En la antigüedad, griegos y romanos reservaban para esposas y mujeres de la familia el segundo piso de sus hogares para evitar que fuesen vistas.
Las Hetairas eran mujeres “para estar adelante” lo que se corresponde con la etimología de prostituta: pro, adelante; stituta, stare.
Para ser vistas y escuchadas, intercambiar con hombres, asistir a los simposia, llevar una vida pública. Pagaban impuestos y en general eran extranjeras. Tenían una vida semejante a la de las mujeres intelectuales de la segunda mitad del siglo XX y XXI.
También había esclavas.
Los griegos tenían hijos legítimos, ciudadanos, con las esposas griegas, podían tener hijos con hetairas o esclavas, pero no eran ciudadanos, estos hijos existían en un “no lugar”.
La historia de Medea se inscribe en ese marco social, ella en Grecia era una extranjera y a ese no lugar se caía sin remedio si el ciudadano griego que la protegía la abandonaba.
Jasón había perdido su derecho al trono en Grecia, el tío que se lo arrebató lo envió a la Cólquida, a orillas del Mar Negro, a buscar el vellocino de oro. Así comienza la saga de los Argonautas y nace la historia de amor de Jasón y Medea. En la Cólquida, Medea era sacerdotisa, es decir virgen, hija del rey que enamorada de Jasón usó su magia para que consiguiera al vellocino, luego huyeron a Grecia donde vivieron muchos años juntos y tuvieron dos hijos.
Pasado el tiempo, Jasón comprendió que Medea era un obstáculo en el ascenso de su carrera política y decidió casarse con Glauce, la hija del rey.
A partir de esa boda, la vida de Medea y sus hijos sería la nada misma, perdieron todo. Medea mata a sus hijos y huye. Es aprehendida pero no puede ni siquiera ser condenada porque no es una ciudadana, es una mera extranjera.
El mito dice que una mujer por despecho mató a sus hijos como venganza porque fue abandonada.
Las ideas de Walter Benjamin nos permiten otra lectura que considera la nadificación social que padecen muchas mujeres extranjeras o pobres que son entregadas al desamparo más absoluto sin que socialmente se considere la participación que tuvo el hombre, esposo, padre, empleador en el desencadenamiento de la catástrofe.
El patriarcado es una organización social que aparentemente favorece al hombre y desfavorece a la mujer.
No se trata de que los hombres hagan cosas desvalorizadas que hacen las mujeres, ni las mujeres “brillantes actividades masculinas”.
Cosas de mujeres y cosas de varones es una división que desfavorece a ambos, porque todo dualismo conduce a aporías esterilizantes.
Cuando el pater familia romano podía levantar al recién nacido del suelo y darle vida o abandonarlo en un camino condenado a muerte, ¿era justo para él tener que tomar la decisión sólo?
O cuando tenía que ir a la guerra con permiso para matar y matando convertirse en héroe o, o, tantos infinitos o…
O ser el único responsable de mantener económicamente a la familia…
La exigencia de ser brutal frente a otros varones para confirmar su masculinidad.
La madre de los hermanos Graco cuando les dice: “Vuelvan de la guerra con el escudo o sobre él”, exigiendo triunfo o cadáver.
¿Por qué los varones tienen que ser los que llevan a cabo la circuncisión ritual o en un naufragio ser el joven el que debe ofrecer su salvavidas a una anciana?
¿Por qué el féretro del padre lo llevan los hijos varones y no las hijas?
¿Por qué es necesario ser fuerte, diestro, inteligente y exitoso para ser respetado mientras la mujer sólo tiene que demostrar que no es una “mujer pública” con toda la ambigüedad del término, para no ser adjetivada como puta o yegua?
Las desventajas son desiguales pero injustas para ambos, todos necesitamos “un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres” (Rosa de Luxemburgo).
Delia Torres Aryan es directora de la Diplomatura de Diversidad Sexual y Género de APdeBA (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires).