El fútbol, como la vida, nos suele dejar lecciones aun en los peores momentos. Está en nosotros saber rescatarlas y aprovecharlas. El Barcelona venía perdiendo, aún ganando, desde hacía algún tiempo. Entonces hablaron de que había que cambiar la forma de jugar basada en la posesión, que había que acudir a un fútbol directo (como si eso fuera posible), porque los rivales habían descubierto el modo de contrarrestar tanto toque y tenencia de la pelota.
No se dieron cuenta, o no quisieron darse cuenta de que, en realidad, eso significaba perder la identidad. Y los equipos grandes que tiene detrás una historia grande pueden perder partidos y hasta campeonatos, pero lo que no pueden perder nunca es la grandeza y la identidad. Es decir, un equipo grande no puede convertirse en un equipo vulgar con el propósito de conseguir resultados. En primer lugar porque nada ni nadie puede garantizar el triunfo. También porque si se pierde la identidad se resignan las raíces y la historia y se queda a la intemperie, a la deriva.
La identidad no es otra cosa que ser como uno es. Despreciar la identidad es despreciarse para tratar de ser otra cosa. Y como eso es imposible, finalmente se termina en una mala copia o en nada.
Le pasó al Barcelona y ahora queda en evidencia a raíz de esa derrota tremenda ante el Bayern Múnich, pero venía sucediendo desde un tiempo atrás. El Barça era un equipo organizado alrededor de la pelota y terminó siendo un equipo organizado alrededor de un jugador, de Messi.
Messi, en aquel Barcelona idéntico a sí mismo, aportaba su talento y su magia. Hacía mejores a sus compañeros y sus compañeros lo ayudaban a ser el mejor del mundo. Después se convirtió en el salvador, en un jugador al que le encargaban la heroica tarea de resolver lo que el equipo, colectivamente, ya no podía resolver. Y eso fue Messi casi siempre en la Selección Argentina.
El fútbol argentino hace rato que perdió su identidad y caminó sin rumbo pendiente del resultado del último partido. Cambiando de entrenador y de idea para terminar rogando a la providencia para que Messi haga la jugada salvadora.
Ahora parece que con Scaloni y los muchachos que lo acompañan se encontró el camino adecuado. Se está haciendo un equipo que responda a nuestra manera de ser, a nuestra cultura futbolística, para que Messi pueda aportar su talento sin necesidad de ser héroe.
Hay varios motivos por los cuales fuimos perdiendo el estilo, el gusto y el conocimiento. No es el momento de recordarlos, pero sí de insistir en la necesidad de recobrar la identidad. De ser lo que somos, ni más ni menos.
Es cierto que la desculturización no es propiedad exclusiva del fútbol. Abarca todos o casi todos nuestros valores y costumbres. La globalización no es solo económica, sino también cultural, como sabemos. Y el fútbol es un hecho cultural, forma parte de nuestra identidad.
En la época en que Grillo demostró ante los ingleses que con ese fútbol atorrante de los potreros, éramos capaces de ganarles a los dueños de este invento, a nadie se le ocurría preguntar ¿cuál es la nuestra?
En el Barcelona no tuvieron mejor ocurrencia que dejar de ser lo que son para ser modernos. Es posible que ahora, ante semejante explosión del desastre, vuelvan y redescubran su identidad. A nosotros, el 8 a 2 del Bayern nos dejó una lección. Tenemos que ser capaces de aprenderla y aprovecharla, para nunca más preguntar cuál es la nuestra.