Histórico fue el anuncio que el pasado martes hiciera el demócrata Joe Biden vía Twitter: tras meses de especulaciones, confirmaba a Kamala Harris como su compañera de fórmula en la carrera por la presidencia de Estados Unidos. De vencer en las urnas el venidero 3 de noviembre, la actual senadora se convertiría en la primera vicepresidenta del país. El asunto de andar rompiendo techos de cristal, sin embargo, no le es precisamente novedoso a esta rutilante política de 55 pirulos, que habla francés, cocina muy bien y es ducha en los juegos de palabras. Entre sus muchas chapas: haber sido la primera persona afronorteamericana, además de la primera mujer, en convertirse en fiscal del distrito de San Francisco. Ya luego, tras dos mandatos, ser la primera mujer en detentar el cargo de fiscal general de California; y en 2016, ser la segunda mujer negra en ser electa senadora en la historia de los Estados Unidos. Según analistas de aquellos pagos, el anuncio de Biden planta no solo una socia sino una posible sucesora: él, finalmente, se ha llamado a sí mismo “un candidato de transición”, “un puente hacia una nueva generación de líderes”.
Para la líder Kamala, hija de académicos inmigrantes (su madre era hindú, su padre es jamaiquino) que creció rodeada de intelectuales y activistas afronorteamericanos, “la política tiene que ser relevante, no un soneto bonito”. Defensora de la interrupción voluntaria del embarazo, de un mejor y mayor acceso a la salud, de reformar la justicia criminal, de acabar con la injusticia racial, de poner fin a la pena de muerte, de legalizar la marihuana, de terminar con la brecha de género salarial, de implementar políticas en pos de justicia climática y ambiental, hay quienes la tildan de “moderada”, criticando rabiosamente ciertas medidas que promoviese antaño. Por ejemplo, penar a padres por el absentismo de sus hijos en las escuelas. O promover el encarecimiento de las fianzas en efectivo para desalentar el crimen, una postura que -para el ala más progresista- criminaliza la pobreza.
“No aprendí las fallas del sistema judicial en la escuela de leyes o leyendo los diarios. Crecí viendo cómo impactaban desproporcionadamente en la comunidad negra. No es un tema académico para mí. Cuando decidí convertirme en fiscal, fue con plena conciencia de lo que necesitaba ser urgentemente corregido”, sus palabras.
El pasado año, cuando era precandidata a presidenta, un periodista le preguntó cómo pensaba continuar el legado de Obama y ella, hasta la coronilla de que la llamaran “la Barack mujer”, fue rotunda: “Yo tengo mi propio legado”. De hecho, acorde a un asesor cercano, la vuelve loca que la reduzcan a un estereotipo demográfico. Así las cosas, el famoso Yes We Can del expresidente devino base para el slogan de quienes la apoyan y hoy vitorean en redes: Yes We Kam! Hueso duro de roer, Trump ya la ungió con su epíteto favorito, el de nasty (extraordinarily nasty, en su caso), al recordar cómo le había hecho sudar la gota gorda a su candidato para la Corte Suprema, el nefasto juez Brett Kavanaugh, durante las audiencias de confirmación de 2018. Haciendo gala de sus dones como exfiscal, la senadora fue fulminante al interrogarlo sobre las acusaciones que pesaban sobre él por abuso sexual y sobre su postura antiaborto. “¿Conoce alguna ley que dé al gobierno el poder de tomar decisiones sobre el cuerpo de un varón?”, una de las sardónicas preguntas que lanzó a un incomodísimo Kavanaugh. Otro en protestar fue exfiscal general Jeff Sessions que, testificando acerca de la trama rusa en la campaña 2016, le echó la bronca al grito de: “¡Usted me apura y yo me pongo nervioso!”.
Kamala Harris estudió leyes en la Howard University, considerada la universidad negra por excelencia, templo del saber afronorteamericano desde su fundación en 1867. Prueba, además, de que la segregación corría hasta hace no tanto en Estados Unidos… Precisamente por haber trabajado con senadores segregacionistas que se oponían a unificar el transporte escolar en los 70s, Harris confrontó a Biden durante el primer debate del partido demócrata el año pasado, dejando a Joe descolocado. Aquel intercambio hizo que ella subiera en las encuestas y qué él bajara… Aunque, obvio es decirlo, acabó imponiéndose como candidato del partido, y dejando las diferencias de lado, eligió a Kamala como compañera de fórmula, destacando la entrañable amistad que la senadora mantuvo con su hijo Beau, que falleció en 2015, cuando ambos eran fiscales. “Vi cómo litigaban contra los grandes bancos y trataban de proteger a mujeres y niños”, subrayó el ¿futuro? presidente, llamando a Harris “una mujer que lucha por la gente menos favorecida”.
Mención aparte amerita su familia. Su madre, una brillante científica especializada en el cáncer de mama, se llamaba Shyamala Gopalan, y era hija de un diplomático de Chennai y de una activista de la India que enseñaba a mujeres rurales sobre anticoncepción. Gopalan se graduó de la Universidad de Delhi a los 19 y, evitando un matrimonio concertado, viajó a Berkeley para doctorarse en nutrición y endocrinología. Eran los 60s y, militando por los derechos civiles en el campus, conoció a otro estudiante de posgrado: Donald Harris, oriundo de Jamaica, que hacía la especialidad de economía. Se casaron, y Kamala nació en el ’64; su hermana Maya (que colaboró como asesora en la campaña de Hillary) llegaría dos años después. Al parecer, KH solo escuchó discutir a sus papás al divorciarse cuando tenía 7: no se ponían de acuerdo en cómo dividir la biblioteca… “Mi madre cocinaba como una científica. Tenía una cuchilla gigante y un armario lleno de especias. Según cuáles usase para preparar okra, convertía al plato en comida para el alma”, rememoró cierta vez. Su nombre, de hecho, proviene de la cultura hindú: Kamala significa flor de loto y es otra manera de referirse a Lakshmi, diosa de la belleza, la abundancia y la prosperidad. Un buen augurio…