“Puta, calentona, prostituta”. “Pensé que te cuidabas”. “Me llevó a un descampado”. “Más vale que no se queden embarazadas”. “Sentí culpa, vergüenza”. “Lo hice porque tenía que reparar un error, pero no sé cuál fue”. “De lo que pasó jamás se habló”. Imposible no sentirse interpelada por las voces que resuenan en el libro Relatos que rompieron el silencio. Reconocemos en ellas una femineidad sometida, juzgada, y siempre culpable. Si hay algo que queda claro en este poderoso proyecto colectivo de comunicadoras catamarqueñas es que la historia de las violencias contra las mujeres sigue contándose en presente. Conmueve en su búsqueda por dar voz para reparar y hacer visible que cada historia no es la de una sino la de todas.
El libro, iniciativa de las comunicadoras feministas Las Eulalias, se presentó virtualmente el 8 de agosto, a dos años del rechazo a la ley por el aborto legal, seguro y gratuito. Fue el impulso de la ola de pañuelos verdes la que las llevó a hacer oír las voces de tantas mujeres de Catamarca que habían atravesado situaciones dolorosas. Convocaron a mujeres de cualquier edad a contar sus historias de aborto; relatos a los que les dieron forma escrita, para que pudieran ser interpretadas por actrices como María Pesacq, Silvia Pérez, Blanca Gaete, Gabriela Borgna, Sol Casullo, Amaicha González, María Eugenia Maldonado, Noelia Quinteros y Verónica Pereyra. Organizaron luego tres “veladas” en las que “los relatos fueron cobrando forma en la voz y el cuerpo de otras mujeres que le pusieron su propia humanidad para ser el medio, para que las historias no murieran en una herida, si no que pudieran ser palabra que además de decir, lucha y sana”, dicen Las Eulalias, un grupo que desde el nombre reconoce la trascendencia política de las mujeres. Eulalia Ares de Vildoza fue la primera mujer gobernadora de la Provincia. Ella encabezó una revuelta conocida con el nombre de la "Revolución de las Mujeres”, ya que eran 23 mujeres que a punta de pistola tomaron el poder en 1862.
El libro estuvo listo a comienzos de agosto. De la presentación participaron Paula Rodríguez, periodista y escritora; Itatí Carrique, periodista salteña, escritora especializada en género; Lola Cufré y Valeria Donato, referentes de la Campaña por el Aborto Legal y esta cronista. La voz de las Eulalias estuvo representada por Yémina Castellino, una de las editoras del libro y Ana Carrizo, conocida como ‘Anita La Más Bonita’, ilustradora de las historias. Gretel Galeano fue la maestra de ceremonias.
El libro recoge relatos que desnudan la falta de educación sexual integral (“cuando mi mamá hablaba del tema nos decía ‘mas vale que no se queden embarazadas’ nos decía a mi hermana y a mí sin ninguna otra información, sin charla, sin nada”), el estigma que cae sobre las mujeres obligadas a abortar en la clandestinidad, el peso del silencio sobre esas intervenciones hechas a escondidas, la violencia de género que sufren muchas mujeres y niñas y tantas otras formas que toma la violencia asentada en la desigualdad y el menosprecio de lo femenino.
Son relatos de hoy, aunque que podrían ser de hace un siglo o dos. “La genealogía de mujeres se construye en un tiempo no lineal (es pasado y es aquí y ahora, a la vez) y en un espacio más allá de las fronteras convencionales. Las reflexiones políticas de 1969 entregan respuestas a muchas de las confusiones feministas de hoy en día y en Latinoamérica”, dice Andre Franulic en el prólogo a la edición de 2016 del artículo Lo personal es político.
Lo personal es político es un artículo que Carol Hanisch escribió en 1969 para pensar a los grupos de toma de conciencia mujeres de esos años. Es fundante de la consigna que hoy sigue vigente en los feminismos. Allí la autora rescata el valor de esos grupos, que al principio eran muy cuestionados porque se los veía como a-políticos o como una terapia personal que no tenía ninguna incidencia en la realidad colectiva. Hanisch en cambio dice: “Una de las primeras cosas que descubrimos en esos grupos es que los problemas personales son problemas políticos. No hay soluciones personales por el momento. Solo hay acción colectiva para una solución colectiva”.
Como en esos grupos, este libro rescata la horizontalidad de las conversaciones entre mujeres, la necesidad de generar esos espacios para contar nudos personales que al compartirse permiten ver que nos pasan solo a nosotras, que le pasa a aquella y aquella otra y a muchas más, y se transforman en políticos. También, por supuesto, hay algo de terapia inherente a poner en palabras lo oculto. Hanisch valoraba en su artículo el “sacarnos la culpa”, saber que las cosas malas que se dicen sobre las mujeres son solo mitos, las mujeres deben dejar de culparse por “nuestros fracasos”.
Relatos que rompieron el silencio tiene como antecedente más cercano en el tiempo y el espacio a la campaña “Yo aborté” de 2004, lanzada desde la Red Informativa de Mujeres de Argentina. Fue un llamado a contar las experiencias personales de aborto -porque “no nos pueden poner presas a todas”- en un contexto de embates permanentes de sectores conservadores. Con las pautas de valorar las historias y el sentir de las mujeres, reconocernos entre nosotras, conformaron una campaña capaz de contener incluso a aquellas que nunca habían contado su historia de aborto en voz alta (el aborto ha sido dicho en susurros o entre muy íntimos, como si fuera un pecado).
El libro retoma también la genealogía de la intimidad narrada. Repasar en clave de autobiografía feminista nuestras vidas es muy poderoso. Dedicarse ese tiempo a revivir, rescatar del olvido o poner en palabra sensaciones atravesadas en la garganta es fundamental para saber quiénes somos y quiénes queremos ser.