“Vivo, luego escribo”. La frase no la dice con una botella de cerveza o de vino en la mano, pero la encarna como pocos escritores en la segunda mitad del siglo XX. Charles Bukowski elige vivir borracho (casi) siempre, y escribir prosa y poesía a su manera: con la rabia autobiográfica del perdedor que no encaja en el american way of life, con un lenguaje directo y procaz. El registro coloquial de sus narraciones se despliega en una puntuación arrebatada que prescinde de las mayúsculas y conecta fuertes encabalgamientos en versos libres, como si la escritura no aceptara domesticación gramatical ni sintáctica. La anarquía del vivir y el orden de escribir. En el centenario de su nacimiento (16 de agosto de 1920, en la ciudad alemana de Andernach), su obra aún tiene el poderoso efecto de generar adhesiones fervorosas como objeciones no menos intensas. La indiferencia nunca fue una bandera de Bukowski.
“Lo peor de todo es que algún tiempo después de mi muerte se me va a descubrir de verdad. Todos los que me tenían miedo o me odiaban cuando estaba vivo abrazarán de repente mi memoria. Mis palabras estarán en todas partes. Se crearan clubs sociales y sociedades. Será como para volverse loco. Se hará una película de mi vida. Me pintarán mucho más valiente de lo que soy y con mucho más talento del que tengo. Mucho más. Será como para hacer vomitar a los dioses. La especie humana lo exagera todo: a sus héroes, a sus enemigos, su importancia”, advierte el narrador y poeta que nació con el nombre de Heinrich Karl Bukowski.
En 1923, su madre alemana y su padre, un soldado estadounidense de ascendencia polaca, dejan la ciudad más antigua de Alemania para instalarse primero en Baltimore (Estados Unidos) y después en Los Ángeles, donde vivirán el resto de su vida. El joven Bukowski queda tatuado por la violencia que ejerce su padre sobre él. Esos golpes en la vida, esas marcas en el cuerpo y en el alma, aparecerán en sus relatos. Para huir de la violencia paterna se refugia en una biblioteca cercana a su casa. Ahí se devora decenas de libros de Ernest Hemingway, Sinclair Lewis, Sherwood Anderson, varios rusos como Turguénev, Gorki y Dostoievski, el poeta chino Li Po, y especialmente un faro y referencia ineludible: John Fante.
Como si el destino se ensañara con él, sufre un descomunal acné que le desfigura el rostro. Comienza a escribir a los 13 años. “Estaba en un hospital en el momento en que me perforaron, porque tuve un caso extremo de acné vulgar, enormes forúnculos que salen y no se puede hacer nada al respecto. Supongo que eso me hizo pensar que una persona a esa edad no piensa demasiado en el dolor y la brutalidad de la realidad”, recuerda Bukowski. Estudia periodismo, deambula por las calles, empieza a beber y a vincularse con vagabundos, extraviados, marginales y locos; lava platos y cuida coches para sobrevivir a su manera: dinero que gana lo gasta en prostitutas, alcohol y apuestas por los caballos en los hipódromos. Vive en pensiones de mala muerte o cuchitriles inmundos, y coquetea con la muerte.
La escritura es como un soplo vital que neutraliza varios intentos de suicidio. A fines de los años '60, Jon Webb y Gipsy Lou lo convencen para que siga escribiendo, más allá de los rechazos que acumulaba de revistas y editoriales. En 1967 publica su famosa columna Escritos de un viejo indecente para el periódico The Open City; artículos virulentos y decadentes que son muy leídos. “Si yo fuese el herrero del pueblo no andaría en broma conmigo, pero sólo soy un viejo con algunas historias sucias. Que escribe para un periódico que, como yo, podría morir mañana por la mañana”, afirma en uno de los textos del libro que publicó Anagrama en español, donde se recopilan algunas de esas emblemáticas columnas.
En 1969, el editor John Martin, fascinado con esos textos de Bukowski, le ofrece un sueldo fijo para que renuncie a su trabajo en el correo postal y se dedique a escribir a tiempo completo. Martin crea la editorial Black Sparrow para trabajar especialmente con el escritor. “Tengo dos opciones: quedarme en la oficina postal y volverme loco… o quedarme fuera, jugar a ser escritor y morir de hambre. He decidido morirme de hambre”, le contesta Bukowski, que escribe en tres semanas su primera novela, Cartero (1971), donde precisamente cuenta sus vivencias en una sórdida oficina de correos.
Ahí emerge su alter ego, Henry Chinaski (inspirado en Arturo Bandini, la máscara literaria de su escritor amado, John Fante), un borracho empedernido, fanático de las carreras de caballo, un misántropo, misógino y nihilista feroz que vive en un departamento sucio y odia su trabajo, al cual falta cada vez que la ocasión se presenta. “A pesar de que escribo sobre la raza humana, me siento mejor cuanto más lejos estoy de ella. Dos millas es bueno, dos mil millas es hermoso. No me gusta la raza humana –confiesa-. No me gustan sus cabezas, sus rostros, sus pies, sus conversaciones, sus peinados, sus automóviles”.
Triunfa en el juego de ser escritor. Tremendo oxímoron representa: es el perdedor que gana, porque sus libros se venden y se vuelve un “personaje” famoso. Entonces reconoce: “Mi ambición está limitada por mi pereza”. Ese éxito, acaso inesperado, no deriva de su determinación de ser un ganador, sino del hecho de que es demasiado consciente de que es un perdedor. Hay una honestidad brutal que captan los lectores: el éxito no le importa a Bukowski porque se siente cómodo en la piel del fracasado. Sus novelas y colecciones de relatos y artículos se suceden en la década del '70 y principios de los '80, con Factótum, La máquina de follar, Mujeres, Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones, relatos de la locura cotidiana, La senda del perdedor y Música de cañerías, entre otros. Pronto deviene autor de culto en Europa más que en Estados Unidos.
La poesía de Bukowski parece haber sido eclipsada por la narrativa, aunque publicó más de 30 libros, entre los que se destacan El amor es un perro del infierno, Toca el piano borracho como un instrumento de percusión hasta que los dedos te empiecen a sangrar un poco, Los días corren como caballos salvajes por las montañas y Poemas de la última noche de la Tierra, por mencionar apenas un puñado de títulos. “Siempre recuerdo que, en el patio de la escuela, cuando la palabra 'poeta' o 'poesía' aparecía, todos los pendejos se reían y se burlaban. Puedo ver por qué, porque es un producto falso. Ha sido falso y snob por siglos. Es ultradelicado, sobrevalorado. Es un montón de mierda. Durante siglos, la poesía ha sido una total basura. Es una farsa. Ha habido algunos buenos poetas, no me malentiendan", aclara Bukowski en una entrevista con el actor Sean Penn.
"Hay un poeta chino llamado Li Po -sigue el escritor y poeta-. Podía poner más sentimiento, realismo y pasión en cuatro o cinco sencillas líneas que la mayoría de los poetas en sus doce o trece páginas de mierda. Él bebía vino también… y solía prenderle fuego a sus poemas, navegar por el río y beber vino. Los emperadores lo amaban porque podían entender lo que decía. Por supuesto, sólo quemó sus poemas malos. Lo que yo quise hacer, si me disculpa, es incorporar el punto de vista de los obreros sobre la vida… los gritos de sus esposas que los esperan cuando vuelven del trabajo. Las realidades básicas de la existencia de cualquier hombre… algo que pocas veces se menciona en la poesía desde hace siglos. Mejor, que quede registrado que dije que la poesía es una mierda desde hace siglos. Es una vergüenza”.
En esa entrevista con Penn se refiere a algunos relatos que despertaron fuertes polémicas, especialmente uno en que el retrata la violencia sexual: “Escribí un cuento desde el punto de vista de un violador de una niña muy pequeña. Y la gente me acusó. Me hicieron entrevistas. Decían: ‘¿Le gusta violar a niñitas?’. Dije: ‘Por supuesto que no. Estoy fotografiando la vida’. Me metí en problemas con montones de cosas. Pero, por otro lado, los problemas venden libros. Pero, en última instancia, escribo para mí”, dice el escritor, cuya obra fue cuestionada por vulgar, demasiado autorreferencial, obscena, pornográfica y repetitiva, como si más allá de las narraciones, poemas, diarios y artículos estuviera interpretando la misma música. Cuanto más lo critican, más se agiganta el personaje. “Disfruto las cosas malas que se dicen de mí. Aumenta las ventas de los libros y me hace sentir malo. No me gusta sentirme bueno porque soy bueno. Pero, ¿malo? Sí, me da otra dimensión. Ahora tengo un personaje y una dimensión”.
Barfly (Mariposas de la noche), la película que filmó Barbet Schroeder en 1987, tiene el guión del propio Bukowski, quien después escribirá la novela Hollywood, acerca de las vivencias durante el rodaje, protagonizado por Mickey Rourke y Faye Dunaway. “Esos tipos no han entendido nada de la obra de Bukowski. Se han quedado con las putas, las borracheras y las palizas y no han visto ni la inevitable tristeza del devenir del hombre; ni ese amor absoluto tan imposible de abrazar ni con 60 brazos; ni los destellos de genialidad de las mujeres con las que ha estado; ni se han fijado en ese pájaro azul que se esconde en su corazón”, escribe Pol Rodellar en su ensayo “El inadaptable Charles Bukowski”. La figura del escritor, que no encaja en la sociedad estadounidense, que está como “fuera de lugar” o es lo más parecido a un antihéroe que desprecia la normalidad y los rituales burgueses de la sociedad, no puede ser cabalmente captada con hondura en las versiones cinematográficas que se hicieron de algunas de sus novelas.
Tal vez unos versos del poema “¿Así que quiere ser escritor?” resuenen hoy y siempre como el estribillo que tendrán que memorizar aquellos que desean entregarse a la escritura literaria: “Si no te sale ardiendo de dentro,/ a pesar de todo,/ no lo hagas./ A no ser que salga espontáneamente de tu corazón/ y de tu mente y de tu boca/ y de tus tripas,/ no lo hagas (…) No seas como tantos escritores,/ no seas como tantos miles de/ personas que se llaman a sí mismos escritores,/ no seas soso y aburrido y pretencioso,/ no te consumas en tu amor propio./ Las bibliotecas del mundo/ bostezan hasta dormirse con esa gente./ No seas uno de ellos./ No lo hagas”.