Llamar a Oliver Stone “una figura contradictoria” es subestimarlo de manera catastrófica. El realizador estadounidense, cuya “memoria íntima” Chasing the Light (Persiguiendo la luz) se acaba de publicar en inglés, es a la vez una figura de Hollywood con varios Oscars con su nombre y uno de los más fieros críticos del sistema de estudios estadounidense. En una entrevista reciente con New York Times, el cineasta describió a Hollywood como “ridículo” y como “una fiesta del té de Alicia en el País de las Maravillas”. Y se explayó sobre cuán caro se convirtió el trabajar allí, y cómo todo se ha vuelto “frágil” y “demasiado sensible”.
Más o menos en la misma época en la que Stone dirigió Comandante (2003), su documental de bajo presupuesto sobre Fidel Castro, estaba ocupado gastando 180 millones en hacer una película sobre Alejandro Magno. Se encarga de ridiculizar al materialismo en la sociedad de los Estados Unidos y aún así, en el período en que era uno de los realizadores más poderosos de la industria de Hollywood, creó al mefistofélico banquero Gordon Gekko (Michael Douglas), cuya celebración de la codicia en Wall Street (1987) ayudó a definir los años ochenta.
Stone hace películas grandes y temerarias sobre soldados estadounidenses, políticos, periodistas, héroes deportivos, trabajadores de emergencias, estrellas de rock, Dj’s, financistas, informantes, más grandes que la vida misma. Al mismo tiempo, a menudo puede ser citado describiendo a Norteamérica como “una fuerza del mal”, y utiliza sus películas para exponer la corrupción y la conspiración en los más altos niveles del gobierno.
En su serie documental The Untold History of the United States (“La historia no contada de los Estados Unidos”, 2012), Stone advirtió sobre cómo “las fuerzas de la derecha han operado siempre con libertad y abiertamente en los más oscuros abismos de la vida americana, donde el racismo, el militarismo, el imperialismo y la devoción ciega a los intereses privados se hizo un festín”. Demostró sus argumentos de manera convincente, aún siendo él mismo alguien educado en la “Ivy League”, hijo de un corredor financiero que viene del mismo ambiente privilegiado que los políticos y líderes de negocios que han permitido que continúen esos latrocinios. Según algunos relatos de su juventud, incluidos en algunos adelantos de su nuevo libro, parece una figura estadounidense tan quintaesencial como Gary Cooper en Sargento York, o uno de esos jóvenes héroes aventureros de las novelas de Jack London. Es el marino mercante y el aspirante a novelista, corajudo y hambriento de experiencias.
La historia de cómo Stone se presentó voluntario al Ejército como “un soldado de infantería anónimo” es parte de la mitología que lo rodea desde hace tiempo. El rechazó la oportunidad de entrenarse como oficial; en lugar de eso trató de escapar a “la falsa vida occidental en la que había crecido” convirtiéndose en un soldado raso. Vio acción bélica, fue herido en la nuca y ganó medallas por su valentía en Vietnam.
La portada de Chasing the Light es una foto de Stone en su juventud, mirando a cámara con esa extraña, obsesiva expresión que se encuentra en los rostros de soldados estadounidenses shockeados hasta la médula que fotografió Don McCullin en Vietnam. Es una imagen que denuncia su autenticidad. La suya es la historia de un soldado, no una autobiografía desde el show business. Stone ha visto la oscuridad. Ha estado en la línea del frente, con experiencia de primera mano de las pesadillescas situaciones que más tarde supo poner en pantalla. No es lo mismo que otros directores contemporáneos que han hecho películas de guerra en los últimos 40 años, como Stanley Kubrick, Francis Ford Coppola, Steven Spielberg, Christopher Nolan y Kathryn Bigelow.
El éxito de Stone en Hollywood fue ganado con mucho trabajo. En la escuela de cine en New York tuvo como maestro a Martin Scorsese. Pasó casi veinte años después de haber estado en el Ejército tratando de establecerse como realizador. Sus primeras dos películas, enroladas en el género de terror, Seizure (1974) y La Mano (1981), fueron un fracaso. “Ellos no pudieron derrotarme. Me detuvieron como director, pero regresé como guionista”, dijo más tarde, con la típica actitud de desafío con la que tuvo que lidiar con sus tempranos fracasos.
Stone fue sacando guión tras guión, desarrollando una reputación como escritor de historias furiosas y guiadas por la testosterona, sobre guerreros y marginales. No ayudó mucho que él mismo fuera un personaje bastante intratable, que frecuentemente hacía irritar en exceso a sus colaboradores. De todos modos, aquellos que trabajaron con él casi siempre reconocieron su potencial. Michael Caine, el protagonista de La Mano y él mismo un ex soldado de infantería, lo describió como “una personalidad extraordinaria, muy volátil y con una tremenda inteligencia”.
Uno no puede sino preguntarse por qué Stone, como un joven idealista, estaba tan determinado en primer lugar a trabajar en un mundo tan mercenario como el de Hollywood. Existe la sensación de que se lanzó a sí mismo a la carrera de dirección de cine con el mismo temerario abandono con el que se aproximó a su tiempo en las fuerzas armadas. Se dijo que el subtítulo de su libro era “escribiendo, dirigiendo y sobreviviendo… al juego del cine”. El mismo admite que su carrera ha ido muy arriba y abajo. Tal como observa en la introducción al libro, “la constante presión al estilo de perros comiéndose unos a otros en el negocio del cine, dirigida a hacer dinero, puede destruir cualquier alma buena hasta el hueso. Los películas te dan, las películas destruyen.”
Le llevó hasta tener casi 40 años el realizar su gran entrada al éxito con Salvador y Pelotón (1986). Ambas películas, lanzadas en los Estados Unidos en el mismo año, fueron respaldadas por la compañía británica Hemdale, la misma que más tarde revivió la carrera de Ken Loach al financiar su película de 1990 Agenda Secreta, un thriller político ambientado en Irlanda del Norte durante los Troubles.
John Daly, el jefe de Hemdale, no estaba interesado en la política. Stone dijo más tarde que le había vendido Salvador sobre la base de sus dos héroes “basura”, el sórdido periodista estadounidense Richard Boyle (interpretado de manera memorable por James Woods) y su estridente compañero, encarnado por James Belushi. “Laurel y Hardy van a El Salvador”, fue su manera de venderla, aun cuando el verdadero propósito del film era exponer el apoyo de los Estados Unidos a los escuadrones de la muerte en América Central en los años ’80.
La actitud de Stone hacia sus patrones ingleses parece haber sido profundamente ambivalente. El realizador Alan Parker proveyó una entretenida descripción de su par americano cuando fue a Londres para trabajar en el guión para Expreso de Medianoche (1978) en el Soho. “Oliver pensó que las oficinas eran extrañamente ‘dickensianas’, y aparentemente no le gustó nada de lo inglés... incluyéndonos”, escribió Parker en un ensayo que marcó el lanzamiento en DVD para celebrar el 25° aniversario de la película.
Por su parte, Parker y los productores David Puttnam y Alan Marshall tenían poca fe en Stone, y esperaban que pudiera terminar el guión lo más rápido posible así los dejaba en paz. Entonces leyeron su trabajo. “Fueran cuales fueran mis sentimientos personales sobre Oliver, muy pronto se volvieron absolutamente irrelevantes, debido a la calidad y la energía de su primer borrador. Era filoso, sin compromiso, sucinto, lleno de furia y una energía cinematográfica que atravesaba las páginas como un tren expreso llegado del infierno”, recordó Parker.
No es que Stone proveyera un retrato sutil o matizado del sistema penal turco. La película cuenta la historia de Billy Hayes, un joven estudiante estadounidense que es arrestado en Estambul por posesión de drogas y enviado a prisión. Su guión, que le hizo ganar su primer Oscar, consentía una cruda esterotipación de los turcos. Hayes mismo apuntó más tarde que “no se ve un solo turco bueno” en todo el metraje.
Stone pasó más de una década tratando de conseguir el dinero para poder hacer Pelotón. Se le dijo una y otra vez que era demasiado realista y deprimente como para encontrar un público. Corría la era de Rambo y Top Gun, y Stone tenía otro enfoque. Hemdale, de todas formas, accedió a apoyarlo, en una apuesta a que quizá Pelotón fuera un éxito. El épico film fue rodado con un presupuesto reducido en una selva en las afueras de Manila con Charlie Sheen interpretando a Chris, el personaje basado en el mismo Stone. El duirector filmó con detalles tomados directamente de sus propias experiencias en la infantería. Por ejemplo, sabía exactamente lo que significaba “limpiar” las dependencias.
Pelotón refleja el estado mental de los jóvenes soldados que retrata. La mayoría no están en el ejército por elección propia, fueron enrolados. “Ellos sabían que la guerra era una mierda. Ya tenían ese sentimiento... simplemente trataban de sobrevivir con drogas, buenos amigos y alcohol”, fue el modo en que el director resumió tiempo después su actitud.
Las mismas audiencias que habían atestado los cines para ver películas del “brat pack” adolescente de los ‘80 y películas de amigos jóvenes al borde de la adultez como los de Diner (Barry Levinson, 1982) también fueron atraíidas por Pelotón. Ayudó mucho que Stone hubiera armado un elenco tan excepcional: junto a Sheen como el joven soldado y Tom Berenger y Willem Dafoe como los sargentos experimentados en la batalla, el equipo actoral también incluyó a Forest Whitaker y Johnny Depp.
Hubiera sido un error, de todos modos, señalar a Stone como un director antibélico. Pelotón no era el equivalente moderno de Sin novedad en el frente. Los créditos de Stone en la escritura incluyen películas llenas de sangre como Conan el Bárbaro y Caracortada. Era el heredero de una tradición de machismo y violencia en pantalla que se extendía hasta Sam Peckinpah. Sus propias experiencias en Vietnam no lo habían convertido en un pacifista. Como muchos otros directores antes que él, tuvo un deleite casi infantil en orquestar escenas de batalla complejas y explosivas. No hay error en apuntar su emergebncia como una figura mayor de Hollywood durante los ’80, la era de las películas de acción que generaron fortunas en su lanzamiento en VHS tanto como en las salas de cine.
La diferencia entre Stone y la mayoría de sus contemporáneos estaba en que sus películas tenían una dimensión política. Caine escribe sobre cómo, incluso cuando Stone lo estaba dirigiendo en La Mano, el realizador hablaba constantemente del asesinayo del presidente John Fitzgerald Kennedy en 1963. “Su teoría, con la que yo coincido, basada en cómo había sido su propia experiencia como soldado, era que no había manera de que Oswald hubiera baleado a Kennedy con el rifle y la munición que tenía, a la distancia que estaba en ese momento del auto”.
La observación de Caine es reveladora. Da un indicio del abordaje con el que Stone encara todos sus proyectos. Nunca confía en el conocimiento recibido, sino que testea la evidencia por sí mismo. 57 años después del asesinato de Kennedy, y casi 30 años después de su película sobre el tema, JFK (1991), él aún sigue examinando esa evidencia. Ha estado trabajando en una serie documental sobre Kennedy, JFK: Destiny Betrayed, en la que él y el escritor James DiEugenio prometen revelar nueva información sobre el asesinato. Stone ha descrito el documental como “un importante complemento” de JFK.
Stone estaba en su último año escolar cuando mataron a Kennedy. Quedó aturdido, siguiendo la cobertura en la televisión blanco y negro, pero en realidad no entendió que estaba sucediendo. De manera retrospectiva, él claramente ve el evento como algo que fue una bisagra en su propia vida. Si Kennedy hubiera vivido, cree el director, los Estados Unidos podrían haber salido de Vietnam.
Este año marca el 25° aniversario de Nixon (1995), una de las más ambiciosas de sus biopics de figuras políticas. De manera típica, Stone se aproxima a la vida del desgraciado presidente Richard Nicon como si estuviera realizando una muy oscura película de gangsters, mostrando a Nixon (un inquietante Anthony Hopkins) rodeado de sombras en casi todas las escenas.
Para sus detractores, Stone es un torpe teórico conspirativo que, si ve una nuez, estará siempre buscando un cascanueces para romperla. Para sus admiradores es una figura inspiradora: un nombre grande entre los directores de Hollywood que trabaja en el mainstrem pero aborda cuestiones problemáticas, de Kennedy a Edward Snowden, que a otros realizadores pondría demasiado nerviosos siquiera acercarse. Ha estado dando vueltas por tanto tiempo que es fácil darlo por sentado. Su libro de memorias sirve para recordar a todos cuán difícil, cuán duro tuvo que pelear para abrirse camino en Hollywood... y arreglarse para sobrevivir.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.