El exilio es un aroma fatal para algunos y una oportunidad para comenzar una historia personal que depara sorpresas, para otros. Esto es lo que ocurre en las reflexiones de un personaje solitario que de pronto se verán interrumpidas por la presencia de una mujer que vuelve a poner las cosas en su sitio. De lejos se ve más claro y poner distancia permite recorrer una vida, atravesar cruces y encontrar motivos para realizar balances. Decir Berlín, decir Buenos Aires es una nouvelle apoyada en una larga confesión, un monólogo interior donde el que cuenta no deja aspecto por abordar y, podría anticiparse, por resolver.
No se puede dejar de mencionar aquí que su autor, Saúl Sosnowski, es un ensayista y académico, es director de la revista Hispamérica, fundada en 1972 y un especialista en autores latinoamericanos. En el ámbito de la crítica, y también de los lectores en general, se lo conoce especialmente por su dedicación a las obras de Borges y Cortázar. También participó en la edición de numerosos libros sobre la represión de la cultura bajo las dictaduras en el Cono Sur en las décadas de los 70 y 80. Y ahora Sosnowski da a conocer su primera novela.
El exilio, la fugacidad de los encuentros, son las distintas variables para huir del compromiso en el amor; Alejandro Subbass da un salto sin red pero sobre sí mismo, el personaje central, de él se trata, es una suerte de lobo cansado y solitario. Su modo de operar sobre la realidad es introspectivo, despojado con una construcción que alude por momentos a una Rayuela muy conocida escrita en París, soñada en Buenos Aires a la que Cortázar echó mano para dar lugar a la escritura como una continuación de los juegos y de los fuegos de un lugar a otro, de un lado a otro.
Decir Berlín, decir Buenos Aires deja su matriz propia, condensada en pequeños hechos, pequeños pasos, como si el narrador evitara los espejos, las referencias, buscando dentro de un aljibe harto conocido de la memoria, la injusticia y el rechazo a su condición de judío. Se esboza un fuerte legado de la niñez, un ida y vuelta con el aroma de las pérdidas a flor de piel, difícil de olvidar, como los barrios con casas bajas y jardines en la entrada, el recorrido del colectivo 109 y una evocación constante de la inmigración como peso e influencia. El narrador por momentos es un nadador consumado en la pileta del edificio que habita, sin embargo elije de a ratos caminar, deshecha el auto y es un trotamundos en su mismo barrio. Algo de estos elementos lo lleva al desapego, el estar lejos en su tabla de valores del lugar de crianza como si en ese movimiento acotado se exponga una autocrítica, una manera de no entender lo que se dejó atrás ¿Por qué lamentarse? El país de origen está en capilla hasta nuevo aviso, ni siquiera cuando se le ofrece un mate o saborear un dulce de leche las cosas no irán hacia el sitio del recodo, son sólo fotos las que sobreviven y también un desvío que no puede eludir.”La literatura está hecha de esos desencuentros”, el pasado y el presente comparten un mismo espacio, el de la pelea y el cambio. Es inevitable que recuerde a su peluquero Abraham que le hablaba en idish y allí el libro se desencaja, se suelta, gana en sentidos y lucha por no estar petrificado en un solo tono, monocorde, egocéntrico, se lucha por no estar petrificado en un solo tema, la soledad como un lugar interminable e inabarcable, la sobre exposición de Alejandro Subbass al que el escritor no le saca la pluma de encima en sus ciento veintiséis páginas.
Poco a poco la trama requiere oxígeno y allí confluyen las cartas de una muchacha de 15 años y la eficacia con que se nombra al tango “Ojos negros” (¿con la magistral interpretación de Raúl Garello?) pues el compás del dos por cuatro hace evocar por un instante a la película de Nikita Mijalkov con el gran Marcelo Mastroniani en una escena memorable que es su llegada a un pueblo de provincia. En este caso Alejandro llega a un patio con macetas, a encuentros con el padre y la vuelta de tuerca final es la escena con Tamara. Las novelas de suspenso pueden empezar con un encuentro inesperado en el palier de un edificio y terminar en una trama de espías, se sabe que su corazón es un cazador solitario. Tamara llega al mundo de Alejandro para desbaratarlo todo de una vez. Erotismo y misterio es un cóctel difícil de eludir para el lector y constituyen la zona más sólida de la obra que da una pista de un Sosnowski narrador con todos sus recursos. En principio nada se sabe de esta mujer esbelta, extraña y enigmática que va y viene en la vida como de países y oficios desconocidos. De pronto emprende un viaje inesperado como así también regresa de manera repentina. Estos dos cruces del yo y la trama de suspenso en todo su esplendor, posibilitan que el que lea elija su propia aventura incluso como ejercicio de taller de escritura para crear sus propios dispositivos narrativos.
En la primera parte, cobra fuerte presencia el idish, cambiar la yerba del mate y las pistas ya conocidas de que el tiempo pasó, que ya basta de reproches, de lamentos que el Tiempo, el verdadero Amo (Lacan dixit) se lleva todo por delante. La acción entre los amantes desemboca en un doble motivo para festejar, es el primer personaje que aparece en el relato y de esta manera cambia de golpe el punto de vista y coloca al texto en el medio de un volcán en erupción, las palabras y los seres se sueltan la bata hasta quedar desnudos y nada de lo que se interponga en los fragmentos y escenas puede atenuar la ansiedad de encontrarse en las citas de los libros desparramados sobre la cama, en el aroma de los cuerpos, es una historia de caminantes que deciden hacer un alto para volver a la carga, para eludir el frío, para crear otras huellas y un idioma en común y compartir la vida de otra forma. Es de pronto la novela de un hombre solo que pronuncia: “Te amo” y se asemeja al puntal de toda una travesía. Tanto estar en un rincón de la casa casi como en una penitencia para que una desconocida, una mujer descalza y arriesgada corra por su habitación para dar sentido a tanto tiempo de estar apartado, a tanto rumiar por países y rincones.