“Esta es la historia de un chico americano dentro de su sueño, pero más allá de eso, es la historia de un chico americano dentro de un sueño que es verdaderamente americano”. Con esas palabras abre Lovecraft Country, la suculenta y pesadillesca apuesta de HBO que este domingo tuvo su estreno por la señal (irá a las 22 y también estará dispuesta en HBO GO). Mientras suenan esas palabras, el espectador asiste a un conflicto bélico total. Hay soldados, bombas y luchas de trinchera, pero también naves espaciales con rayos pulverizadores, monstruos imponentes, una princesa marciana de rasgos asiáticos y hasta el icónico Jackie Robinson dispuesto a masacrar bestias con su bate de béisbol. La secuencia sucede en la mente de Atticus Freeman (Jonathan Majors). El sujeto que al despertarse va a inocular el espíritu de H. P. Lovecraft, su obra y lo que estaba por detrás de la ideología supremacista del autor.
El protagonista retorna a Chicago tras haber servido al ejército en la guerra de Corea. Es 1954, aún rige la segregación en numerosos Estados de la nación que preside Ike Eisenhower, y le pide a su tío (Courtney B. Vance) que lo acompañe a dar con el paradero de su padre. Lo último que se supo de Montrose (Michael Kenneth Williams) es que anduvo por el lugar que le da nombre a la miniserie. Su familiar, por otro lado, es editor de la guía de viaje seguro para los negros y, como su sobrino, conocedor del género fantástico. Al dúo de le va a sumar Letitia (Jurnee Smollett), una vieja amiga de la infancia de Atticus. “Sé que hace un tiempo estuviste por Florida del Sur, ¿cómo está todo por allí?”, le pregunta la bombshell de ébano a Atticus. “Segregado”, responde el protagonista. Durante su periplo van a tener que hacer frente a esa pesadilla llamada KKK y las leyes de Jim Crow como a las aberraciones mitológicas concebidas por Lovecraft. Lo particular de la entrega -basada en una novela de Matt Ruff- es que ambos males parecieran tener la misma raíz.
Acorde a su título, es de esperar una pieza de horror cósmico y gótico sureño. Lovecraft Country depara un viaje a lo más profundo de esa región mítica donde un bosque puede refugiar a vampiros con decenas de ojos. Y también está la localidad ficticia de Arkham, lugar que anida al culto siniestro llamado “Los hijos de Adán”. Toda esa imaginería convive con la de los sundown towns, los pueblitos que estaban amparados por la ley para imponer el martirio a los negros tras el crepúsculo. Palacios embrujados, mundos paralelos, libros malditos y dioses que reclaman sacrificios, en definitiva, son tan temibles como lo puede ser un sheriff fanático de Devon County.
Además de ese juego metatextual otro de los fuertes de la miniserie es su construcción estética. La fotografía apela al patrón de los films clase B junto con una visión febril pero sofisticada de los cuadros de Edward Hopper. También está la hipnosis del jazz y el blues, el juego con el pulp, lo fantástico. Y están las referencias. La propuesta ha sido definida –y con argumentos- como la contracara de Greenbook (Peter Farrelly; 2018), puede que conjugue algo de la subvalorada Encrucijada (Walter Hill; 1986) y que se enrosque con el mismo subtexto de violencia social que ofreció la miniserie Watchmen. Eso sí, a diferencia de esta última todo sabe más orgánico y menos enfático. En una época tan afecta a la cancelación, la creación de Misha Green -producida por J.J. Abrams y Jordan Peele- hace algo muy valioso. Apuesta al revisionismo del escritor, enseñando lo rico y complejo de su corpus y lo nefasto de su ideología. Es lógico. Lovecraft, el autor y el dueño de un gato al que llamaba “Nigger Man”, es el ingrediente clave de este suculento gumbo audiovisual.