Desde Roca (Río Negro)
Casi en el cierre de su cuento “La noche de los dones”, Borges confiesa: “Los años pasan y son tantas las veces que he contado la historia que ya no sé si la recuerdo de veras o si sólo recuerdo las palabras con que la cuento”.
Las primeras historias de la humanidad se confiaron a la temporalidad frágil de la palabra hablada. La escritura vino luego a remediar la debilidad que la memoria imponía a la tradición oral.
Pero los procesos de composición textual, que permiten trasladar ideas en elementos de lengua, no se detuvieron allí y comenzaron a expandirse hacia otros soportes y dispositivos. Tras su revolución de 1910, México desarrolló un movimiento artístico con fuerte impronta indigenista: el muralismo.
Esta forma de textualización, que tuvo como sus máximos exponentes a Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, se ocupó de retratar la realidad a través de obras monumentales que permitieran socializar el arte y hacerlo accesible a las grandes mayorías.
El pasado 24 de marzo la ciudad de Roca, en la provincia de Río Negro, fue escenario de la habilitación de un mural que honra aquellas preocupaciones.
La llevó adelante el Colectivo Artivista, una agrupación en la que confluyen artistas, creadores e intelectuales de la zona. El trabajo, coordinado por el artista plástico Marcelo Candia, se titula “Para que florezca la memoria”. Las paredes de la esquina de Isidro Lobo y Neuquén recogen una alegoría que vincula los hechos vividos durante la última dictadura cívico-militar y algunos episodios de nuestra realidad más actual.
En ambos extremos se aprecian las siluetas oscuras de fábricas cerradas, desde cuyas chimeneas inactivas parten aviones ominosos que fugan divisas del país pero que también se llevan las ilusiones de bienestar de cientos de miles de trabajadores a los que la falta de empleo les cancela el futuro.
Muy cerca aparecen dos dinosaurios. Uno va vestido con uniforme castrense y simboliza todo lo que los militares genocidas procuraron usurpar: la voluntad ciudadana, a través de las urnas cautivas; el control de los canales de TV intervenidos y repartidos entre las tres armas; el manejo de la prensa, a través del control del suministro de su materia prima: el papel y la sustitución de identidad, mediante el plan sistemático de apropiación de bebés. Las manos de este espécimen están manchadas de sangre.
El otro dinosaurio representa el apoyo civil a la dictadura militar, prolongado en el tiempo. La voracidad de los cómplices sin uniforme sigue expandiendo la brecha entre pobres y ricos, opera sobre una Justicia genuflexa y controla contenidos de lo que se publica o emite. Muchos de estos dinosaurios son de ojos azules, visten ropa costosa y, como señal distintiva, exhiben globos amarillos en sus solapas y en su estrecho pensamiento.
En medio de ambas figuras, algunas regaderas prodigiosas hacen florecer la memoria de las personas. Los recuerdos de esos brotes son dolorosos, pero imprescindibles para que la historia no vuelva a repetirse y la conciencia alumbre.
Este texto visual nos invita a reflexionar acerca de la expresión “monumental”, que tanto puede referirse a los monumentos como a objetos muy grandes. Pero, además, la raíz latina monumentum, equivale a “recuerdo” y a cualquier obra con suficiente valor para el grupo humano que la produjo. Todas estas acepciones son funcionales al propósito de este mural.
En tiempos en que nuestra comunicación mediática sufre cuestionamientos y convulsiones, un fragmento de paisaje callejero es eficaz transmisor de ideas poderosas, que las redes sociales se encargan de amplificar.
En momentos en que la calidad de la educación parece en la picota, los maestros harían bien en llevar a sus estudiantes a esquinas como esta, que ilustran la realidad y enseñan historia.
* Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue.