Desde París.
Un suspiro condescendiente y una mueca que expresa un “¿quién sabe ?”, acompañan en París el anuncio de la vacuna Sputnik V contra la Covid-19. La reacción es una costumbre cuando se trata de Rusia. Todo lo que viene de Moscú es pasado en el Oeste por el tamiz del recelo. Y como a Sputnik V la desarrolló un instituto estatal (Gamaleya de epidemiología y microbiología, financiado por el fondo soberano RIDF, Fondo Ruso de Inversión Directa) la suspicacia es aún mayor. Además, al contrario de lo que ocurrió con la vacuna estadounidense, perfeccionada por la biotecnológica Moderna, y la experimentada en Oxford por el grupo británico-sueco AstraZeneca, la vacuna rusa aún no entabló el período de tres ensayos y sus resultados tampoco se difundieron en revistas científicas de las grandes ligas. Todo apunta, sin embargo, a que se va derecho a una confrontación de probetas entre Rusia y Occidente. El nombre de la vacuna es, en sí mismo, una declaración de intenciones: Sputnik V es el nombre del satélite que la entonces Unión Soviética puso en órbita en plena Guerra Fría, en 1957, y con el cual le ganó a Estados Unidos el plrimer tramo de la carrera espacial.
En Washington, el secretario de Salud, Alex Azar, dijo que “el punto no es ser el primero con la vacuna. El punto es tener una vacuna que sea segura y efectiva para el pueblo estadounidense y la población mundial”. Los europeos, por ahora, mantienen su silencio en bloque. A mediados de junio, la Unión Europea presentó un plan conjunto cuyo eje consistía en “compras de vacuna agrupadas” entre los 27 estados miembros y una “exploración” de las vacunas, en curso de elaboración en el seno de las multinacionales farmacéuticas, para comprar cientos de millones de dosis. La retórica solidaria no resistió a la pugna entre las multinacionales farmacéuticas cuyos intereses suelen estar divididos entre su país matriz y Estados Unidos (es el caso de la multinacional francesa Sanofi).
La Organización Mundial de la Salud (OMS) también se mantuvo distante y recomendó a Moscú imitar los modelos internacionales de producción de fármacos, aplicar “las directivas claramente” y respetar “rigurosamente los procedimientos”. En junio de este año, la OMS había contabilizado 116 vacunas en curso de experimentación, de las cuales 10 habían entrado en la fase de pruebas técnicas. En la actualidad, según el organismo, existen 25 inmunizaciones en espera de una evaluación clínica y 5 prototipos avanzados de inmunización respaldados por pruebas técnicas. Sputnik V (fase uno) está en la lista de los 25 pero no figura en la de los 5 más avanzados. Los 5 adelantados son los siguientes (fase 3): el desarrollado por los alemanes de BioNTech y el norteamericano Pfizer, el de la biotecnológica Moderna, el de los laboratorios chinos Sinopharm y Sinovac, y el proyecto en manos de la Universidad de Oxford y AstraZeneca.
La famosa “alianza mundial” para producir una vacuna presentada por la Unión Europea se quedó en un deseo. Cada Estado, cada multinacional, se encerró en sus laboratorios para terminar armando una pista de fórmula uno donde en vez de autos hay laboratorios, espías, dinero, guerritas diplomáticas, zancadillas, servicios secretos, miles de millones de dólares y mucha retórica vacía. Cada uno a lo suyo. Ya en mayo de este año, el ministro francés de Investigación, Frédérique Vidal, había puesto en entredicho el optimismo del presidente norteamericano Donald Trump y su agenda de la vacuna, que es en realidad una agenda electoral. Vidal dijo en ese momento que no era “razonable” contar con una vacuna antes de “18 meses”. La misma sospecha con que se apuntó a Trump en ese momento abarca ahora al presidente ruso Vladimir Putin. Para los occidentales, Sputnik V carece de validación en esta etapa de informaciones científicas fiables y su anuncio repentino respondería a una pura meta política. Hay, no obstante, una diferencia con Washington: las elecciones estadounidenses son en noviembre mientras que Vladimir Putin no tiene en el camino una agenda electoral que lo amenace ni un sistema político que le permita a la oposición desbancar al presidente. En Berlín, este martes, un portavoz del ministro alemán de Salud puso en tela de juicio “la calidad, la eficacia y la seguridad” de la vacuna rusa. La misma fuente recalcó luego que para los europeos “la seguridad de los pacientes es la primera prioridad”. La frase es por demás cómica dado el estatuto de quien le emite. Poco después, en París, el titular francés de la cartera de Salud, Olivier Véran, dijo de forma cortante: «no tengo porqué otorgarle mi confianza a esa vacuna rusa”. En resumen, esto quiere decir que los europeos esperan la solución en la que trabajan los grandes laboratorios y no toman en serio el antídoto ruso. Un rápido sobrevuelo de las declaraciones que circulaban durante la Guerra Fría desemboca en una conclusión inequívoca: hay, por parte de Occidente, la misma retórica tendiente a desacreditar a Rusia que aquella que estaba en plena moda en los años 50 y 60 del Siglo XX. A medidos de julio, Reino Unido, Canadá y Estados Unidos denunciaron que espías vinculados con Moscú habían intentado piratear universidades y centros de investigación con el fin de robar información sobre el coronavirus. Las tres capitales señalaron a una de las unidades de los servicios secretos rusos (FSB) de haber protagonizado las incursiones informáticas. Se trata del grupo APT29, también conocido como Cozy Bear, al que ya se señaló en el robo de los emails del Partido Demócrata de Estados Unidos en 2016. Esta vez se habría utilizado el súper programa WellMess.
Donald Trump es el mejor amigo de los rusos. Les debe su elección en 2016, de hecho, como ya se ha demostrado en inúmeras investigaciones. Hay una carrera entre los Estados y las multinacionales farmacéuticas por obtener, el primero, la poción salvadora. A los rusos se les reprocha sobre todo la rapidez de la elaboración de la vacuna y la ausencia de datos confiables. En el telón de fondo la confrontación es densa, más allá del aspecto central, la salud. Suerie Moon, codirectora del Global Health Center del Instituto de Estudios Internacionales y del desarrollo de Ginebra (IHEID), decía hace unas semanas: "jamás antes una vacuna había sido considerada como un bien estratégico, tan esencial para la seguridad nacional, la reactivación económica y la salud pública”. Sanofi, Merck, Johnson and Johnson, Moderna, AstraZeneca, BioNTech, Pfizer, Sinopharm, Sinovac, AstraZeneca, Rusia, China y Estados Unidos son las piezas de esta forcejeo global por una vacuna a cuyo descubridor le aportará tanto dinero como prestigio. Es una Guerra Fría revisitada en el calor secreto de los laboratorios.