Lo veo desde la esquina de enfrente, el barbijo le tapa la mitad de la cara pero lo reconozco al toque. Se asoma a la puerta del bar y se apoya en la mesa que impide el ingreso de los clientes. ¡Osvaldo!, le grito, pero no me escucha. Cruzo y me bajo el tapaboca. Ahora sí que se alegra. “¡Me dan ganas de abrazarlo, Jefe!”, grita contento y me ofrece el codo para que choquemos los cinco.
–Tanto tiempo que no nos vemos, ya tenía chucho de que se hubiera pescado la covid, pero lo veo rozagante y para nada achanchado.
–Gracias Osvaldo, veo que sigue copado con las palabritas en desuso que la Vice puso de moda, pero le aclaro que no son lo mismo que el lunfardo, sólo algunas coinciden. Justo iba para el oculista porque el teletrabajo me está dejando virola. Si no me dan más aumento pronto no voy a ver si es pato o gallareta.
–Bueno, pero antes le sirvo un cafecito. Ya hace dos semanas que estamos con el “teikeuei”. A usted se lo sirvo y lo toma acá, paradito, así parloteamos un rato antes de que se vaya a lo del galeno. Estoy contento de haber vuelto. Uno se queja del trabajo diario, pero la cuarentena me estaba matando. Olga, mi señora, ya no me aguantaba más en casa, porque andaba todo el día de monserga en monserga. No estamos acostumbrados a tantas horas juntos, necesitábamos los dos un cacho de distancia social, como se dice ahora. Acá, aunque sea de dorapa y en la yeca, me desquito charloteando con los gomías como usted, que además es uno de los pocos que me sigue la corriente con algunos temas. Sabe, en los últimos días anduve cachuzo porque se me murió un ídolo. Con Olga teníamos todos sus discos y lo vamos a extrañar.
–¿Fontova –arriesgo–, Mundstock quizás?
–No Jefe, no. Esos dos eran ídolos del Beto, mi pibe. Al Negro Fontova lo conocía. Al otro ni de nombre. Del de apellido difícil era fanática Luciana, la pareja de mi hijo, y ahora la sumó a Olga, que se mata de risa viendo los videos de ese conjunto del que tampoco me sale el nombre.
–Les Luthiers –le digo.
–Ese, ese. Pero yo no hablaba ni de ellos ni de Fontova, a pesar de que con el Negro me divertía un kilo y dos pancitos, yo le hablo de uno de los grandes de la música romántica, quizás algo olvidado en los últimos años. Y no me diga Sandro, porque ese fue el más grande de todos, pero éste que se nos fue ahora merecía otro homenaje. Apenas salieron algunas líneas y, por supuesto, un especial en Crónica TV, que no me defrauda nunca. ¿No adivina?
–La verdad que no, Osvaldo, confieso que me deja patitieso su preguntita. ¿De quién me habla?
–De Juan Ramón, jefe, de Juan “Corazón” Ramón, y no me diga que no lo juna, porque se me cae un ídolo.
–Sí, sí, claro que lo conozco, pero admito que no supe nada de él en los últimos años, ni tampoco me enteré de que había fallecido.
–Lo dicho, ni siquiera ustedes, los periodistas, que se creen sabelotodos, estaban enterados. Pobre Juan, en su momento parece que se peleó con alguien del ambiente y le empezaron a hacer fama de mufa. Alguna lengua viperina le colgó ese San Benito y a pesar de eso nunca se quejó ni le hizo mal a nadie. ¿Sabe usted, don sabiondo, por qué le decían “Corazón” a Juan?
–Supongo que era porque cantaba canciones románticas…
–No, no, mejor no suponga nada porque mea fuera del tarro. Le decían “Corazón” por eso pero, sobre todo, porque era muy buena gente y hacía muchas obras de caridad. Nunca falta algún zanguango envidioso de los que tiran pálidas y les importa un comino todo el daño que producen.
–Yo me acuerdo de haberlo visto cantar en Sábados Circulares de Mancera, ¿o fue en Sábados de la Bondad, con Héctor Coire? Usaba un atuendo muy común, estaba siempre de saco y camisa. ¡Hasta corbata se ponía! No tenía carisma, sólo esa cara de buenazo y el mismo problema que Roberto Carlos, otro grande. Podía moverse poco porque usaba zapato ortopédico. Se sentaba en un taburete y movía la cabeza hacia ambos lados pegando la pera al pecho.
–Ve lo que le digo, Jefe, usted no me defrauda nunca, no sabía que lo conocía tan bien a Juan Ramón. No me diga que no fue el mejor haciendo las canciones de Charles Aznavour o las de Domenico Modugno en castellano.
–Osvaldo, la verdad que cuando Juan Ramón estaba en el candelero, yo era muy chico. Empecé a escuchar música con el Club del Clan, y le puedo hablar de Palito Ortega, Lalo Fransen, Nicky Jones, Johny Tedesco, Jolly Land, Violeta Rivas y hasta de Néstor Fabián, su marido, que cantaba tangos. Pero a Juan Ramón no lo seguí mucho.
–Lo lamento por usted, porque se lo perdió. Pero está a tiempo de escucharlo, no le digo de prestarle mis discos porque tengo miedo de que me los afane, pero Juan Corazón está hasta en “Espotifai”. El otro día el Beto y Luciana, que no lo conocían ni de nombre, lo buscaron ahí. ¡Si será grande Juancito! Busque y escuche “Ma vie”, “Lacrado con un beso”, “En mi mundo”, “Muñeca de cera”, le puedo dar cien temazos y me quedo corto. Y eso que daba ventaja, porque era intérprete y nunca compuso nada propio. Yo creo que si se ponía a componer le pasaba el trapo a Julio Iglesias.
Pero ya que habló de Johny Tedesco, le cuento que él vive por acá, por el barrio. Tiene un negocio de ropa de mujer en una galería sobre Santa Fe. A veces viene a tomarse un cafecito. De puro tímido nunca me animé a decirle nada. O usted se cree que no lo admiré también a él: con esos pulóveres que usaba y ese temita pegadizo que decía en el estribillo: “Ya no tengo más problemas/ ya no tengo más problemas…” Otro capo el Johny.
Mire, le digo una que seguro no sabe: ¿Se acuerda de “Popotitos”, ese rocanrol tan famoso: “mi amor entero es de mi novia Popotitos…”
–Pare, pare Osvaldo por favor, no arme batifondo, que no se puede estar en la calle y menos bailando, hablemos tranquis.
–¡Qué tranqui ni tranqui, Jefe, no sea tan aguafiestas, quiere! Imposible recordar esas canciones sin mover un poco las patitas. No se me haga el chancho rengo, que usted debe haber movido el esqueleto con Johny y chapado a lo bestia con los boleros de Juan Ramón. En esos años todo era pipicucú, y cuando aparecieron las primeras chicas con minifalda, y después con minishorts, a todos se nos cayeron las medias. ¿Se acuerda o no?
–Me tengo que ir, Osvaldo, disculpe. De todo me acuerdo, pero la seguimos mañana. Ahora que pudo volver a trabajar le prometo venir seguido como antes. Aunque voy a extrañar sentarme en mi mesa favorita. Sábados Circulares de Mancera, Sábados de la Bondad, de Coire, el Club del Clan, Johny Tedesco, Lalo Fransen, Jolly Land. Y le sumo otra. ¿De Perico Gómez y Cachita Galán, se acuerda?
–Me mató. No, de esos dos no me acuerdo.
–En la próxima le cuento. ¡Chau, Osvaldo!
–¡Espere, espere! Tome, le regalo una estampita de Juan Ramón. Pongalá junto a la de Pugliese, que los dos traen suerte. Pobre Juan Corazón. ¡Mufa las pelotas!