Desde Barcelona
UNO Rodríguez no tiene ningún amigo monárquico y conoce algún discreto felipista (de Felipe VI, no de Felipe González); pero le falta tiempo para contar los juancarlistas con los que se cruza día a día. Entre ellos, ese ser --abdicante y exiliado y al que Dios no salva-- que cada mañana lo saluda desde el espejo del baño y a quien frecuenta desde de su nacimiento pero reconoce cada vez menos.
DOS Porque ser juancarlista es otra cosa. Y acaso lo más inquietante/importante de todo: se puede ser juancarlista a la vez que republicano.
Juan Carlos I --como el gazpacho y la siesta y la paella y los toros y, sí, el alucinado Quijote-- siempre estuvo ahí.
Y, de pronto, Juancar se fue, pasó.
Pasó y fue hace poco más de una semana. Y Rodríguez todavía no se repone de su ausencia y lo sigue buscando por los rincones. Ya miró debajo de la cama. Como si Juancar fuese las llaves de su casa, su DNI, la mascarilla encontrada o la juventud perdida. Y, de acuerdo, el Rey devaluado a emérito con dinero (o con más dinero aún) seguía siendo El Rey en el inconsciente colectivo. Pero lo cierto es que, de un tiempo a esta parte, su "legado" se había visto empañado por presente impresentable. Y parecía ya no bastar con lo de su "pilotar" la democracia durante la Transición desmarcándose de últimas voluntades de Franco, o lo del 23-F, o su épica de bragueta caliente, o su gracia de contador de chistes malos desde ventanilla de auto arribando a hospital o en muelle zarpando en su "Bribón" o en su "Fortuna". Así, el semanario Time no dudó en definirlo como "como uno de los héroes más sorprendentes e inspiradores de la libertad del siglo XX". El siglo XXI, en cambio, no le fue tan inspirador a Juancar, pero sí mantuvo lo de "sorprendente": su heredero se casó con plebeya que a él nunca le cayó bien, su matrimonio de apariencias con la aguantadora Sofía se volvió difícil de sostener, su hija fue imputada y su yerno entró en prisión. Y pronto le tocó a él: en 2012 un descaderado accidente de caza en Botswana reveló a la descarada "amiga entrañable" Corinna, Juancar se vio obligado a pedir disculpas frente a las cámaras, y comenzó a manifestar salidas de tono y aire de fastidio en actos surtidos. Los que lo conocen aseguraron que --siendo constitucionalmente "inviolable"-- nunca pudo tolerar el haber sido empujado a ese "Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir".
En cualquier caso, todo derivó en abdicación fuera de agenda en 2014. Y no ha de ser fácil para un monarca/jefe de estado el que se le negase lo que se le concedió en su día a su patrocinador/dictador Generalísimo: morir en el poder. Se le mantuvo vitalicio título honorífico, sí; pero enseguida se lo puso en jaque con lo del jeque "regalándole" decenas de millones de euros no declarados en "fundación" suiza (destapando currículum de comisionista de luxe como gran promotor de la "Marca España" que demasiados poderosos conocían y hasta alentaban). Felipe le retiró la paga y se desvinculó a futuro de alguna posible herencia (anunciando, presionado por primicias de periódicos extranjeros, este "cortafuegos" ante notario, firmado casi un año atrás, recién el primer día del virulento estado de alarma). Y el cada vez más arrinconado en Moncloa pero siempre persecutorio Pablo "Podemos" Iglesias se agrandó como miserable Javert.
Ahora, de nuevo, Juancar vuelve a poner en práctica shakespeareano Exit Ghost. Y escribió forzada cartita de despedida pública a Felipe "ante la repercusión de ciertos acontecimientos de mi vida", "para contribuir a facilitar el ejercicio de tus funciones" y porque "mi legado y mi propia dignidad me lo exigen". Modo elegante de comunicar, apenas entre líneas, un "Váyanse todos a la mismísima. El Mismísimo se va".
TRES Así que fue hace nada, pero en el acto, ya tenía la eternidad marmórea y broncínea de lo histórico. En la tele, el bufón-joker virólogo Fernando Simón cascabeleaba que la cifra de contagiados del día para récord europeo no estaba completa por "problemas técnicos para sumarlos". Y, de pronto, se acabó lo que se daba. Y se enmudeció al coronavirus (desatendiendo interés de intrigada "élite científica" por venir a España a estudiar lo mal que se gestionó todo) para que parloteara el virus de la corona y su apestado. Y, enseguida, expansión viral y comunitaria en editoriales/tertulias y sus hijos devorando a Saturno y (des)componiendo operetas a Zarzuela y réquiem al camelo del Camelot local. Todos preguntándose por qué lo hizo (se teoriza que Juancar sufre inexplicable y casi dickensiano pánico a la pobreza y que ahora será mantenido por benefactores también dickensianos); ¿dónde está/irá/quedará? (ya se le aventuraron más destinos que a Tintín; y ahí hay gran idea para cómics, calcula Rodríguez: Juancar en el Tíbet, Juancar en el país del oro negro, El tesoro de Juancar el Borbón...); de quién es la verdadera culpa (¿del que hace o deja hacer y qué va a hacer ahora el gobierno?). Pero para entonces Juancar (¿desterrado o huido o escondido o de vacaciones o a por tabaco?) ya había puesto distancia de seguridad o punto (¿seguido, y aparte, final?) de fuga.
Permanecen su hijo "El Preparado" (con esa voz que le juega malas pasadas en discursos al vacío y provocándole a Rodríguez, comparativamente, el mismo poco entusiasmo que Shia La Beouf haciendo de Indiana Jones Jr. en una que siempre será de Indiana Jones Sr. y de Harrison Ford); su esposa y consagrada leonorista Letizia (no hace mucho casi ordenándole a su envarado marido apoyarse en barra de bar y que masticase jamón con el populacho para ganar puntos en campechanismo juancarliano); y Sofía en palacio como nostálgica imagen adorable a la que se sacará a pasear para funerales de estado o posando junto a nietas que son ahora el futuro (cada vez más condicional y nada simple) de "La Institución".
CUATRO Y se mantendrán en guardia sus caballeros de tanta sobremesa redonda quienes, a pie de avión, oyeron a un "harto" Juancar decir que “Los menores de 40 años me recordarán solo por ser el de Corinna, el del elefante y el del maletín” y que "esto es un paréntesis" y "quizá vuelva en septiembre".
No precisaron si lo dijo con tristeza o partiéndose de la risa al partir, que no es morir un poco, sino seguir viviendo a cuerpo de rey. Y Sánchez hubiese preferido que renunciase a título y se confinase a telejuancarlear en petit palace madrileño hasta el veredicto de Hacienda ibérica y tribunales helvéticos; pero nadie es perfecto, qué joder.
Atrás y abajo --en tierra infirme, con el agua al cuello-- millones de juancarlistas lo esperan, como un solo súbdito, para subir juntos la más que nunca escarpada y otoñal cuesta, con Muerte Roja cercando casas y castillo.
Y, de pronto, Rodríguez lo entiende todo y a todos, incluyéndose a sí mismo: al majestuoso pero campechano Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón --el I y el Único-- se lo quiso y se lo seguirá queriendo porque representa nada más y nada menos que la idea perfecta pero incorrecta de lo que todo sistemáticamente violado y cazado siervo piensa que sería y haría de ser rey sabiendo, también, que nunca lo será.
Larga vida a todos ellos.