Vivimos en una era digital en la que Internet aparece como la revolución tecnológica más importante de estos tiempos. Nunca antes en la historia de la humanidad las personas habían podido acceder a tan vasta cantidad de información como ahora, lo cual exige una necesidad fundamental de parte de los usuarios: contar con motores de búsqueda. Ante esto Google aparece como una especie de semidiós que todo lo sabe. El buscador por excelencia a nivel global es tan poderoso que hemos adoptado el neologismo “googlear” como un verbo que indica la acción de hacer una búsqueda en la web.

Lo cierto es que además de tener a nuestra disposición un sinnúmero de información con tan solo tipear algunas palabras claves, también contamos con la desventaja de navegar por un océano minado, ya que muchos de los datos que aparecen en la web suelen ser falaces y la mayoría de las veces no se debe a errores inocentes sino a fines malintencionados. No es casual que otro de los neologismos que hemos incorporado últimamente sea el de hater para referirnos a usuarios cibernéticos, muchas veces anónimos, que manifiestan su desacuerdo hacia alguna persona o idea emitiendo un juicio peyorativo de manera desmedida.

Google se encarga de ofrecer al público la información solicitada, pero no cuenta con un editor responsable de chequear estos datos en tiempo real, sino que lo hace a partir de un algoritmo que arroja automáticamente los resultados en fracciones de segundos y los posiciona en una suerte de “ranking”. La relevancia de una página está determinada principalmente por la cantidad de otros sitios web que remiten a la misma. El problema se da cuando los algoritmos presumen relevantes a ciertas asociaciones que muchas veces son promovidas de manera maliciosa por usuarios haters. En estos casos, el buscador no ejerce ningún tipo de control ni filtro al respecto.

Recientemente, fue de público conocimiento la demanda iniciada por Cristina Fernández de Kirchner a Google por un hecho de estas características. En mayo de este año el buscador arrojó durante algunos días resultados con información falaz que difamaban a la vicepresidenta, cuya fuente directa había sido Wikipedia, una base de datos colaborativa en la que la información es elaborada y editada colectivamente por sus usuarios. En su cuenta de Twitter la vicepresidenta explicó por qué recurrió a la justicia: “cuando las mentiras y difamaciones se disparan desde plataformas masivas, su circulación no tiene límites, no se puede detener y el daño que ocasionan a los difamados pareciera ser incalculable.”

Mientras que algunos medios de comunicación decidieron apoyar dicho reclamo, otros optaron por posicionarse del lado del “gigante informático”, argumentando que importaría más el derecho a la información de los usuarios que el derecho a la intimidad de personas que puedan llegar a sentirse ofendidas. Sin embargo, la demanda no exige la supresión de ningún tipo de información, sino que apunta a la responsabilidad de Google por haber priorizado en el panel de conocimiento de su sitio contenido agraviante que fue difundido masivamente. Si bien el derecho a la información existe, esto no implica que el hecho de poder difundir contenido de toda índole contemple la posibilidad de hacerlo de manera irresponsable y malintencionada, dado que esto podría contradecir o anular a otros derechos humanos.

Por su parte, Google acumula fortunas de dinero que obtiene gracias a contenidos producidos por usuarios, pero no se hace cargo legalmente de estos. Por lo que, más allá de comportarse como intermediarios, los buscadores deberían responder a cierta responsabilidad civil por facilitar y reproducir contenido injurioso. En relación a esto, la vicepresidenta se pregunta si existe algún tipo de defensa para las personas que resultan víctimas de este tipo de acciones perpetradas por Google. La respuesta pareciera ser negativa ya que, a pesar de que el acto de fraguar información en un sitio web es considerado vandalismo, no existe ningún tipo de limitación al respecto y Google no quiere hacerse cargo de la amplia difusión que generan sus algoritmos.

* Técnica Universitaria en Periodismo. Estudiante del Profesorado de Letras.