El 12 de agosto de 1806, las tropas británicas al mando del general William Carr Beresford se rindieron a Santiago de Liniers, en lo que significó la Reconquista de Buenos Aires. Así terminaba la primera incursión militar inglesa en el Río de la Plata. Un año más tarde tendría lugar la segunda invasión.
La primera invasión se produjo en el marco de las guerras napoleónicas, que enfrentaban a la mayoría de las potencias europeas al imperio francés de Napoleón Bonaparte.
En 1805, la armada inglesa asestó una dura derrota a los franceses en la batalla de Trafalgar, sobre la costa de Cádiz. Esa victoria garantizó a la Corona británica el control del Atlántico, con lo que se pudo poner en marcha el plan que se venía preparando desde hacía un tiempo: la invasión de las colonias españolas, durante la vigencia de la alianza militar de España y Francia contra los ingleses.
El primer ministro William Pitt aceptó la propuesta del revolucionario venezolano Francisco de Miranda. Este, junto al comodoro Home Popham, preparó un plan de operaciones.
La estrategia era controlar Buenos Aires, dado que desde allí salía con destino a España la plata del cerro de Potosí. En octubre de 1804, barcos ingleses habían interceptado la llegada a España de buques cargados de plata y oro del Alto Perú. Controlar Buenos Aires implicaba cortar el flujo de minerales del Alto Perú que financiaban a la corona española.
Unos 1600 soldados ingleses llegaron al mando de Beresford el 25 de junio de 1806. Desembarcaron en la costa de Quilmes y avanzaron sin mayores problemas. El virrey Rafael de Sobremonte apenas organizó la defensa.
Dos días después del desembarco, Buenos Aires se rindió. Mientras tanto, Sobremonte, que no presentó batalla, instaló la capital del virreinato en Córdoba. Uno de los miembros del Consulado de Buenos Aires solicitó trasladarse a Córdoba para servir al virrey español. Cuando le negaron el permiso, se fue a Montevideo para no servir a los ingleses. Se llamaba Manuel Belgrano.
Entonces comenzó la organización de la autodefensa de los criollos, para cubrir el vació dejado por Sobremonte, y que pondría en tela de juicio la existencia del virreinato y de la autoridad española antes de los hechos de 1810.
Uno de los hombres más poderosos de Buenos Aires, Martín de Álzaga, comenzó a armar a los criollos y a organizar grupos de defensa. En rigor, a Álzaga lo movía el hecho de que los ingleses decretarían el libre comercio y, como comerciante, se había beneficiado del monopolio español.
El 1º de agosto se produjo el primer choque de un grupo comandado por Juan Martín de Pueyrredón con las tropas inglesas. Los británicos derrotaron a los criollos. En esas horas, un francés al servicio de España organizaba la Reconquista desde Montevideo. Era Santiago de Liniers, figura clave de aquellos días. Liniers cruzó con sus barcos en medio de una sudestada. Llegó al Tigre y allí se sumaron más hombres.
El 12 de agosto, las tropas de Liniers avanzaron sobre Buenos Aires. Tomaron la iglesia de la Merced, a metros de la actual Plaza de Mayo. Las tropas de Beresford quedaron acorraladas por los hombres de Liniers y por los soldados de Álzaga. En total, hubo unos 200 prisioneros, que fueron llevados a Tucumán. El 20 de agosto, el jefe militar inglés firmó la capitulación ante Liniers.
El poder colonial español había quedado severamente dañado, pese a la victoria. Sobremonte sería juzgado por “imperio en el arte de la guerra” y Liniers, que se convirtió en su sucesor como virrey, creó milicias urbanas.
Entre tanto persistían los problemas para comunicarse con España y garantizar el envío de productos desde el puerto de Buenos Aires. La ciudad había sido recuperada, pero el Atlántico seguía dominado por Inglaterra.
Un año más tarde tendría lugar la segunda invasión, mucho más grande, también rechazada por los criollos. El gobierno porteño daría un paso más hasta consumar la ruptura con España a partir de 1810.