Hay una polémica francamente obscura por la anunciada mudanza de la Comisión Nacional de Monumentos, una iniciativa del ministerio de Cultura que el ministro Tristán Bauer impulsa y anunció. En la polémica se acusa que la entidad dedicada a preservar los hechos materiales de nuestra cultura descarta un edificio "de valor simbólico", y ningunea a uno de sus fundadores, el gran Mario Buschiazzo. Y se juega a dos puntas, presentando como cierto que la presidenta de la comisión Teresa de Anchorena no quiere la mudanza pero escucha y obedece, con lo que la culpa es de estos políticos... La realidad es menos complicada y mucho menos opositora.
Se puede empezar por el edificio que ocupa la Comisión. Excepto en el sentido arqueológico del término, nada hay en esos pequeños volúmenes al fondo del patio del Cabildo que sea "original". La foto tomada en 1916 muestra unas construcciones atrás del arruinado Cabildo que recién en 1960 el gran Alejandro Bustillo transformó en las piezas aparentemente criollas que vemos hoy. Buschiazzo reconstruyó fielmente el Cabildo porteño, maltratado, semidemolido y abandonado como los argentinos solemos hacer con nuestros hitos, y Bustillo le construyó tres salas a la comisión. Quien entre al lugar desde la puerta "colonial" sobre Avenida de Mayo se encuentra con un pequeño hall que da a una oficina a la calle, que va a un cuarto elongado apiñado de estanterías, que sigue en un pequeño hall también ocupado por dos escritorios, que da a la sala de reuniones, henchida hasta los bordes por una gran mesa, sillas, dos sillones, un mueble de arrime y unas bibliotecas. Una puerta lleva al bastante modesto despacho de dirección. Y eso es todo.
Visitar la comisión es entender qué es andar apretado y por qué está fuera de cuestión invitar al público a algo que no sea mirarla de afuera. De hecho, cuando se quieren hacer encuentros con los delegados provinciales de la misma comisión, hay que pedir prestada la sala del patio, que le pertenece al museo del Cabildo, vecinos amables. Ni hablar de una muestra, un congreso, un seminario. Apenas da para una presentación de libros, pero sólo si no llueve y se puede usar el lindo patio que comparten las instituciones. Al Cabildo también le queda chico el espacio, porque el museo quiere salir de la categoría de edificio histórico visitable, para ser un museo con exhibiciones. La mencionada sala del patio es la única posibilidad actual, con lo que las tres salas de la Comisión, despejadas de escritorios, crearían un espacio valioso.
La Comisión se muda a Alvear y Rodríguez Peña, la sede desde 1960 del ministerio de Cultura. El edificio tiene un valor simbólico potente: primero palacio Casey, luego residencia de un par de familias de largos apellidos, y en 1948 comprado por el primer peronismo en ese estilo de reutilizar los símbolos de la oligarquía para sindicatos, entidades y ministerios que salvó tanto patrimonio. Si es por valor simbólico, hay que notar que la comisión recibe el mismísimo edificio del ministerio. No extraña que la esperable alarma ante los primeros rumores de mudanza se calmara al saberse a dónde se mudaban, y que el plenario completo de la comisión aprobara el movimiento. La diferencia de escala es tal, que no sólo no se va a tener que trabajar esquivando escritorios sino que va a haber espacios para exhibiciones, encuentros, ¡público! Esto es, algo que la Comisión de Monumentos nunca tuvo en ochenta años.
¿Y Buschiazzo? El arquitecto murió en 1970, hace medio siglo, y la comisión le rinde homenaje como a "un patriota". Según los críticos, el homenaje es poco porque es... digital. Lo dicen como si nunca hubieran oído hablar de la pandemia, como si hubiera fútbol y restaurantes, y se tratara de indiferencia. De hecho, la Comisión actual se luce en lo digital, con un seminario que terminó esta semana y atrajo a decenas de miles de personas, tantas que es el mayor evento de patrimonio jamás realizado.
Todo esto es, en varios sentidos, como oponerse a usar barbijo: agarrarse de cualquier cosa para hacer oposición.