La industria de los juguetes infantiles fue y sigue siendo extremadamente sexista, imprimiendo un muy rígido mandato de género a sus creaciones como marca de fábrica, separando a rajatabla los productos para niñas de los para niños. No hay más que entrar a una juguetería para comprobar la vigencia de la supuesta dicotomía de rosa o celeste que se impone desde el nacimiento, y que se duplica en muñeca o pelota durante toda la infancia. Algunos juegos que escapan de la lógica de distribución binaria de los juguetes, como aquellos que son para jugar en familia, reproducen en sus cajas un ejemplo monolítico, como la del célebre Ludo Matic, que mostraba una foto de la mal llamada “familia tipo”, claro exponente de que todo lo lúdico estaba automatizado por una cultura del heterosexismo hegemónico.
Pareciera más bien que para jugar con los géneros y con el deseo queda muy poco espacio. Claro que igual, siempre, y especialmente en las infancias, cada quien, con un poco de valentía y de ingenio, podía hacer un uso a contrapelo, saliendo de las reglas del juego, porque muchas veces jugar es transgredir. No hay que olvidar que lo queer es un modo de hacer más que de ser: cualquier juguete con un mandato heteropatriarcal puede usarse para todo lo contrario.
Figuritas mutantes
La industria de las figuritas no escapa a esta lógica disciplinaria de los géneros: históricamente el binarismo representado en pelota versus muñeca se sigue extendiendo en las figuritas de fútbol (el más legitimado entre coleccionistas infantiles y adultos a nivel mundial) enfrentadas a los universos rosas que, aunque siempre cambian de rostro, siempre son hermanas de Sarah Kay, Muñecas para vestir, Frutillitas, Rainbow Brite, Mi pequeño Pony, LOL Surprise! Sin embargo, en el avance de la cultura pop en las figuritas, tal vez por el carácter un poco frívolo que siempre revistió ese universo, se lograron crear zonas un poco liberadas de tanta estética e ideología disciplinaria de los géneros. A veces, con un simple círculo o un rectángulo de cartón o autoadhesivo, se podía jugar y ganarle al heteropatriarcado.
Hay que considerar que la historia de las figuritas confirma que en sus inicios estuvieron directamente relacionadas con el placer y el vicio: las primeras series coleccionables venían en los paquetes de cigarrillos y de chocolates. Pero la explosión pop de figuritas a fines de los 70 y durante los 80 hizo que se le adosara todavía más sensualidad, incluso queer, a la experiencia: a la tradicional brillantina que podían traer las figuritas para niñas (un glam que ciertos varones envidiaban) se le sumaron, o se volvieron más comunes, figuritas para raspar y oler, afelpadas, que venían acompañadas por un chicle, las que eran en 3D o con distintos visores especiales que expandían la sensorialidad de contemplar una imagen en un pequeño rectángulo. La tecnología de la figurita apuntaba más a todos los sentidos, al goce más completo. Es verdad que el universo de los álbumes para varones todavía estaba dominado por el miserable fotorrealismo de la mayoría de las figuritas de fútbol, donde incluso se tendía a la foto-carnet del jugador, negando toda la sensualidad corporal. Sin embargo, la cultura pop avanzaba para crear un canal menos reaccionario. Por ejemplo, el álbum de Tom y Jerry de 1980 podía traer una figurita donde John Travolta mostraba su pecho desnudo con una camisa desabrochada hasta el ombligo; o la colección del año siguiente de Kiss traía también figuritas de Village People y Queen. Creo que el paso de los 70 a los 80 en las colecciones locales, que incluye el camp desatado de los álbumes de Flash Gordon (1980), Fama (1983) y He-Man (1985), fue una suerte extraña de primavera queer de las figuritas en Argentina, más raro aún porque estábamos en medio de la dictadura.
La ola verde
El álbum más queer de esa época fue “Mujer-Araña y She-Hulk contra los súper-villanos”, una rareza editado en 1981 que no se parece a nada que se haya publicado en algún otro lado. Tomando a dos personajes femeninos de Marvel recientemente creados, y que no habían estado asociados antes en los cómics, este álbum construye un raro matriarcado superheróico. Y no son las únicas mujeres, sino que también está Dazzler de los X-Men con protagonismo entre las figuritas, entre otras. Aunque las dos súper heroínas están creadas como contracara femenina de famosos personajes como el Hombre-Araña y Hulk, ellos no aparecen evocados en el álbum, aunque sí otros superhéroes. Y lejos de los equipos de superhéroes donde la mujer es una sola entre la multiplicidad de varones, en este álbum ellas copan la parada desde distintos estilos de mujer, empezando por una She-Hulk en su versión de gigante verde más punk, que viste con andrajos, muy en la forma primitiva del personaje de la serie inicial de historietas de The Savage She-Hulk. Aunque el álbum tiene figuritas autoadhesivas con imágenes individuales de personajes, como una suerte de pin-ups muy estilizadas gráficamente, el grueso de las figuritas de cartón están dibujadas y coloreadas con un estilo tosco, como alguien que intentó calcar rápido el estilo Marvel; a veces, incluso, hay figuritas cerca del garabato. Las súper heroínas tienen dos caras a lo largo del álbum, una glam y otra desfigurada, como si fuesen más mutantes de lo que ya son. Hay que reconocer que, además, She-Hulk es de las súper heroínas que parecen villanas, por aspecto agresivo y monstruoso, especialmente como aparece desarrollada en este álbum, lo que la vuelve aún más ambigua. Obviamente, las mujeres del álbum se alejan de la feminidad para público infantil que proponía la televisión de aquella época, como las Trillizas de Oro, las Elvira Romei, las Gachi Ferrari y las Cecile Charré: Mujer-Araña y She-Hulk contra los super-villanos fue un álbum femininja. Y aunque hoy los coleccionistas puedan decir que fue un álbum de superhéroes pensado para “nenas”, y probablemente la editorial Cromolandia lo haya pensado así, solo conocí hasta hoy coleccionistas varones (yo lo tuve cuando tenía seis años, y es el primer álbum que tengo memoria de coleccionar), por eso es probable que sea el primer álbum extrañamente unisex. También se dice que no funcionó en su momento, que vendió poco y nada, tal vez porque los personajes eran desconocidos para les niñes en esos años, pero además por el carácter queer que tenía. No descartaría del peso crítico del álbum en ese contexto el dato de que El beso de la mujer araña, la novela de Manuel Puig que se editó en España en 1976, estuvo prohibida en esos años en Argentina. Hoy es un álbum de culto y el más cotizado entre coleccionistas por fuera de los álbumes de fútbol.
La cultura de las figuritas sigue vigente, pero ya no es lo mismo en una cultura donde la imagen circula mucho más libremente que en aquellos años. Sin embargo, la industria sigue tratando de hacer que esos rectánculos de papel sigan teniendo una potencia única. En los álbumes de superhéroes, por ejemplo, siempre incluyen figuritas plateadas y doradas, que son las más deseadas, porque ni el cine ni la historieta tienen ese brillo particular, que ni el scanner ni la fotografía pueden duplicar. Esas figuritas metalizadas tienen una personalidad fluctuante, tornasolada, son espejitos de colores, piezas que funcionan como prismas, un lugar donde la luz rebota, donde el glam hace chicchispa, donde quienes coleccionamos aún vemos reflejado nuestro pequeño placer polimorfo.