Parecen estar a punto de interrumpirse en cada relato, suerte de monólogos que, en realidad, se convierten en conversaciones que ocurren a destiempo. En la versión online de La noche devora a sus hijos surge un concepto de puesta en escena que se sobrepone a la distancia de los actores y actrices, al hecho irremediable que cada unx permanezca en sus casas. En la pantalla se crea un espacio ligado por la narración, pero también unido por un procedimiento actoral que consigue imponerse, avasallar la pantalla, negarse al límite espacial para ocurrir de un modo que hace explotar el dispositivo virtual.

En la dramaturgia de Daniel Veronese hay una aventura devenida en novela, una forma narrativa que instala a los personajes en el pasado. La voz de la madre ha dado estas historias para que después sufran algún tipo de mutación en el sinfín de relatos, en la repetición que es parte de la estructura de esta obra. El conflicto existe por acumulación de palabras. Hay algo que asusta, que se teme del desenlace de cada situación, la proximidad con algo que desacomoda a quien escucha. Una intriga se imagina en esta estética de la superposición. Podrían ser pequeños relatos policiales sin desenlace. Nuestra atención alterada imagina conexiones que suenan extrañamente surrealistas. Lo poético se desangra en el protagonismo de la voz, en ese deseo de hablar que vemos en cada recuadro de zoom. Allí todo el grupo de actores y actrices potencia una facultad de contar que es tan cautivante como inevitable .En la dirección de Veronese queda claro que la palabra siempre hay que pelearla, que nunca hay calma en el inminente momento de hablar.

La entidad de personaje está desplazada y, de algún modo, el ambiente hogareño que lxs cobija (a veces disimulado por el exterior de un jardín o un parque) ayuda a fortalecer su lugar de intérpretes que invocan personajes desde la narración sin habitar el cuerpo de ninguno de ellos. Si alguien abandona la escena, no tardará en volver y, de ese modo, Veronese encuentra un ritmo, una dinámica que doblega las limitaciones del encuadre.

En lo vertiginoso de los relatos que pelean por ocupar ese lugar intangible de lo virtual, quedan imágenes sueltas, una composición poética que lxs espectadorxs pueden tomar como si fueran fotos que caen en una sala de teatro imaginaria. En estas experiencias donde la palabra está por encima de la acción pero, de algún modo y casi por contraste, es la actuación la que le otorga entidad dramática al dispositivo, lo que queda es siempre una parte, como si la integridad de la historia huyera de nosotrxs.

El efecto de zoom ayuda a construir una idea de separación. Si esta obra ocurriera en un escenario ¿Dónde estarían realmente? ¿Compartirían estos personajes un espacio ficcional? Gracias a la plataforma de video conferencia la certeza de estar aisladxs se vuelve parte del conflicto. Hablan solxs pero el relato lxs contiene, conocen la totalidad como si todxs fueran sus autorxs pero el enunciado surge desde territorios que no podrían encontrarse. Como si estuvieran diseminadxs en el mundo y hablaran de lo mismo pero en una soledad insalvable.

La propuesta original de Veronese se materializaba en una puesta donde actores y actrices iban a estar intercaladxs entre lxs espectadorxs en la sala de Timbre 4. Algo se respira aquí de esta promesa. El zoom rescata esa percepción, la posibilidad de pensar a estos personajes como parte de una multitud, como seres anónimos que podrían ser cualquiera de nosotrxs.

Son personajes que parecen gritar en un bar a la noche, pedir la atención como quien se queja o denuncia al mundo algo que le falta

La noche devora a sus hijos puede verse los sábados a las 21 y los domingos a las 17. Entradas en Timbre 4 .