El Tata Cedrón es tajante: “Si no canto me muero, se me atrofia el alma”. En plena pandemia, con la actividad musical reducida al streaming y los vínculos humanos enrarecidos, aquella certeza lo llevó a crear un momento de lo más conmovedor y luminoso. A abrir de par en par las puertas de su casa de Villa del Parque y dedicar una canción para un solo espectador que observa desde el cordón de la vereda, manteniendo el distanciamiento social que el coronavirus impone.
Esta invención del Tata, esta “cosa antisistema” --como él la llama--, puede sorprender pero es una clara continuidad en su trayectoria, que incluye decisiones como la de tocar durante cinco años en una verdulería sin difusión ni micrófono. La división entre arte y vida cotidiana se esfuma. Y “Canciones al paso” se inscribe dentro de un fenómeno más amplio que tomó el nombre de “Cercanías”: en todo este barrio de casas bajas y árboles se respira arte. El vecino de enfrente, un radiólogo jubilado, colgó sus cuadros de la baranda de la terraza. Una maestra jardinera habilitó el frente para que los chicos expusieran dibujos. Otra vecina toca el violín todos los viernes. Antonia García Castro, mujer del músico, socióloga, coloca libros en las ventanas para su préstamo.
Es un mediodía apacible, dorado, y el Tata lo hace más hermoso punteando bajito desde su puerta. La calle está desértica. Antonia recibe a este medio con un saludo japonés y cuenta que el objetivo de esta movida espontánea y vecinal --inspirada en noticias que llegan de Europa pero también de otros barrios porteños-- es "que la distancia se transforme en cercanía". De ahí el nombre. Ha generado un diálogo renovado entre los vecinos, quienes se inspiran mutuamente. Además, personas que antes no se hablaban comenzaron a conocerse. En las paredes de varias viviendas, incluida la del Tata y Antonia, un afiche invita a hacer “muestras al paso”. A copar ventanas, balcones, veredas, pasillos, espacios comunes. “¿Tenés alguna obra que te gustaría compartir? Cuadro, foto, collage, dibujo, poema, canción. ¿Receta de cocina? ¿Palabra de aliento? ¿Reflexión? ¿Tenés ganas de cantar? ¿Tocar un instrumento? ¿Contar un cuento?”, propone.
“Esto es en favor de expresarnos sin violar la cuarentena, respetando siempre la pandemia. Estamos de acuerdo con el protocolo de cuidarse --aclara Cedrón--. Lo que pasó en la marcha (anticuarentena) fue una cosa escandalosa. Una aberración. Tenemos que estar todos juntos peleándola. Después arreglemos los problemas políticos.” A sus 81 años mantiene el alma intacta sin discontinuar su arte y alienta la idea de que "famosos y no famosos" se expresen como sea, como puedan, con lo que hay a mano.
Sus mini-conciertos tomaron continuidad hace dos semanas, pero el primer antecedente se remonta a comienzos de julio. Pasaban unos conocidos por la puerta de su hogar y el compositor se les apareció tocando en la ventana, un lugar que quedó incómodo porque está ubicada muy alta. Ahora los hace en la puerta. Para evitar el riesgo de que se arme un "despelote" de gente hay que sacar turno para presenciarlos, enviando un mail a Antonia (a [email protected] ). Están pensados para los vecinos de Villa del Parque y alrededores. No suceden en días prefijados aunque se vienen dando los fines de semana. El formato contempla entre diez y 20 minutos por espectador. Es un tema por persona, más, seguramente, un relato que lo explica. El Tata tiene un deseo: que el Presidente le pida un turno.
La casa antigua de la pareja está por estos días totalmente intervenida. De un árbol cuelgan dibujos que los chicos del barrio regalaron al cantante y guitarrista. En una de las ventanas hay varios libros de Adolfo Nigro. En la otra están colgadas tres tapas de discos del Cuarteto Cedrón. La de Madrugadas, con poemas de Juan Gelman, es la original, diseñada por los hermanos del músico en 1964. Se ve cómo las letras pegadas a mano se están desprendiendo. Acompañando aquella tapa y las de Los Ladrones y Chansons D'Amour D'Occitanie se ven distintos juguetes de la Compañía Nacional de Autómatas La Musaranga, con la que el Tata presentó el espectáculo El puchero misterioso y después... en el Teatro El Popular.
En esta escena se produce “Canciones al paso”. Cedrón se sienta a más o menos un metro de distancia de la puerta, apoya el pie derecho en su colorido banquito, también de La Musaranga, y algo parecido a la magia ocurre. Se armó, detrás suyo, una suerte de altar que también da un clima a la situación. En una mesa de madera tiene una lanchita pof pof, un títere de Juancito Caminador obsequiado hace unos días por una vecina escultora y un barquito dentro de una botella traído de Francia, donde vivió durante 30 años. A esta cronista y al fotógrafo regala "La cerveza del pescador Schiltigheim” (poema de Raúl González Tuñón) y "Yuyo verde" (tango de Homero Expósito y Domingo Federico). También una pieza parida en el confinamiento, “El caballo partido”, de Rafael Urretabizkaya.
Bordeando el cordón se lee en tiza una frase de González Tuñón, que da nombre a una de las canciones más famosas del Cuarteto: "Si quiere ver la vida color de rosa eche veinte centavos en la ranura". Es, también, una frase que ilustra a la perfección esta invención del Tata. Verlo cantar y tocar con la emoción y entrega que lo caracterizan --él habla de "mística"-- es poder ver un rato la vida color de rosa, más en tiempos de tanta oscuridad. Con la salvedad de que no hay que depositar siquiera 20 centavos: el Tata regala estos micro-shows. No pide plata, y si se la ofrecen --cosa que ha ocurrido--, la rechaza. Lo suyo es "anticapitalista", aunque ha aceptado otro tipo de retribuciones. Tortas, por ejemplo.
"En conciertos grandes, recontra famosos, con mil personas, siento la misma emoción. Incluso acá siento más: estoy haciendo feliz a una persona en este momento tan duro, tan cargado. La gente viene a ras de piel. Es muy emotivo", expresa. "Escucho hablar de industria cultural, protocolos, cuánto dinero hace falta, si hay subvención o no... pero pienso que hay que hablar al revés. Yo tengo ganas de cantar. Voy y busco. Ahora pongo las canciones en la puerta. Primero se hizo el cuadro, luego la sala de exposición", opina. Tiene el “respaldo” de una jubilación mínima y regalías por derechos de autor. Otros músicos están en pésima situación, y lo sabe. Por eso advierte que "el del trabajo es un problema que hay que resolver". Está conversando con colegas para imaginar cómo serían en el futuro las presentaciones en jardines y plazas. “Tenemos que inventar alguna cosa para expresarnos. Y es importante que la gente vea un espectáculo. Quiere emocionarse con un músico, un actor, un pintor. Es una cosa vital en la sociedad.”
Cuando canta hay momentos en que mira directo a los ojos del espectador. El coronavirus impone una diferencia radical en la comunicación gestual. La situación lo traslada a Francia, donde acostumbraba a ver musulmanas con velo. "Los ojos de la gente son muy emocionados. Muy apegados a la música que estoy haciendo, con mucho cariño por lo que hago. Es hermoso verse los ojos. Y ahora estamos obligados. En los ojos hay belleza, emoción. Con lo que hay, hay que hacer. Con lo que se puede hacer. ¿Podemos a dos metros? Hagámoslo”, manifiesta.
Se acuerda de un hombre que estaba arreglando su auto y de lejos lo escuchaba con los ojos cerrados. "Con la virtualidad no pasa. No hay mal que por bien no venga. Estamos redescubriendo el cariño, la ternura, el acercamiento de los cuerpos, la mirada, la respiración. Al borde del cordón las chicas y los muchachos me miran asombrados y yo también", dice el músico. El 27 hará su primer streaming. No está en contra de la tecnología; simplemente “hay que saber usarla”. Tata concluye: "Estamos en esta milonga. Hay que bailarla lo mejor posible".