“Ni amo, ni dios, ni marido, ni partido, ni de fútbol”. El lema cantado en las calles por las anarquistas ilustra la portada de la novela Lectura fácil (Premio Herralde 2018 y Premio Nacional de Narrativa 2019), de Cristina Morales, la escritora más anarquista de la literatura española. La historia de cuatro primas –Marga, Nati, Patricia y Ángels— con diversos grados de discapacidad intelectual, que comparten un piso tutelado en una Barcelona opresiva, asediada por el desempleo, los desalojos y la precariedad económica, es de un nivel de radicalidad literaria y política extrema. La reedición de su primera novela, Los combatientes, un texto anfibio narrativo-teatral sobre un grupo de actores de teatro que se transforman en actores políticos, es la bomba molotov que expande el líquido inflamable de una escritora subversiva, que participará del Festival Internacional de Literatura Filba, que en esta edición será online y se realizará del 16 al 24 de octubre.

Los combatientes, recuerda Morales (Granada, 1985) a Página/12, la escribió en menos de dos semanas en 2012 --cuando todavía vivía en su ciudad natal, antes de que se mudara a Barcelona, donde vive actualmente— para participar del Premio INJUVE, que ganó en el rubro novela. Uno de los personajes, Cristina, dice: “Que en España no van bien las cosas lo saben los españoles desde que nacen. Hoy existen mil interpretaciones, mil explicaciones, acerca de los motivos por los que España camina por la historia con cierta dificultad, con pena y sin gloria”. Los críticos plantearon que los pensamientos de este personaje se correspondían con el ideario del movimiento 15M. Pero resulta que el fragmento citado --lo declaró la autora después de que nadie descubrió la “trampa”-- es de Ramiro Ledesma Ramos, cofundador de la Falange y teórico del fascismo español.

--¿Por qué un discurso fascista puede pasar como un discurso que parece de izquierda, progresista?

--En 2012 estaba muy efervescente el movimiento del 15M en España, cuando tantísimas personas salieron a las calles y acamparon en las plazas; era una acción política nueva dentro de la democracia. Las tomas en las plazas estaban llenas de discursos políticos, que en aquel momento no tenían una canalización partidista. La novela recoge ese discurso en un momento en que España estaba muy porosa a los discursos políticos. Que se leyera como un discurso de izquierda no era raro porque el movimiento del 15M, amplísimo dentro de la llamada izquierda, podía incluir posturas del fascismo de 1935. En ese momento hubo un consumo de discursos políticos de una manera bastante acrítica, donde todos metían en un mismo saco lo que sonaba de izquierda. La otra razón es que el discurso de Ramiro Ledesma, independientemente de la época, se parece mucho a los discursos actuales del partido de coalición, Unidas Podemos, en la apelación a la patria y a la lucha, sobre todo ahora con el Covid.

--¿Por dónde pasa la transgresión y la radicalidad hoy?

--En la ciudad donde vivo, en Barcelona, donde percibo mayores posibilidades de conflicto social, entendido como algo necesario, es en la tarea de la okupación de viviendas, el desafío a la propiedad privada en una ciudad donde los alquileres solo se pueden pagar si hay dos personas en la familia que trabajan y son explotadas más de ocho horas diarias, seis días a la semana. En un contexto de galopante neoliberalismo aplicado a un bien esencial como es la vivienda la okupación de viviendas resulta perturbadora. El okupa es percibido como un delincuente, como alguien peligroso para la paz social porque no se resigna a su suerte de persona sin hogar. La ocupación es el gran desafío a la norma capitalista.

--Cuando te dieron el Premio Nacional de narrativa, te cuestionaron porque dijiste, ante las protestas contra la sentencia del procés, que era una alegría ver “fuego en vez de tiendas y cafeterías abiertas” en las calles de Barcelona. ¿Cómo viviste ese momento en que te convertiste en el centro de todas las críticas?

--Me generó sorpresa y satisfacción: ¡joder, qué dañina puedo llegar a ser, qué bien lanzado está el tiro! Los ataques los sentía como unciones a mi iniciativa en la destrucción de ciertos cánones literarios y en la construcción de cosas nuevas por Lectura fácil, como por aquellas declaraciones que fueron tan ofensivas para tanta gente. Hay algo muy camusiano en esto: toda negación tiene un valor positivo; decir que algo no gusta no es una posición nihilista en el peor sentido, sino que es el primer paso para que haya otra cosa. Por eso es imprescindible la crítica y no el falso humanismo que dice que todas las opiniones valen. Quizá todas las opiniones no valen. Quizá haríamos bien en señalar opiniones que son autoritarias, opresivas, machistas, criminales, violentas… Me di cuenta de que no soy inofensiva. Las críticas bienvenidas sean; eso significa que estamos en el buen camino.