El aislamiento preventivo puso en crisis al mundo, y los gobiernos mostraron salidas administradas frente a la encrucijada por resolver el golpe en las economías locales. En tanto, los ciudadanos digitales nos quedamos en casa y pasamos el rato consumiendo datos, hablando por Whatsapp o Zoom, entre otras aplicaciones.
Tomando las últimas estadísticas estamos mal pero no tanto. Seguimos haciendo la parabólica humana, como en los años noventa, para tener señal y mantenemos en línea. Según la Cámara Argentina de Internet en septiembre de 2019, contábamos con 9.164.684 conexiones, equivalente a un 65,8 % de penetración en los hogares. Para el INDEC, 8 de cada 10 habitantes de conglomerados urbanos usaron datos desde un celular durante el último tercio del año pasado.
Esos consumos en las ciudades coinciden con los lugares en donde más contagia la covid-19. Y es allí donde el flujo de informaciones circula a gran escala, con la particularidad de hacerlo por medios sociales como Tik-Tok, Instagram, Facebook o Whatsapp.
Whatsapp pertenece a Facebook y Zoom es la herramienta de moda, mientras otras plataformas de contenidos nos divierten hasta morir de aburrimiento. Si bien Netflix ocupa el centro del firmamento de las OTT, la vaca lechera sigue siendo el cable que viene incluido en los paquetes de cuádruple play. Desde 2018 Cablevisión Holding es el principal beneficiario gracias al control cruzado del Grupo Clarín sobre los mercados convergentes y sus prácticas de dumping.
Así las cosas, los Estados instrumentaron estrategias aprovechando Internet. Algunos optaron por preservar la salud e integridad de las personas; en tanto, tipos como Donald Trump eligieron la Bolsa en lugar de la vida.
Para pensar la comunicación en pandemia podemos hacerlo desde dos ejes.
El del flujo constante de información horizontal descrito por Pablo J. Boczkowski en “La postverdad” (Anfibia, 2017). Allí, el investigador deja en suspenso el análisis de “cámaras de eco” y “burbujas de filtro” por las cuales Trump torció el rumbo electoral que lo llevó a la presidencia en 2017, tras comprar 87 millones perfiles de Facebook y orientar el voto indeciso, vía Cambridge Analytica.
Para Boczkowski hay una suerte de “curaduría algorítmica” mezclada con una crisis cultural generalizada en todos los ámbitos sociales, se trate del periodismo, la salud o la escuela. En ese terreno se reproducen las fake news.
Además son visibles los errores del periodismo atolondrado que no chequea sus fuentes (o es operado por ellas).
Esta horizontalidad debe cruzarse con el eje vertical de la globalización capitalista, porque los ciudadanos cedemos nuestros datos personales como moneda de cambio.
Confiamos en que los amigos de FB son buenos y cuando escuchamos que Google News Initiative o FB Journalism Project van a mejorar el mundo, les creemos. Todo a pesar de Trump, los Panamá Papers y las wikifiltraciones del Pentágono.
Las redes sociales emulan la tradición oral y juegan al teléfono descompuesto, creando ambientes de información falsa o con sesgos de confirmación, movilizados por pasiones de una sociedad que encuentra en los smartphones las extensiones del cuerpo que adelantó McLuhan. ¡Y estamos fascinados por el sexto sentido de las tecnologías y sus pantallas!
Pero hoy el eje del poder vertical crea una ilusión de horizontalidad que no es lineal como en los tiempos de teléfonos a disco. Sus ruidos en la comunicación reproducen rumores que no son otra cosa que mentiras que nos gustan. Acá en Argentina, en EEUU y en la isla de Hong Kong.
*Docente universitario. Facultad de Ciencias Sociales - UBA