Algunas pistas que llevan hacia la entrañas de Gualicho Turbio, muy buena banda de rock y blues, aquí y ahora. Son de La Matanza, conurbano profundo. Adoran los discos de vinilo. Escuchan tangos y bluses de los '20 del XX. También folk. Son de la vieja escuela, o al menos así empezaron: ensayando en la casa de Zelmar Garín, fundador, multiinstrumentista y letrista, grabando bocetos bluseros en cinta abierta. Trabajan un sonido analógico, austero. Suelen tener problemas de financiamiento, tanto que por ello hubo un hiato de tres años entre la grabación de Gato negro y su flamante edición física. A propósito, si bien no se resisten a publicar sus discos en las redes, sí o sí tiene que haber una edición en vinilo. Pasó con el epónimo disco debut, pasó con éste. Y seguramente con el tercero, del que ya dieron a conocer dos temas: “El adivino” y “El movimiento”. “Es que la música llegó a nuestras vidas en ese formato. El romanticismo de oír el lado A, seguir las letras del lado B, mirar la portada… El ritual del vinilo recién comprado es insuperable”, apuntala Juanjo Harervack, cantante.

-Sangre, sudor y lágrimas habrá costado la tirada de trescientos vinilos. ¿Por qué lo hacen, en estos tiempos donde para muchos basta con subir canciones a internet?

Zelmar Garín: -Sangre, sudor, lágrimas… y guita (risas). Lo hacemos porque sacar un disco es tener la obra acabada y escucharla tal cómo fue concebida. Somos fanas del vinilo, al punto que en nuestras fiestas -llamadas aquelarres- suelo llevar discos de mi colección o invitar amigos DJs para curar la fecha, y que el público gualichero baile o se ambiente. En esta época en la que vivimos bombardeados por ansiedad e imágenes, es primordial conectar con algo abstracto como escuchar música a secas en un vinilo y sin tener que estar viendo imágenes de relleno.

-¿Qué simboliza el gato negro? No solo nombraron así el disco y uno de sus temas, sino que también es el personaje principal de la tapa.

Z.G.: -Simboliza al tipo que se siente maldito por vivir en una sociedad que lo aísla y lo estigmatiza.

Lírica y música conjugan perfecto en este cuarteto, que completan el armoniquista Hernán Balbuena, y la cantante y bailarina Bárbara Aguirre. “Además, cuando hicimos Gato…, el país desayunaba al ritmo escalonado de despidos y cierres de fabricas. Había cacería de opositores, denigración con detenciones televisadas y megaoperativos cinematográficos, mientras se desmantelaba y desorganizaba el Estado… Las canciones fueron apareciendo bajo ese domo de angustia y oscuridad”, sostiene Harervack, exmilitar, acerca de otra de las aristas del nombre de este disco que motivó el halago de Diego Capusotto . “Sobre la sonoridad del disco no hay misterios”, ajusta Balbuena. “Se decidió trabajar con la ayuda mínima de la tecnología. Aprovechamos sectores de una casa para grabar, como las reverbs que se utilizaron en el baño. Hubo ganas de que predomine un sonido real”.

-¿Cómo procesaron ese sonido vintage, tan demandado por las viejas huestes del blues y el rock?

Z.G.: -El disco fue concebido en la casa-estudio del productor Carlos Acconcia, en Florida. A él se le ocurrió usar ambientes naturales de la casa y que los efectos sean fabricados por nosotros a través de reamplificaciones de equipos con pedales, o simplemente estudiar el rebote de una sala y ver en que lejanía poníamos los micrófonos. Incluso usamos la bocina de un teléfono viejo como micrófono para lograr un filtro tipo radio AM.

Juanjo Harervack: -El sonido que genera la acústica de un baño, como dijo Hernán, o captar el canto azaroso de un pájaro, es la gloria en moto.

-Eso es vieja escuela…

Z.G: -No sé… ¿Qué es lo viejo en esta época de eterna revisión de lo que pasó y en la que se vive por una pantalla? Mientras la música tenga algo que decir, siempre va a sonar verdadera y actual. Como decía Sidney Bechet, "toco lo que vivo".

Hernán Balbuena: -La vieja guardia es mi escuela, sí. De hecho, no soy de los que tienen mil armónicas para tocar, ni varios amplis o mics... nada de eso. Además, no tengo un mango (risas). También soy sonidista y como hay poco laburo estoy cobrando el IFE.

Para entrar más certera y filosamente en la impronta del disco basta con echar oído en “Acidas tardes en Atalaya”, tema proveniente de instancias previas a la banda, cuando Garín y Harervack se juntaban en el barrio Atalaya de Isidro Casanova para grabar bluses, en un Akai de dos canales. “Ese experimento se llamó Blues del Orto, porque nos sonaba un tanto raro que estuviéramos tocando un género tan bastardeado, y porque casi siempre nos bajábamos alguna botella de fernet o de whisky”, evoca Zelmar. “A esas tomas luego las digitalicé y les agregué cosas. De ahí viene 'Acidas tardes…'”. “Sí, la canción salió de un tirón, cómo de un cuento narrado y fraseado por un Tom Waits de Casanova”, ríe Harervack. “Es de la precuela de Gualicho, cuando con Zelmar hacíamos casi todo en toma cero. Eran ácidas tardes de 2011, año crucial en mi vida, además, porque estaba bajo tratamiento psiquiátrico y tomando decisiones muy significativas: había decidido abandonar mi carrera de militar”.