Kipo y la era de los magnimales
El escenario animado de Kipo y la era de los magnimales, serie de DreamWorks producida para Netflix, es un mundo post apocalíptico. Edificios rotos que tienen árboles de sombrero y autos oxidados que se cansaron de esperar. En medio de la destrucción y el silencio de la soledad aparece Kipo. Una chica de 13 años con ojos magenta y piel tostada que debe encontrar el camino para regresar a casa. Todo a su alrededor le resulta extraño. No es por el desmoronamiento de una ciudad que supo estar poblada, es porque Kipo es un ser subterráneo que vive en una madriguera. "Flores, son mucho más grandes que en los libros", dice al ver unos pétalos gigantes. En las flores bailan abejas bolicheras. Cubren sus ojos con gafas y sus colas brillan como luces de neón. Son insectos DJ, tocan música electrónica mientras amasan polen. En este lugar nada es convencional: los chanchos son celestes y tienen cuatro ojos, los mapaches hacen aerobic enfundados en calzas de spandex, las ranas se visten de traje. Kipo debe aprender a sobrevivir en la superficie acompañada de otrxs niñxs: Lobita, Benson y unas criaturas mutantes. Las diferencias entre ellxs muestra que no existe una sola forma de crianza, y menos de familia.
El creador de la serie de 2 temporadas, Radford Sechrist, comparó al programa con El mago de Oz. No solo porque la protagonista viaja a un mundo con reglas diferentes. También por la atmósfera queer que envuelve a esta obra, cielos fluorescentes y flamencos rosados que recuerdan a John Waters. En el capítulo 6, Kipo festeja su cumpleaños en un parque de diversiones vacío. La cita es con Benson, un chico afrodescendiente. Subidos a la vuelta al mundo, justo cuando sus cuerpos parecen flotar en el espacio, Kipo le declara su amor a Benson esperando recibir su primer beso. La escena comienza a tornarse romántica, pero el clima hetero revienta cuando Benson le anticipa que debe saber una cosa. "¿Me quieres como amiga?", le pregunta Kipo. "Sí, porque soy gay", le cuenta con naturalidad. Con esa linea Kipo y la era de los magnimales se convierte en la primera serie infantil en tener un personaje que dice ser gay sin subtextos o metáforas, llamando las cosas por su nombre. Las hormonas de lxs protagonistas son una parte fundamental del relato. Por eso el escenario post apocalíptico adquiere otro significado: es el derrumbe de un mundo conocido para darle espacio a otro que genera vértigo y adrenalina. La llegada de la adolescencia donde lxs adultxs empiezan a ser invisibles y solo pueden entenderse entre pares. Están sueltxs, pero se tienen. Están construyendo su propio mundo.
El club de las niñeras
A los 12 años, Kristy Amanda Thomas (Sophie Grace) funda su propio negocio en el pueblo de Stoneybrook: un club de niñeras junto a tres amigas de su edad, Mary Anne, Claudia y Stacey. ¿Independencia financiera? Por supuesto. Kristy es feminista, se enfrenta a sus profesores cuando hacen diferencias de género. No habla de patriarcado pero lucha contra él noche y día. Es por eso que cuando su madre le cuenta que volverá a casarse, luego de ser madre soltera de varixs hijxs durante muchos años, ella se decepciona. "Toda mi vida me has dicho lo importante que es ser independiente y autosuficiente, pero pretendes que adule al primer rico que entra", le grita. Basada en las novelas infantiles de los 80 escritas por Ann M. Martin, esta serie de 10 episodios muestra que el cuidar a otrxs también es una forma de desarmar la idea de normalidad que quieren imponerles desde la escuela. Ser niñera es conocer toda clase de familias, otras casas con sus rituales y costumbres, distintos a los propios. Distanciándose a años luz de las dos penosas adaptaciones que se hicieron de estas novelas en los 90, esta revisitación le abre paso a temáticas LGBTIQ+.
En el episodio 4 de esta serie de Netflix, Mary Anne es llamada especialmente para cuidar a una pequeña niña llamada Bailey (interpretada por la niña trans de 8 años Kai Shappley, quien narró su historia en el documental Trans In America: Texas Strong).
Se visten de princesas y juegan a tomar el té. Cuando Bailey se mancha su vestido buscan en el ropero alguna prenda limpia. Mary Anne se siente desconcertada al ver que solo hay colgada ropa de varón. "Esa es mi ropa vieja. ¡Aquí está la nueva!", le dice Bailey señalando una cajonera. "Así fue como lo entendí. Bailey era una niña, y su ropa nueva ayudaba a que otros lo vieran", nos cuenta la niñera.
Un día, Mary Anne se enfrenta al desafío de tener que llevar a Bailey hasta una clínica de salud. Se siente mal y la fiebre no le baja con paños fríos. Una ambulancia las traslada al hospital, donde su niñera deberá interceder con lxs doctorxs cada vez que se refieran a Bailey en masculino. "Revisemos al pequeño", dice un médico mientras Bailey se niega a usar una bata color celeste. Mary Anne saca amablemente al médico y la enfermera de la habitación para pedirles que miren más allá de la historia clínica, que no ignoren quién es Bailey. Les explica con paciencia cómo referirse a una niña trans, y el por qué es importante que busquen una bata de otro color. En esa emotiva escena Mary Anne no solo cuida a Bailey, cuida a todxs lxs niñxs trans.
Carmen San Diego-Especial interactivo
Hubo un tiempo, entre los 80 y los 90, donde muchxs niñxs que buscaban algo más que soldados machotes y cantantes pop de melenas multicolor con quienes identificarse en los videojuegos y dibujos animados no lo encontraban. Así nace el ejercicio de apropiarse y resignificar personajes, bajo otra luz un G.I.Joe puede ser un oso en busca de fiesta y Synergy un holograma que dispara arcoíris LGBTIQ+ para transformar a Jem. Carmen Sandiego, la protagonista del videojuego creado en 1985, es uno de esos casos. Una mujer latina fuerte, misteriosa e independiente. Una inteligente ladrona de guante blanco que no desea ni necesita un hombre a su lado, tiene sus propios músculos. Lo único que quiere es viajar por el mundo sin dejar rastros de sus asombrosas performances.
Para ella no existen las fronteras ni la misión imposible. Con su altura, su mirada determinante, su sombrero y gabardina rojos y su espalda ancha era un personaje ideal para despertar las fantasías de la platea queer. ¿Una heroína torta o una drag queen desatada? Carmen Sandiego podía ser las dos cosas. Netflix retoma el personaje, y la idea de hacer una aventurera sin ataduras que viaja liviana de Mónaco a Ciudad del Cabo.
Federico García Lorca dijo "Los dos elementos que el viajero capta en la gran ciudad son arquitectura extrahumana y ritmo furioso. Geometría y angustia". Carmen es justamente eso: arquitectura extrahumana y ritmo furioso. La nueva serie cambia el punto de vista (somos la ladrona y no el detective) y muestra las diferencias étnicas y culturales alrededor del mundo, pero esta vez haciéndose cargo de aquel pasado queer. Sabiendo que lxs adultxs que ven ahora la serie con sus hijxs, son quienes fantasearon con ser Carmen en la infancia. Hasta ahora no hubo una confirmación de que Carmen, una chica argentina criada y entrenada por un grupo de ladronas y ladrones en una isla exótica que se revela contra ellxs, es torta. Sin embargo, la sexualidad de gran parte de los personajes de la serie, como la de la propia Carmen, no está definida por los clásicos estereotipos. Acá no hay novios, esposas ni maridos. Luego de 2 temporadas, este año Netflix estrenó un especial interactivo dirigido por Jos Humphrey, recordándonos ese primer vínculo que tuvimos con la dama rebelde que trasgrede la ley. Algunos personajes tienen diseños exagerados, listxs para competir en un reality de Rupaul.
El espíritu drag atraviesa como un mapamundi todo el capítulo: desde los fondos prendidos hasta los corsets con hombreras angulosas. Ahora podemos elegir las acciones y movimientos del personaje, quedando expuesto en la pantalla chica que el sombrero rojo de Carmen sigue siendo un océano de diversidad para que cada unx se identifique con lo que quiera.