El cazador mexicano, escritor y autor de cine, confiesa que extraña mucho andar suelto por el monte. Guillermo Arriaga se convirtió en el primer ganador del Premio Alfaguara con Salvar el fuego que no pudo hacer la gira por España y varios países de América Latina. El inicio de la novela premiada destila la ferocidad necesaria para volverse un principio memorable. “Este país se divide en dos: en los que tienen miedo y en los que tienen rabia. Ustedes, burgueses, son los que tienen miedo. Miedo a perder sus joyas, sus relojes caros, sus celulares. Miedo a que violen a sus hijas. Miedo a que secuestren a sus hijos. Miedo a que los maten. Viven presos de su miedo”, escribe José Cuauhtémoc Huiztlic, preso que carga con una sentencia de cincuenta años por homicidio múltiple, quien entablará una relación con Marina, una coreógrafa, casada, con tres hijos y una vida convencional que estallará en mil pedazos.
Arriaga (Ciudad de México, 1958) ha publicado las novelas Escuadrón Guillotina (1991), Un dulce olor a muerte (1994), El búfalo de la noche (1999) y El Salvaje (2016), y la colección de cuentos Retorno 201 (2006). La palabra guionista le genera urticaria: él prefiere afirmar que es autor de las películas Amores perros, 21 gramos y Babel --por las que fue nominado al Oscar, Globo de Oro y al Premio Bafta al mejor guion original—, porque la película no es solo del director. The Burning Plain (2008) es su ópera prima como director. Al cazador que escribe le gusta meter el dedo en las llagas de la sociedad mexicana.
--¿Por qué “el fascismo nos habita, pese a nosotros”, como dice Marina en “Salvar el fuego”?
--En una sociedad temerosa el fascismo se convierte en una respuesta. Una sociedad que tiene miedo también tiene rabia. Por eso creo que nos habita el fascismo; y es curioso cómo la predicción de Marx de que la clase obrera iba a ser socialista no sucedió. La clase obrera mundial está yendo hacia el fascismo. Los que están votando a los fascistas son las clases populares.
--¿En este mundo pandémico los miedos están más exacerbados?
--Yo creo que están más exacerbados con mucha razón, porque mucha gente se está quedando sin empleo. Y los que tienen empleo sienten que los que no tienen empleo les van a robar, a secuestrar o les van a matar para quitarle algo. Pero en tres o cuatro años el mundo va a equilibrarse, como pasó en la pandemia de gripe española de 1918. Después vinieron “los fabulosos 20”, por así llamarlos, cuando todo era un gastadero de dinero; el mundo que tan bien retrata Scott Fitzgerald en El gran Gatsby.
--¿Entonces estaríamos en un momento de transición?
--Sí, como ha habido otros momentos. Pero lo que sí está evidenciando la pandemia son las contradicciones más profundas del capitalismo; está demostrando que hay unas brechas gigantes entre unos y otros. Aquí en México el 13 por ciento de los pacientes que ingresan con Covid-19 a un hospital público mueren, mientras que en el hospital privado muere sólo el 1,3.
--La pandemia está profundizando aún más las desigualdades e injusticias, que es uno de los temas de fondo de “Salvar el fuego”, ¿no?
--Exacto. Yo no quise hacer una novela política ni social; fue algo que se me fue dando naturalmente. Como escritor no puedo evitar que se filtren esas realidades, más cuando he estado viajando mucho por México, donde se hacen más evidentes estas contradicciones.
--Uno de los personajes de la novela plantea que es necesario tener un escritor que sea como Jean Genet. ¿Quién sería el Genet de la literatura mexicana hoy?
--No hay nadie que haya venido del inframundo del crimen. Tenemos escritores que sí venimos de la calle, pero no tenemos un Genet que venga de las entrañas de la sangre. Hay una discusión en varios ámbitos artísticos sobre si el artista debe darle voz a lo que no la tienen. Lo ideal es que haya artistas que tengan voces en todos los estratos. Lo ideal sería que todos tuvieran voz: que el asesino tenga voz, que el campesino que no tiene trabajo tenga voz, que el obrero tenga voz. Que todos tengan voz. Eso del artista como caja de resonancia de los marginados y demás, como lo plantea la novela en algún momento, puede hasta sonar falso. Marina dice por qué mis preocupaciones pequeño burguesas son más válidas que las preocupaciones de un campesino. En un momento también se pregunta por qué los europeos quieren que los latinoamericanos estemos hablando de miseria y violencia y por qué no podemos hablar de amor o de problemas de pareja.
--La perspectiva de darle voz al otro es paternalista, ¿no?
--Exacto. Obviamente no tiene tiempo y recursos para hacerse escuchar, pero lo que se necesita es que le den recursos para que se puedan escuchar las culturas y expresiones de todos. En la novela, cuando los presos empiezan a escribir, se muestra que cada preso tiene su voz y que no necesita intérpretes. Yo no tengo la obligación de darles voz a otros.
--¿Por eso los textos de los presos que aparecen en la novela son invención tuya y no “testimonios” o crónicas de presos reales que participen en talleres literarios?
--Sí, tengo la suficiente dosis de calle como para escribir; conozco los suficientes malandros para poder escribir sobre lo que están pensando o sintiendo. Por eso me atreví a hacerlo.
--¿Hubiera sonado falso incrustar en la novela textos escritos por presos?
--No, yo creo que la novela se hubiera ido hacia otra agenda, ¿me explico? Yo estaba creando una ficción y una ficción no es un trabajo periodístico. Una ficción siempre es un cristal por el que se observa la realidad. Y yo quería que ese cristal fuera un cristal con cierta coherencia y esa coherencia se la podía dar si los textos de los presos los escribía yo.
--¿Te costó escribir esos textos?
--No. He andado mucho en la vida, conozco mucha gente y muchas hablas. Yo tengo la fortuna de haber dormido con campesinos; conocí muchachos que terminaron como sicarios y que ya están muertos. He comido con ellos, he convivido con ellos.
--Tu pericia como escritor es dirigir tu oído a las voces de los otros, ¿no?
--Más que oído es tener empatía por lo que están viviendo. He escuchado historias de todo calibre, desde las más espantosas a las más optimistas.
--Pero la empatía sin un buen oído no funciona
--Tengo la ventaja que crecí en un barrio y yo era el que iba a una escuela privada; entonces siempre viví como en los dos mundos: pasé de la clase media baja a la clase media alta porque a mis padres les fue bien económicamente. Soy cazador y la cacería te hace ir a lugares que nunca te imaginaste. En Argentina estuve con los gauchos en Dolores y vi cómo viven ellos y sus hijos.
--¿Siempre que viajás aprovechás para cazar?
--No, en Buenos Aires fui a dar una conferencia y cuando me preguntaron con qué me pagaban les dije: “páguenme con una cacería”. Los únicos países en los que he cazado fuera de México han sido Estados Unidos, Nueva Zelanda y Argentina; en los tres he dado conferencias. Yo soy muy dicharachero, muy accesible, muy platicador, le pregunto mucho a la gente qué hace y cómo vive. No me da miedo hacer preguntas. Tengo un interés genuino por el ser humano.
--¿De qué escribiría un escritor sin un interés genuino por el ser humano?
--Hay escritores a los que les interesa más el lenguaje. Lo que más me interesa a mí es el ser humano. Si yo fuera candidato presidencial, me la pasaría hablando con todo el mundo.
--¿Pensaste dedicarte a la política?
--Sí, pero se me infectó el corazón de muy joven, leí a Borges y quise ser escritor.
--¿Militaste en algún partido?
--No, si soy anarquista, imagínate… no confío mucho en los partidos políticos.
--¿Un anarquista mexicano a quién vota?
--Yo no crecí en un hogar católico, entonces no tengo el sentido del pecado. Para mi familia el pecado real era la injusticia y la miseria; entonces siempre voté por la izquierda porque creo que hay que corregir el problema de la desigualdad.
--¿Por qué en la novela aparece con tanta fuerza el racismo en México?
--El racismo es un problema grave en este país; en México hubo una integración que no ha sido asumida del todo. Es curioso, pero aquí no hay ningún monumento a Hernán Cortés. Aquí Cortés es denostado; los héroes son Cuauhtémoc y los emperadores vencidos. Acá es un insulto decir “indio” o “patarrajada” (porque no usa zapatos)… Aun cuando tenemos un gobierno de izquierda ahora, que está tratando de defender a los pueblos originarios, no tenemos ningún ministro puramente indígena. La política mexicana sigue dominada por los mestizos y los criollos. El único presidente indígena que tuvimos fue Benito Juárez.
--¿Qué espacio tienen la lectura y el libro en este mundo pandémico?
--Es curioso cómo ha regresado una nueva generación de lectores porque dentro de todas las artes la lectura es la que más introspección provoca. ¿Quiénes se han encerrado? Los que se pueden encerrar; encerrarte es un privilegio, el 75 por ciento de la población no se puede encerrar porque se muere de hambre. Dentro de los que se pueden encerrar, las clases medias, media alta, está apareciendo una nueva generación de lectores que se cansaron de Facebook, de Twitter, de Instagram, de las series, y de repente ven un libro y se ponen a leer y están recuperando la lectura.
--¿Los libros salieron ganando en este contexto?
--No sé cómo se está viviendo en Argentina, pero en México encuentro cada vez más y más lectores jóvenes porque tengo constantes Zooms con círculos literarios. Valentina Trava, una booktuber mexicana, dice algo que es muy interesante: que el acto de la lectura no es solitario; uno quiere hablar con otros del libro que está leyendo y esta pandemia creo redes de lectores en toda América Latina y España. El acto de leer es comunitario.
--Antes se decía que la lectura era una actividad solitaria, como la escritura; que se escribe y se lee aislados. Ahora pareciera que aquellos que están aislados y encerrados necesitan leer con los otros, ¿no?
--El arte viene de la cacería; las primeras pinturas rupestres tienen motivos de cacería. Los cazadores que volvían de cazar un animal les contaban a la comunidad lo que había sucedido, lo que habían visto. De esa manera se compartía el conocimiento y las experiencias.
--Cuando empezaste “Salvar el fuego”, ¿quisiste escribir una novela contra los que esperaban de Guillermo Arriaga, en tanto escritor mexicano, una historia donde apareciera la violencia y el narcotráfico?
--No, como escritor no puedes sobrecargar tu obra de ideología. Uno escribe como puede; aparte no hay tanto control. Si un escritor tuviera tanto control sobre lo que escribe, sólo escribiría obras maestras. La escritura es como un animal salvaje; haces algunos esfuerzos por conducirla, pero va hacia donde se le da la gana. No se deja cazar. No hay forma. Mucha gente me dice por qué no escribes mejor y a uno que me lo dijo lo invité a un café. ¿Tú juegas fútbol? “Sí”. ¿Por qué no juegas como Messi? “Porque no puedo”, me dijo. Uno en el arte hace lo que puede, no lo que quiere. Como dice (Luis) Buñuel en Mi último suspiro: “si de algo me siento orgulloso es de mis contradicciones” (risas).
La tristeza del cazador
“Mis papás me dieron un gran amor por los animales; parece una más de mis contradicciones, pero para poder cazar necesitas tener un gran amor por los animales. Ya sé que es una paradoja, pero si no tienes amor por la naturaleza, no se puede cazar”, dice Guillermo Arriaga, que le dedicó la novela Salvar el fuego a sus padres, Carlos Arriaga Alarid y Amelia Jordán Susilla, “originadores del fuego”.
--¿Recordás cuál fue el primer animal que cazaste?
--Sí, una ardilla. Y pajaritos, que me comía. Pero lo primero que cacé fue una ardilla, a los doce años.
--¿Cómo fue esa primera vez, cómo fue ese bautismo con la caza?
--El mayor bautismo es comerte lo que cazas; es cerrar el círculo de lo que mataste. Cuando matas a un animal, sientes una profunda tristeza: ¿por qué lo maté? ¿quién me creo yo para matar un animal? Pero también un gato montés mata a una liebre; una garza mata a un pez; un puma mata a un venado. Entonces tienes que asumir que sos parte de la naturaleza y que si no mato yo alguien va a matar y le van a pagar para que destruya los montes. Cazar te da mucha tristeza, pero así es la naturaleza y yo soy también parte de la naturaleza.