Casi no pudo dormir en toda la noche. Una mezcla dulce de alegría y ansiedad le quitó el sueño y la desveló. “No lo podía creer”, dice Belén a PáginaI12, sobre el fallo que la absolvió de la injusta condena que llevaba su nombre real. La noticia la encontró lejos de Tucumán, esa provincia, su terruño, que la maltrató tanto al punto de meterla presa arbitrariamente durante casi novecientos días, después de sufrir un aborto espontáneo en la guardia del Hospital Avellaneda, adonde llegó por un dolor de panza y se la llevaron esposada a una cárcel. “No quiero volver a Tucumán porque tengo recuerdos malos”, dijo la joven ayer a la mañana. Se la escucha radiante. Tiene planes para iniciar una nueva vida en el conurbano bonaerense, con su pareja, con quien planea casarse y formar una familia. “¿Ahora quién me va a devolver los tres años que pasé encerrada?”, pregunta, y todavía no tiene respuesta.
Belén cumplió 29 años. Tiene los cabellos lacios y oscuros, renegridos como sus ojos almendrados. En su foto de perfil de Whatsapp se la ve abrazada por su novio. Ella no sonríe. La espera del fallo de la Corte tucumana, que puso fin a su pesadilla, la mantenía apesadumbrada. El lunes su historia volvió a dar un giro. “Este fallo les va servir a muchas otras mujeres para darse cuenta de que tenemos derechos. No tienen que tener miedo de ir a una guardia porque no todos los médicos son como los que me denunciaron a mí. Pero lo que me pasó a mí le podría haber pasado a varias. A mí, además, no me defendieron bien. Los abogados que tuve me señalaron con el dedo. Hasta que apareció Soledad (Deza), que me enseñó que tengo derechos, que tenía que hablar, que no estaba sola”, dice Belén a este diario, en una entrevista exclusiva.
Aunque anima a otras mujeres a no tener miedo, ella no fue nunca más a un hospital. Por temor a ser maltratada otra vez por profesionales de la salud. “Espero superarlo”, dice. Tiene planes. Quiere estudiar Literatura, como le adelantó a este diario días antes de recuperar su libertad, en agosto del año pasado, cuando le concedió a esta cronista una entrevista en la Unidad Penitenciaria N° 4. En la cárcel devoró los libros de la biblioteca y cada uno de los ejemplares que le llevaba su abogada. Desde El país de las mujeres, de la novelista nicaragüense Gioconda Belli, hasta Por siempre Mujercitas, el clásico de Louise May Alcott. Y está terminando de escribir su propia historia. Ya tiene dos cuadernos escritos a mano: empezó en el encierro, y siguió, afuera. “Ahora se viene lo mejor –se ríe con ganas–, el final”. Su absolución, limpiar su nombre de tantas infamias, de esas acusaciones de asesina de su propio hijo que le impuso la prensa tucumana y algún diario de Buenos Aires, también.
Belén cuenta que está enamorada. Después de salir de la cárcel –cuando la Corte tucumana puso fin a la ilegal prisión preventiva que le habían dictado–, se reencontró con un novio de la adolescencia, que se había enterado de lo que le había pasado, y la buscó. Desde entonces están juntos. En estos días Belén está parando en su casa, en el conurbano bonaerense, adonde se van a instalar una vez que se casen, en una casita que les va a dar la mamá de él. Su novio trabaja en una mueblería y estudia ingeniería industrial. “Ayer (por el lunes) lo llamé cuando me avisaron del fallo y se fue del trabajo para venir a abrazarme. El viernes vamos a ir a bailar para festejar”, dice Belén. Aunque ella no es de salir de noche, su novio la convenció de que el motivo era más que importante para celebrar con música, algunos tragos y mucha alegría.
La joven buscará trabajo en su nuevo pago. Con la cárcel perdió el que tenía en una cooperativa, en su pueblo. Cuando quedó libre, no pudo conseguir un empleo estable porque le exigían certificado de antecedentes y ella tenía una condena de homicidio doblemente agravado por el vínculo y alevosía. Quién la iba a tomar. Se dedicó estos meses a fabricar peluches, manualidad que aprendió en el penal, y con la ayuda de amigos los vendía. Además, hizo trabajos de limpieza.
–¿Cómo fueron esos primeros días después de salir de la cárcel? –le preguntó este diario.
–Me agarraban ataques de ira y gritaba un montón en mi casa. Por todo lo que pasé. Empecé a hacer terapia. Lloré un montón. Después tuve ataques de pánico, y no podía salir a la calle, salvo que saliera con mi mamá o mis hermanos. Y tuve que dejar la terapia porque no podía ir. Gracias a Dios lo superé. Anoche trataba de dormir y se me venían recuerdos a la cabeza del penal, cuando ingresé, que fue horrible. Por ahí me vienen flashes a la cabeza, me veo rodeada de gente. El otro día me desperté llorando, me veía rodeada de hombres, de policías, tal cual como cuando desperté en la guardia y me estaban mirando abajo (en sus partes íntimas). Ahora estoy más tranquila.
Todavía, sin embargo, siente bronca por la mala defensa que tuvo. El abogado particular que contrató su familia, Abraham Musi, un ex fiscal penal destituido por su vinculación con la venta de autos mellizos, la dejó en banda unos días antes del inicio del juicio porque los padres de Belén no lograron juntar el monto total que les exigió para su defensa: “Le pagamos 7500 pesos y él quería 20 mil. Y encima se los quedó. Musi me decía que había un ADN que me condenaba. Yo le decía, me inventaron todo”, recordó. Le hizo creer que la iban a condenar a reclusión perpetua. Recién dos años y medio después me enteró a través de Soledad Deza, la abogada de Católicas por el Derecho a Decidir, que se enteró de su ilegal encierro y articuló su defensa, que no había ni ADN ni cuerpo que la incriminara. “No entiendo por qué me hicieron eso. La defensora oficial Norma Bulacio vino a verme justo antes del juicio. Ahí la conocí. Vino con sus tacos, con su cartera. Yo voy a ser tu defensora, se presentó. Es un embarazo muy grande, de ocho meses, te tenés que hacer cargo, me dijo. ¿Cómo me voy a hacer cargo de algo que no hice?, le dije a los gritos”, contó Belén a PáginaI12, a mediados de 2016, cuando todavía sus días eran grises, encerrada en la Unidad Penitenciaria N° 4, a pocos minutos del centro de capital provincia.
Bulacio no aportó en el juicio ninguna prueba para defender a Belén. Ni siquiera una foto de ella de los días previos a que fuera a atenderse al hospital por dolores abdominales, que la mostraran sin panza. Un embarazo de ocho meses no se puede ocultar. Al juicio fue con la misma campera blanca, con florcitas, ceñida al cuerpo, que tuvo esa madrugada en la guardia. Si hubiera cortado con sus manos el cordón umbilical y tirado el bebé por la cañería, como la acusaron, tendría que haberse manchado de sangre. Ni su ropa ni en el baño había sangre. Bulacio alegó que ella estaba en shock esa madrugada del 21 de marzo de 2014 –cuando llegó a la guardia– por el supuesto parto, afectada por el estado puerperal, dando a entender su culpabilidad, a pesar de que su defendida decía otra cosa. Belén siempre sostuvo que no sabía de su embarazo y que el médico del hospital José Daniel Martín le dijo –y escribió eso en su historia clínica– que había tenido un aborto espontáneo. Inicialmente fue imputada por una figura inexistente, aborto seguido de homicidio. Luego, la Sala III de la Cámara Penal la condenó a ocho años de prisión por “homicidio doblemente agravado por el vínculo y por alevosía”, en un proceso judicial que, como corroboró la Corte tucumana en su fallo del lunes, violó los derechos de la joven. Durante el proceso primaron las concepciones conservadoras de quienes la juzgaron sin prueba alguna por encima del cumplimiento de la ley. La Corte tucumana le devolvió a Belén la sonrisa.