Flor Villalba tiene 34 años. Juan Videla, 32. Y acaban de cumplir cinco años de pareja en una casilla rodante. "Venimos viajando desde que nos conocemos", dicen a coro. Y es literal: la cuarentena los agarró tripeando por Córdoba y, en vez de pegar la vuelta, decidieron anclar en Embalse a la espera de que la nueva normalidad les permita seguir escalando. El plan inicial era ir desde Lomas de Zamora hasta Alaska. El proyecto se llama Rodando hacia la libertad y tiene un canal en YouTube en el que suben videos sobre la travesía.
Juntando la moneda durante todo el año laboral, el primer viaje fue a Brasil, luego mochilearon por Colombia y después en las Islas Galápagos. Pero lo que los detonó y les cambió la bocha fue Costa Rica. "Ahí conocimos a varios argentinos que laburaban y vivían con poca guita, y a la vez nosotros veníamos saturados de trabajar todos los días hasta tarde y vernos poco. Nos levantábamos a las cinco de la mañana incluso los fines de semana", detalla Flor, guardavidas y profe de natación, quien entonces madrugaba para ir a un club en Capital.
¿Qué hicieron, entonces? Tres cosas: se manijearon con canales viajeros de YouTube, pusieron fecha de salida y vendieron todo lo que tenían (auto, moto, muebles) para comprar una combi y convertirla en motorhome de cero. Juan es dibujante, ceramista y trabaja como escenógrafo de La Renga desde hace diez años, pero además de eso se da maña con la herrería y la carpintería.
Cuando un hogar va sobre ruedas...
Durante seis meses, Juan afectó los fines de semana exclusivamente a transformar la Mercedes Sprinter 310 modelo '97 en un hogar con sus propias manos. Desde sacarle los catorce asientos hasta elevar medio metro una parte del techo porque no entraba parado. Además de hacer un baño con duchador, inodoro químico portátil, termotanque de seis litros y piso flotante de palet para que escurra el agua, o la cocina con una anafe de dos mecheros conectado a un tubo de gas de 10 kilos, bacha, alacena, estantes.
Mucho hierro, tornillo, remache, soldador, maderas varias, cemento de contacto, barniz, numerosas capas de aislante y hasta velcro, para evitar que se muevan espejos, utensilios y petates en los caminos más ásperos.
"Vimos muchos videos en YouTube, y decíamos: 'Si ellos pudieron viajar, por qué no nosotros?'. No era gente rica ni nada de eso. Investigamos un montón y eso nos dio mucho coraje", dice Flor. Y Juan agrega: "Hay gente que espera a recibirse, jubilarse o comprarse algo. Siempre están esperando algo para hacer el viaje… y nunca lo hacen. Nosotros planeamos una fecha para irnos con lo que teníamos. Y si no lo teníamos… lo conseguiríamos en el viaje".
La caravana comenzó el 1º de marzo desde Lomas de Zamora hacia el pueblo bonaerense de San Miguel del Monte, donde ranchearon frente a la laguna. Luego encararon hacia Rosario y se apostaron en la ribera del río Paraná. Y la escala siguiente fue en la zona de Embalse Río Tercero, del Valle de Calamuchita, cinco días antes del decreto de aislamiento social, preventivo y obligatorio. "La cuarentena nos obligó a cambiar nuestros planes, aunque nuestro gran sueño era salir de Buenos Aires… y lo conseguimos", banca Flor.
Magical Mystery Cuarentour
En Embalse tienen una pareja amiga que les permitió estacionar el motorhome en la puerta de su casa. Un beneficio para nada desdeñable. "Un policía nos recomendó no mover la camioneta. Al principio estaba todo jodido y teníamos miedo de que nos mandaran de vuelta a Buenos Aires. A muchos viajeros les pasó eso, incluso los denunciaron. Jamás nos planteamos volver. ¡Vendimos todo para viajar, ahora no nos vamos a echar atrás!", explica Juan.
Durante un tiempo trataban de hablar lo menos posible, para que no supieran que eran forasteros. "Pero fue imposible –dice Flor–. Nuestro acento es imposible de disimular en Córdoba. ¡Y mucho menos nuestra camioneta aerografiada, ja!" Cuando a los meses se liberó la circulación en el pueblo, aprovecharon para hacer turismo interno y moverse por los cerros Pistarini o de los Enamorados, las playas del lago artificial, la Cueva de las Brujas o el legendario complejo hotelero, hermanado con el de Chapadmalal.
Y también, claro, para encontrar nuevos códigos de convivencia: "En espacio reducido, tenemos que organizarnos con las actividades. Incluso con las cosas: tenemos todo ordenado porque, sino, te las llevás puestas. Nos hemos chocado la cabeza contra todos lados, literal. Y también hemos chocado como pareja, no vamos a mentir. La clave es bajar el ritmo y laburar la paciencia. En cierto punto la cuarentena nos ayudó a convivir de otra manera", asegura Flor.
Muchos les preguntaron cómo se financian y monetizan, más aún en cuarentena. "Nunca pensamos este viaje como vacaciones y la idea siempre fue trabajar: por las dudas trajimos un plan B, uno C y otro D", se ataja Juan, quien en pleno viaje hizo dibujos para el último video de La Renga.
En distintas cajuelas (e incluso en el techo) hay fibras, aerógrafos y una máquina para hacer tatuajes hasta soldadora, amoladora, lijadora, caladora. También una camilla para hacer masajes y rehabilitación. Así las cosas, los dos pegaron laburo en Embalse para juntar dinero a la espera de que las rutas se vayan aclarando.
Tan buena onda pegaron en el pueblo que los invitan a comer a varias cosas, una marca de birra artesanal les propuso una degustación y, para coronar, acaban de pegar un voluntariado en un complejo de cabañas.
En el medio de todo ese tiempo entre el laburo y la contemplación (también el orden y el mantenimiento mecánico de la casilla, gran temor de cualquier viajante), también el contenido audiovisual para el canal de YouTube que les lleva otro tirón. Es una habilidad que Flor incorporó durante el viaje: "Aprendí a los golpes: primero editaba en el celu durante muchos horas, me dolía la cabeza y quedaba bizca".
A sabiendas de que las fronteras internacionales serán las últimas en descongelarse, recalculan el plan inicial hacia un viaje argento de punta a punta. Primero el norte, o quizás el sur. "¡Hacia donde se pueda!", coinciden.