Titulo y tapa no dejan lugar a dudas. Estamos ante un libro de imágenes que rinde homenaje al más querido santo popular argentino: El gauchito Gil, o como era su nombre completo, Antonio Mamerto Gil Núñez. Un antiguo poblador de la provincia de Corrientes, que tras su muerte a fines del siglo XIX, empezó a otorgar favores a los más humildes que lo necesitaban, hasta que su figura se convirtió en un mito y un culto. De esto hablan las rutas de nuestro país: recorriéndolas es habitual que veamos a los costados, de reojo, pequeños brillos rojos con su imagen. Son los altares que los seguidores del gauchito montan para recordarlo y dejar sus votos. Y también de esto habla este libro, que es un espejo y una ofrenda, imágenes que invocan al gauchito desde el presente, entre tapas de un furioso rojo metalizado, que refleja también los ojos de quien observa, incorporándolo al festejo.

El libro está firmado por Dagurke, alter ego de Agustín Sargiotto, un fotógrafo nacido en Córdoba en 1993, que viene desarrollando una obra que usa como herramienta de captura su celular y como objetivo cualquier situación atravesada por la gracia que se cruce en la ciudad. Publicadas hasta ahora en su Instagram y compiladas en diversos fanzines, en estas imágenes – que se muestran con la textura propia de esta tecnología, baja resolución, a veces incluso pixeladas—aparecen estatuas envueltas en papel film, unas botas abandonadas en un baldío, albinos atribulados, pintadas curiosas, una pareja de cartoneros besándose en un tacho de basura. Es su ojo el que logra retener imágenes inadvertidas de Buenos Aires, en su lado más sensible.

 

El origen de este libro es una idea de Patricio Binaghi, editor de Paripé Books, quién ya había hecho otras publicaciones de Dagurke en formato fanzine. Le propuso hacer un trabajo fotográfico sobre el gauchito y su célebre fiesta conmemorativa a comienzos del verano. El fotógrafo contesta: “Yo conocía al gaucho pero no más que el público general y la idea me encantó. Como la fiesta es en enero, usé el tiempo que faltaba para ponerme a leer, visitar santuarios en la ciudad y charlar con gente. Aprendí mucho sobre la historia del gaucho, del sigo XIX, milicias, deserciones, asesinatos, robos, fiestas populares y chamamé. Y en enero me armé todo y me fui a Mercedes. Mi trabajo es muy de ir a lugares y encontrarme con cosas que me sorprenden medio de casualidad. A veces siento que si estoy sentado en casa me estoy perdiendo algo que está sucediendo en algún lado. Con el gauchito, yo sentía que me iba a Mercedes bastante preparado, pero sin tener idea de lo que me iba a encontrar allá. A diferencia de mi primeros libros-fanzines, este es un trabajo de retratos clásicos”.

Como el periplo que hizo el autor hasta la provincia de Corrientes, el libro también plantea un viaje. No en el espacio, pero sí en el tiempo. Todo transcurre en la mítica fiesta, las primeras fotos tienen la luz rotunda del mediodía y las últimas, la débil de la mañana siguiente. En el medio, la noche. La roja noche de las velas encendidas y los bailes furiosos, donde se mezclan la alegría del encuentro popular, con la devoción hacia ese santo. Desde el comienzo mismo, la primera fotografía: Un muchacho de gorra con la frase “Gracias gauchito gil” le da una profunda pitada a una tuca, como si con eso diera inicio a un viaje entre lo mundano y lo sobrenatural, entre la fiesta pagana y la epifanía. Le siguen muchos otros hombres jóvenes que portan ofrendas. La gente va llegando con sus regalos, sandias, velas, estatuas, botellas de vino tinto, banderas y más banderas rojas.

Pese a tratarse de una historia totalmente gauchesca, algo que llama la atención rápidamente es lo actual de las fotografías. Los jóvenes que van a homenajear al gauchito portan camisetas de futbol, gorritas, shorts deportivos y son capturados así: “De lo gaucho ya se ha hecho mucho trabajo, y casi siempre se lo retrata como un personaje antiguo o anticuado, pero el ritual del 8 de enero es algo súper contemporáneo. El devoto del gaucho lleva camiseta de su equipo, vino en una mano, celu en el otro y baila chamamé, mientras pasa otro con la netbook de Conectar Igualdad. Sin embargo la historia y lo actual están todo el tiempo en juego abajo de los galpones. Se camina de rodillas hasta la imagen del gaucho para agradecer y hacer promesas, se prenden velas, se bebe la sangre, se baila en pareja, se pelean dos a cuchilladas por una china. En la fiesta la historia del gaucho se hace actual y toma vida.”

Si bien en las fotos hay escenas --muchas de ellas de momentos de la celebración, los altares, los bailes, los niños con acordeones—lo que se imponen en su recurrencia son los retratos individuales. Desde la tapa, donde un hombre ataviado como los colores rojos y celestes del gauchito, nos observa con una mirada inescrutable. Dagurke describe sus retratos así. “Personajes ultra contemporáneos bañados en cultura popular, tradicional y pagana.” Y hay algo de esa tensión que se vuelve palpable. No sólo como la renovación del culto, las nuevas generaciones que mantienen vivo el rito, sino como una actualización del propio héroe, un Gauchito Gil redivivo.

En como si las múltiples imágenes de chicos jóvenes con musculosas de algún sindicato, con grandes zapatillas, pareciera probarse la cara del Gauchito Gil en distintas versiones. Como si todos fueran distintos rostros de él. “Si nos podemos estadísticos—explica Dagurke-- el 70% de la gente que llega al santuario de Mercedes para la fecha, va desde el conurbano bonaerense y se manifiestan así, tatuados, con gorra y bermudas, lo que podría denominarse un “chongo” (¿polemiko?). La mayoría son varones, algunos van en familia pero la mayoría va en grupos de amigos y es el viaje y la fiesta del año. Charlando con ellos, me cuentan sus historias y no son muy diferentes a las del gaucho, es más, serían un equivalente al gaucho en un contexto urbano y del siglo XXI, luchando contra las mismas injusticias, golpeados por el mismo sistema pero evolucionado y perseguidos por la milicia que hoy es policía. Cuando terminé el trabajo y lo empecé a armar, decidí que ese era el rumbo que quería tomar, el libro es un homenaje a este grupo de hombres y mujeres que encuentran en el gaucho esperanza y aliento para seguir luchando por las mismas injusticias del siglo XXI.”