En los Juegos Olímpicos de 1896 participaron 241 atletas, todos varones; en 1900 hubo mujeres por primera vez: 19 entre 997, apenas un 2 por ciento. En 1936 el número total de atletas trepó a 3.963 y el de mujeres a 317. Entre ellas, Jeanette Campbell, primera argentina en intervenir, primera también en ganar una medalla para su país de adopción.

Jeanette Campbell había nacido en San Juan de Luz, Francia, el 8 de marzo (Día internacional de la mujer) de 1916, en medio de los cañonazos que convulsionaban a Europa. Era hija de un escocés y de una argentina hija, a su vez, de una de las primeras maestras que llegaron al país convocadas por Domingo Faustino Sarmiento. Sus padres estaban en Escocia cuando estalló la Primera Guerra Mundial y decidieron refugiarse en el sur de Francia esperando el momento para salir de ahí. 

Regresaron al país, a la Capital, al barrio, en 1918. Jeanette se metió en una pileta a los 6 años, en el club Belgrano Athletic, que quedaba a una cuadra de su casa. Seguía los pasos de su hermana Dorothy que compitió desde chica y en 1928 se consagró campeona argentina. Jeanette también practicaba hockey sobre césped, pero la natación le tiraba más. Llegaron los títulos a nivel de menores y mayores. En 1935, ya campeona nacional, en Río de Janeiro, quebró el récord sudamericano de los 100m y de los 400m. Ese mismo año, adoptó la nacionalidad argentina, pensando en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936.

El 9 de junio de 1936 el Capitán Arcona zarpó de Buenos Aires, rumbo a Alemania. La delegación la componían 50 deportistas, varios delegados, también varones y ella, soportando estoicamente las miradas de prejuicio machirulo. Los 21 días del viaje fueron interminables por lo aburridos ya que almorzaba y cenaba en la mesa de los dirigentes y se entrenaba atada a una soga en una piscina reducida del barco. Llegaron temprano a Berlín y la alojaron en una casa con otras 25 mujeres. 

El 8 de agosto comenzó la competencia para ella. Ganó su serie eliminatoria batiendo el récord sudamericano e igualando el olímpico. Al otro día, la historia se repitió: ganó su serie semifinal y volvió a romper la marca sudamericana y la olímpica registrando 1:06:6, venciendo a la holandesa Willy den Ouden, quien había batido el récord mundial dos meses antes. La carrera final de los 100 metros libres fue el 10 de agosto, a las 3 de la tarde y comenzó torcida. Una mala largada la dejó muy atrás, pero logró superar el momento, y llegó a liderar la prueba, pero la holandesa Hendrika Mastenbroek, la pasó en los tramos finales y quedó a solo 5 centésimas del oro. Medalla de plata, para Jeanette Campbell la primera de una mujer, una marca definitiva en la historia del olimpismo nacional...

Durante los Juegos también obtuvo otra distinción, pero en este caso por su belleza y su elegancia: fue elegida Miss Olimpic Berlín 1936 por la prensa acreditada.

A la vuelta de Berlín continuó nadando y obteniendo títulos nacionales y sudamericanos, sin embargo, la Segunda Guerra Mundial la dejaría sin revancha en 1940. Contrajo matrimonio con su novio de siempre, Roberto Pepper y tuvo tres hijos: Inés, Susana y Roberto. Susana tomaría su legado y se convertiría en una de las nadadoras argentinas más significativas la década del 60. Entre sus mejores recuerdos la subcampeona olímpica siempre incluía, con orgullo, que había sido la abanderada de la delegación olímpica en Tokio en 1964, en los Juegos en los que participó su hija como parte del equipo de natación.

Unos años antes de su muerte, que se produjo el 15 de enero de 2003 fue entrevistada por la recordada periodista Susana Viau, en Página/12.

Este es un fragmento de esa nota:

-¿Cómo se entrenaba en el viaje?

-En el viaje, el barco tenía pileta y yo me entrenaba ahí como podía porque solo me quedaba el recurso de ir y venir. En Río tuvieron la idea de comprar una goma. Entonces, yo nadaba hacia adelante y la goma me tiraba hacia atrás. Así nadaba todo el tiempo en dos metros. Pero mi gran orgullo es haber sido la primera mujer argentina que participó en un Juego Olímpico y fui sola. Lo demás, los tiempos se pueden bajar.

-¿Qué impresión le produjo Berlín?

-Sensacional Pero no teníamos tiempo para ver mucho. Recuerdo, eso sí, que cuando Hitler pasaba la gente corría para verlo y nosotros corríamos atrás. Alemania estaba en su apogeo y para nosotros resultó todo perfecto. Con el que hablé una vez fue con Goering. Había ido a visitar la villa. Era corpulento, bastante gordo. Se acercó a la pileta donde yo estaba entrenando y me preguntó: “¿Usted de dónde viene, mi hijita?” Lo dijo así, en inglés: “My little girl”. Me pareció muy simpático, muy dado. Además, el hecho de que viniera a hablar con los que nos estábamos preparando nos llenó de emoción.

–¿Y el día de la medalla, cómo ocurrieron las cosas?

–Bueno, yo tuve la suerte de competir una semana después de la inauguración y eso me dio todavía más tiempo para entrenar. Holanda tenía un equipo muy bueno y una gran preparadora, Frau Braun. A la que me ganó la preparó demasiado bien. Me dio una bronca bárbara. Y esperé el desquite de las del ‘40 que se iban a hacer en Tokio, pero estalló la guerra y ya no hubo más torneo hasta el ‘48. La mía fue una generación de nadadores frustrada por la guerra. Volviendo a lo que me preguntaba, el día de la competencia, al lado de la pileta había un podio pequeño y allí nos colocaron una corona de laureles. Al día siguiente, con estadio vacío porque no había competencia, nos hicieron entrega de las medallas. Pero, ¿sabe por qué? Todavía tengo dos o tres hojitas del laurel de aquella corona. Me emocionó mucho más. Una medalla es una medalla; el laurel es otra cosa.