“Una bandita”. Así, con ironía, se refiere Daniel Melero a la formación que lo acompañó en las presentaciones de su disco Cámara en 1991. Además de Gustavo Cerati, el otro músico que sobresalió de ese laboratorio sonoro fue el entonces precoz tecladista de Babasónicos, Diego Tuñón. A casi treinta años de esa primera incursión juntos, el tándem puso en circulación recientemente La ruta del opio: primer álbum firmado por ambos. “Daniel y su esposa son los padrinos de mi hija”, revela Tuñón. “Si antes nuestra relación era muy familiar, con el tiempo se profundizó. Pero si no tenés un proyecto con él, es imposible verlo. Grabé 'Mesmer' (tema que terminó siendo parte del repertorio de la flamante producción) para algo que no sucedió y Daniel me propuso hacer mi disco solista”. Aunque el exfrontman de Los Encargados tiene otra versión acerca de la consumación de este trabajo:  “Siempre hay una discrepancia histórica en esto”, enfatiza. “Habría sido un tonto si no me hubiera dado cuenta de que Diego se acercó con la música que tenía a mano para proponerme hacer algo juntos”.

-Si hay un rasgo que los aúna es el desconcierto. Sin embargo, a pesar de que nadie esperaba un disco como este, no es una sorpresa que hayan unido fuerzas para hacerlo ni el relato musical que patentaron. ¿Cómo lo ven ustedes?

Daniel Melero: -No tengo una respuesta para eso. Forma parte del universo de quien escucha la música, no del que tiene la vanidad de publicarla.

Diego Tuñón: -Últimamente, la música está muy bañada de intenciones, se tiende a pensar que no hay que hacer cosas inteligentes porque el público no está capacitado. La mayoría de los compositores actuales -y no me quiero meter con la nueva generación de artistas caribeños- hace mucho que no considera a la música algo elegante porque eso alude al aburrimiento.

-Por más que Daniel lo haya catalogado como “arte pop”, La ruta del opio no deja de ser un trabajo con una intención experimental, en el que coinciden la música ambient y el pop barroco. ¿Esa fue la consigna inicial?

D.M.: -Tuvimos un disco más que experimental. Lo desarrollamos sólo por tener la experiencia de hacerlo. Incluso, para alguien que escucha new age puede parecer siniestro. Hay una sensación de preservar el maravilloso mundo de la modulación que produce escuchar. Prefiero los nuevos modos a la moda. La suerte que le toca a este disco es la de contrastar.

-También la de sacarle solemnidad a la vanguardia…

D.M.: -No sólo no hay solemnidad sino que también hay humildad: no está forzándose a ser especial. Eso me atrae muchísimo del álbum y en gran medida es patrimonio de Diego.

D.T.: -Es muy impersonal. No se parece a nada que hayamos generado Daniel o yo. Es más de laboratorio. Está hecho por la experiencia de escuchar y para causar reacciones químicas.

-A pesar de que les llevó seis años hacerlo, el resultado es homogéneo. ¿Cómo fue su armado?

D.T.: -En realidad, no estuvimos todo ese tiempo trabajando en este proyecto. Tuvimos mucho tiempo para abandonarlo y reverlo con otra cabeza. Hay piezas que consideramos terminadas hace dos, tres o seis años, y, sin embargo, las definimos la semana previa a la entrega del disco. Si bien nuestra búsqueda no era concebir un material que tenga un correlato histórico, eso nos permitió combinar muchas cosas. El disco tiene hasta distintas homogeneidades. Si lo ordenás de otra manera, es casi otro álbum.

-¿Quedó material afuera?

D.M.: -Muchísimo. Tomando en cuenta que iba a salir en vinilo, el discurso de algunas piezas se hizo más compacto. Es una dinámica lenta, pero que garantiza la sorpresa. Aunque a veces sencillamente dialoga...

D.T.: -Tal vez el resultado no sea experimental en cuanto a la forma de la música, pero sí tiene mucho experimento.

D.M.: -Es un tipo de vaivén que en muchos discos conduce a malos resultados. Acá sólo se vio beneficiado lo que fue elaborado a partir del desorden. Hubo mucha destilación sonora.

D.T.: -Daba miedo. Por momentos, el proyecto parecía que nunca iba a ver la luz. Empezamos a estar juntos, a jugar con la música y a entusiasmarnos. Fueron seis años en los que la industria cambió de manera radical. Así que intentamos hacer algo actual, pero que también sirviera para el futuro.

D.M.: -Uno de los hermosos aciertos que tiene es que está totalmente fuera de cualquier otro discurso que se escuche.

-En una época en la que hay tanto para decir, es un álbum que sabe administrar los silencios.

D.M.: -El silencio es uno de mis temas centrales. Gran parte de la composición se basa en lo que no decís. También podríamos decir que es un disco bastante melódico, por más que en otros momentos es misterioso y textural.

-Si bien La ruta del opio es prácticamente instrumental, existe un matiz cancionero. ¿Cómo articularon esa traslación?

D.M.: -Son canciones que no están reguladas por la voz. Y cuando aparece, es determinante. Tiene trucos que apreciamos de la música y que nos atraen de ciertos discos.

D.T.: -Es picardía pop, la estrategia de atrapar. Cuando se va la voz y parece que nada va a pasar, reaparece.

-¿Por qué eligieron sacarlo en la pandemia?

D.T.: -Se me ocurrió decir en un momento: “Cuando entremos en alguna cuarentena, lo sacamos”. Y pasó.

D.M.: -En un mundo detenido, hay más espacio para escuchar. Lo que nos quedó por fuera lo sacaremos en la próxima pandemia, que mucho no va a tardar.

-¿Sienten curiosidad por los que se viene o prefieren el mundo como era antes?

D.M.: -El mundo como era antes nunca me gustó. Y el presente tampoco me parece interesante. Desde la época de Tecno (disco que cumple dos décadas en 2020) yo hacía streaming. Hice un recital en ese formato hace unas semanas y fue rarísimo desplazarme por la ciudad hasta el lugar en el que toqué. La ausencia de público le quita un poco de entropía a la propuesta. En medio del dolor, puede ser un paliativo, pero sinceramente creo que no iguala la experiencia del contagio fabuloso que hay en un montón de gente interesada en una información sonora.

D.T.: -A esa experiencia única que significa una bola de sonidos pegándole a un montón de sudados la extraño mucho, por más que la haya padecido treinta años. Me hizo bien parar un poco, pero no me gustaría creer que nunca más se va a volver a esa cosa del rock contagioso e incómodo.


En el aislamiento

La ruta del vivo

La ruta del opio fue editado por Bultaco Discos, el sello independiente de Babasónicos. El arte de tapa del álbum es una suerte de fachada interior de un edificio con apariencia huesuda que estuvo a cargo del artista audiovisual Gabriel Rud, quien trabajó junto a León Ferrari y acompaña al ex Los Encargados en las ambientaciones estéticas de sus shows. A propósito de esto último, Melero y Tuñón habían adelantado temas del disco en vivo el año pasado, en la tercera edición del festival Mutek y en el Festival Imprevisible. Ante la pregunta de si será posible ver alguna actuación pandémica del álbum, a través de alguno de los soportes que impuso el aislamiento, Tuñón desliza: “A pesar de que nos estamos cuidando de no salir, con Dani podríamos armar algo que sea lindo”.