Un segundo antes de que la pandemia colocara al planeta en pausa, Laura Ros planificaba con su pareja Federico Gil Solá un viaje en combi por pueblos de los Estados Unidos y Canadá. Cargarían con su pequeña hija, Violeta, y Ros cantaría en los locales o pubs que la cobijaran en esa inmensidad del oeste del norte de América, casi un mohín hippie. Pero no pensaba hacer sus temas, sino el repertorio que desde hace meses la tiene tomada, obsesionada, atrapada, maravillada: las canciones de Joni Mitchell. La idea era al menos audaz: iba a poner su voz de visitante, en el territorio simbólico embellecido definitivamente por la canadiense que, a partir de fines de los 60, marcó un quiebre musical histórico en la interpretación de folk, pop y jazz, y en las maneras de afinar la guitarra española y su amorosamente apalache dulcimer. Como todo en estos meses, el plan se postergó. Ros mueve el celular como un panóptico y con la cámara muestra un sencillo jardín con sol, poblado de juegos infantiles y ropa tendida en la soga en una casita típica del oeste, pero del Conurbano. Entre esas paredes de Hurlingham empezó la locura que derivó en un concierto titulado Descubriendo a Joni Mitchell. “Estoy detonada por Joni”, ríe, exultante.
A Laura Ros la llaman la Buri, es una notable compositora y cantante y la hija de Antonio Tarragó Ros. Tiene tres discos y, cuando parecía que su carrera se amesetaba, se hartó de todo. Dejó de sentir, dice, placer de escuchar música. Fue madre y una canción, “The Circle Game”, empezó a musicalizar sus tardes. “Es una canción de cuna. Me fue devolviendo lo que había perdido. Fue todo un proceso y la maternidad funcionó como disparador. Me había desconectado de mis canciones, observaba que en realidad no tenía cosas para decir y, extrañamente, lo que sentí fue una inmensa libertad. Entonces vino Joni Mitchell”.
¿Cómo apareció?
-Con Federico somos de esas personas que podemos escuchar veinte veces el mismo disco sin parar. Así apareció empolvado Hits, de Joni. Le entramos a dar todo el día. “The Circle Game” se transformó en tema perfecto para Violeta, hacíamos los coros de “Big Yellow Taxi” juntas. De repente me encuentro descifrando qué carajo hace Joni Mitchell en “Help Me”, que parece tan simple. La melodía es un jeroglífico total. Me resultó desafiante y divertido tratar de entender qué pasaba en esa canción… ¡Ahí se desató la tormenta Mitchell!
Escuchó una y otra vez la discografía completa, leyó la biografía Reckless Daughter, de David Yaffe, y se dispuso a sacar los temas. A casi 50 años de discos como Blue o Heijira, resulta estremecedor comprobar lo bien que sedimentó la música de Joni Mitchell, aún en su diáspora estilística que va del perfume folk de la contracultura asentada en California en los ‘60 al jazz de Charles Mingus y Jaco Pastorius o al pop de los ‘80. Su obra artística –que también contempla la pintura- se integra a una vida intensa, dramática si se quiere, un reflejo de los contrastes de época que atravesó desde un sitio central y asimismo discreto. “Intenté entenderla en toda su complejidad. Personal, musical, poética. Mi tarea fue, justamente, ‘descubrirla’ –dice Ros-. Primero cantaba los temas sin tocar, arriba de pistas… hasta que me atrapó ‘Coyote’. La parte rítmica de la voz me resultaba difícil de entender ¿A ver cómo está afinada? Vi entonces videos de ella para ver espiar… ¡en qué zona de la guitarra metía los dedos! Fue un viaje de ida”.
Federico Gil Solá apuntaló ese volcán en erupción en el que se había convertido su pareja. El ex batero de Divididos vivió su adolescencia en California, es un melómano abismal y maneja muchísima información musical que volcó en su momento en el trío de Ricardo Mollo y Diego Arnedo –el abordaje folklórico de Divididos a partir de La era de la boludez no hubiera sido igual sin las ideas, el concepto y el toque de Gil Solá- y que sigue desparramando en cada uno de sus proyectos, como el del grupo La Hermandad, con Palo Pandolfo. “No hubiera hecho Descubriendo a Joni Mitchell si Fede no estuviera en mi vida. Así de simple. Cuando se dio cuenta de que iba en serio, me tiró bíos por la cabeza, me insistió con discos que tal vez no me habían interesado tanto, me armó de confianza”.
De su estancia en los Estados Unidos, a Gil Solá le quedaron amigos, contactos y, como una foto vieja, un anecdotario de su período punk rocker (tuvo una banda que llegó a compartir cartel con los Dead Kennedys). Le escribió a Howie Klein, un escritor, productor y agitador punk, que trabajó con Joni Mitchell, y le envió un video casero de Laura haciendo “Woodstock”. Klein quedó fascinado. “¡Send me more!”, fue la respuesta. Ese tipo de frases fortaleció aún más la confianza que necesitaba Laura Ros.
Es asombroso lo que hacés con “Woodstock”.
-Gracias. Y sí, el arreglo de “Woodstock” fue clave. Afiné la guitarra fantaseando en cómo la hubiera afinado ella y se transformó casi en una improvisación. Cuando finalmente tuve el tema lo llamé a Fede desesperada para que viniera a grabarme antes de que se me fuera. “Woodstock” fue lo primero que publiqué. Tuvo repercusión entre los fans de Joni y en su página web. La persona a cargo me respondió, me dijo que le había encantado y me pidió permiso para subir a la web la tablatura con los acordes. Casi me muero.
¿Joni Mitchell se enteró?
-Ella no se ocupa en forma personal de esas cosas, pero se entera de todo. Reciben cientos de versiones. Me sentí muy afortunada. A partir de ahí, desde su web oficial y sus redes sociales me publican las fechas de los conciertos, me dan una mano. Tener la firma de Joni en una tablatura con un arreglo mío sobre un tema suyo es muy fuerte. Eso es para siempre.
¿Y después qué?
-No sé. Voy a grabar un disco o un EP, vamos a encarar ese viaje por Norteamérica, vamos a seguir viendo crecer a Violeta…Estoy contenta. Lo que hago no tiene que ver con un show o un disco tributo. Esto es espiritual. Cantar a Joni Mitchell me hace sentir segura, descansada, descontracturada, feliz como un pez en el agua.