Cuando en 2011, Mauro Tronelli cursaba la etapa final del colegio técnico en la ciudad rionegrina de Villa Regina tuvo que realizar un proyecto que, sin saberlo, atravesaría su próxima década y crecería con él. “Se trataba de plataformas omnidireccionales que por aquel entonces se utilizaban en sondas mandadas a la Luna. Pude lograr un prototipo que me permitió entender la funcionalidad del sistema, pero quería más”, recuerda.

El joven ingeniero electrónico, egresado de la Universidad del Sur (UNS), terminó desarrollando una silla de ruedas omnidireccional, única en el mundo, que al poder moverse en cualquier dirección facilita el desplazamiento para las personas con discapacidad. Ese proyecto, que arrancó cuando tenía 17 años, será financiado por la empresa Toyota para la producción en serie. “Me llevó nueve años, pero pensar que le mejorará la calidad de vida a la gente es una satisfacción increíble”, resalta.

La silla impulsada a batería fue presentada en la “Cumbre Global de Discapacidad”, donde se terminó de validar para su utilización. “En 10 minutos se aprende a usar. Su característica principal es que, al poder moverse a cualquiera de los lados, de costado, en diagonal y sobre su propio eje, reduce hasta un 50 por ciento el margen de maniobra. De este modo, las personas con discapacidad prácticamente no necesitarán espacios especialmente adaptados”, explica Tronelli, en declaraciones al Suplemento Universidad.

El proyecto comenzó a desarrollarse ni bien inició sus estudios de Ingeniería en la UNS, con sede en Bahía Blanca, y conversó con uno de sus profesores de primer año, Héctor Chesarini, para que lo ayudara a convertir aquel prototipo ideado durante la escuela secundaria en el proyecto final de su carrera universitaria.

Al principio la idea de Tronelli y algunos de sus compañeros era crear un autoelevador para la recolección de peras y manzanas, una de las principales actividades productivas en Regina y General Roca, su ciudad natal. “Era perfecto para reducir maniobras dentro de una cámara frigorífica, pero muy costoso”, recuerda.

Descartada esa opción, la idea seguía latente pero no era fácil encontrar una utilidad hasta que un compañero, que había estado en sillas de ruedas, le dijo algo que cambiaría su mirada: “Che, esto hubiese estado bueno para usarla en ese momento porque en el departamento era muy difícil moverme”.

A partir de allí empezaron a indagar en esa posibilidad y advirtieron las dificultades de maniobras en espacios no adaptados que enfrentaban más de 75 millones de personas en el mundo que, según la Organización Mundial de la Salud, necesitan utilizar silla de ruedas. Conseguir la financiación para su realización no fue fácil y muchos compañeros fueron dejando el proyecto porque les sacaba tiempo para trabajar y para otras materias de la universidad.

Pero Mauro continuó a pesar de que muchas veces pensó en largar todo: “En el medio falleció mi abuela y eso, a pesar de que me golpeó, me dio más fuerzas porque una de las principales causas de su muerte fue que retrasó el periodo de amputación en su pierna. Ella no quería vivir movilizándose en una silla convencional. Mi invento podía hacer que para otros no fuera algo tan terrible”.

Finalmente aquel proyecto nacido en el secundario y perfeccionado en toda la carrera universitaria se transformó en la “Silla Siruom”, que puede transportar personas de hasta 130 kilos, con una autonomía de ocho horas y a una velocidad de 10 kilometros por hora.

Una vez reconocida en distintas partes del mundo, la multinacional Toyota eligió la silla para financiar su producción. Ahora se está esperando la homologación para comenzar con la preventa. “Este contrato nos permitió montar la fábrica y pasar de desarrollar el prototipo que pesenté al final de mi carrera a desarrollar un producto en serie”, sostiene Tronelli.

Y resume: “Todo el proyecto surgió por la persistencia y la perseverancia. No soy un experto, pero no me rendí y en el camino conocí mucha gente que me enriqueció”.