos números de 2019, llevando la producción a 20 millones de ejemplares, punto que pone a la industria editorial en riesgo de sostenibilidad.
Hoy, para no cerrar, las editoriales buscan por todos los medios entrar en los programas de ayuda estatal como los ATP. El “Plan Cortázar”, pensado para volver a dinamizar la industria luego de cuatro años de caída, pretende ahora desarrollar estrategias sectoriales con la difícil utopía de que el 2020 llegue a ser... por los menos tan malo como fue el 2019. Sería la manera de que la cadena no pierda diez mil puestos trabajo entre librerías, editoriales, imprentas, correctores, escritores, ilustradores, etc. Los anuncios del ministro Nicolás Trotta apuntan a retomar el Plan Nacional de Lectura que quedó trunco luego de un anuncio muy prometedor en el último día hábil de 2019.
Sin embargo, las frías estadísticas sobre la cantidad de ejemplares no pueden esconder la amenaza consistente en la digitalización de la edición y comercialización del rubro. El fantasma del libro digital recorre desde hace tiempo toda la cadena tradicional de editoriales, imprentas y librerías como un espectro que nunca llega a tomar cuerpo más allá de avances tecnológicos y cambios de consumos que arrastraron a otras industrias culturales a transformaciones definitivas. Ni en Argentina ni en el mundo hay evidencia de ello. El libro físico resiste vigente, pero estos meses de cuarentena obligaron a los profesionales del sector a fijar su atención en otros formatos de edición y distintas formas de comercialización, apurando capacitaciones en herramientas digitales.
Según CAL el 63% de las pocas novedades que se registraron en abril son versiones digitales de una edición en papel que ya se había registrado anteriormente. En 2019 este tipo de edición representaba tan solo el 15% de la producción. Las editoriales y librerías reconocen que mediante las redes sociales y el comercio electrónico aumentaron algo el porcentaje de las magras ventas. Hoy éstas parecen respuestas solo sintomáticas a la coyuntura y la necesidad del rubro de mostrarse activo, resistiendo la parálisis que imponía el aislamiento físico y como forma de captar algo de lo que la demanda de virtualidad y consumos digitales proponían, con crecimientos exponenciales en la oferta de películas y series, recitales y hasta obras de teatro en streaming.
Cuando la nueva normalidad que surja, luego que la covid-19 sea parte del catálogo de la historia de la humanidad, encontrará a un sector editorial que deberá lidiar con nuevos desafíos y con otros viejos conocidos, como la concentración de la producción en grandes grupos editoriales que vienen dominando los rankings de ventas y las vidrieras de las librerías.
Existe también un extenso y diverso grupo de editoriales llamadas independientes que tienen una larga trayectoria en la cultura de nuestro país. El desafío de este sector, que según el Proyecto de Extensión de la UNQ “El sur también pública” integran más de 420 editoriales, es encontrar en las nuevas tecnologías y en procesos colectivos para producción y comercialización, estrategias para seguir adelante. Se trata de salir a buscar las audiencias (o lectores) y no perderse en los mares profundos de las grandes superficies de cadenas de librerías. Las nuevas tecnologías, las ferias independientes, la comercialización por pedido, explorar las redes sociales y encadenar la producción con pequeñas imprentas son caminos a explorar.
Entre este grupo de editoriales independientes se destacan aquellas que eligieron constituirse como cooperativas. Ya no se trata apenas de alguna antigua excepción. Hoy también existen jóvenes profesionales que optan organizarse en forma colectiva, no solo por tener una figura jurídica sino como una manera de encarar los procesos productivos y creativos.
* Presidente de la cooperativa de trabajo Editora Patria Grande