Estamos atravesando una situación inédita en el planeta. Pienso que es necesario cruzarla con el tema de la responsabilidad porque es lo que se esperaría como respuesta y sin embargo no es lo que más se logra. Hay razones estructurales.
El ser humano, mejor, los hablantes, ya que eso es lo que nos diferencia de los demás seres, no es, no somos dueños de nuestras palabras: el inconsciente suele traicionarnos haciéndonos decir cosas que no pensábamos decir, fallidos que sacan a la luz nuestros verdaderos deseos de los que no tenemos registro consciente. Tanto es así que quien descubriera sus leyes nos hace responsables hasta de nuestros sueños. Vemos que la responsabilidad es paradojal.
El término “responsabilidad” aparece en Europa antes del final del siglo XVIII y su uso efectivo se da en el siglo XIX.
No existe en el Derecho Romano pero sí en el derecho erudito desde el siglo XVIII derivado de respondere.
Por etimología, sponcio era la institución que poseía un lugar fundamental en el Derecho Romano arcaico. Respondere: spondere, prometer y sponsus: novio o esposo. Era el deudor y especialmente el garante. Estaba obligado a responder por la deuda principal de otro. Paradojal, obligado a responder por otro.
Michel Villey, en su seminario de 1977, “Esbozo histórico acerca del término responsable” piensa que la polisemia del término se debe a su evolución histórica y concluye: “En su origen, responder o responsable no implicaba de ninguna manera culpa”.
La vinculación entre ambos términos es relativamente nueva en la historia del Derecho y surge alrededor del derecho contractual, especialmente a partir de la Criminología.
No hay sociedad que no contenga ley, tradicional o escrita, de costumbre o de derecho y que no castigue los grados de transgresión a la misma.
Sin embargo, a pesar del castigo, se cometen todo tipo de trasgresiones. Por ejemplo, la ley prohíbe matar, sin embargo el femicidio nos conmueve cada día con un nuevo caso. O transgresiones que se comenten en busca de castigo por sentimientos de culpa inconsciente y se logra calmar al recibir el castigo. La culpa es un saber sobre la ley.
Uno de los caminos de un análisis es transformar la culpa en responsabilidad.
El concepto de responsabilidad ante la ley atañe a un sujeto de derecho capaz de decir “toda la verdad” en relación a sus actos. Pero ¿qué sujeto es capaz de decir “toda la verdad” cuando su verdad es ignorada por él?
Como analistas sabemos que la verdad solo puede decirse a medias, es por esto que no pedimos la verdad sino que el analizante diga lo que se le ocurra para poder escuchar el decir en sus dichos.
El anudamiento a la ley social está en estrecha relación al anudamiento subjetivo a la ley edípica en sus tres registros: imaginario, real y simbólico, tanto que exiliarse de la ley es exiliarse de la subjetividad aunque nunca puede darse en forma absoluta, siempre se está en el lenguaje y se es efecto de él. No hay hablante que no tenga alguna inscripción de lo permitido y de lo prohibido.
Pero como la ley es simbólica no lo cubre todo. Tiene fallas y por otro lado hay una fuerza pulsional, sexual, no biológica, imparable producto de la renuncia a un goce mítico con La Cosa, por ser seres de lenguaje. Esta renuncia deja restos no simbolizables. Goces parciales pasados por la palabra en relación a las zonas erógenas del cuerpo.
Esta fuerza pulsional lleva a acciones que pueden y en general lo hacen, atentar contra el sujeto. Por ejemplo deportes en los que se arriesga la vida, actings o pasajes al acto.
La conocida frase de la fábula atribuida a Esopo del escorpión que le pide a la rana que lo cruce con la promesa de que no la va a picar porque se ahogarían los dos. Cuando la rana le pregunta por qué lo hizo, responde: “No puedo no hacerlo. Está en mi naturaleza”. El superyó nos impele a gozar, diría Lacan.
Volviendo a la constitución subjetiva, otra función fundamental es la del Otro. En los comienzos de la vida, encarnado en la función materna, la de los cuidados sin los cuales es imposible vivir y humanizarnos. El caso de niños lobos es un mito pues en el caso de ser criados por una loba no entran en el lenguaje. Los significantes del Otro van tejiendo el inconsciente. En los comienzos cosas vistas y oídas, sin comprender. Es el lenguaje el que nos constituye y poder apropiarnos de él es una gran tarea solo posible por la transmisión del Otro como Nombre del Padre en su función de decir no al incesto y con esto nos lanza al mundo.
El mundo es para cada uno la época que le toca en suerte o en desgracia.
Hay diferencia entre el sujeto del inconsciente, esas marcas que nos hacen singulares y lo que es la subjetividad de la época en relación al tiempo en que nos toca vivir.
Ese tiempo está marcado por cuáles son los discursos predominantes. Es indudable que, coexistiendo con otros, el capitalista es el predominante y está puesto en duda como discurso. Más que estimular lazos genera individualismo.
Los discursos son lazos con los otros que ponen barreras a la destrucción por odio que es el sentimiento más primario. En los primeros tiempos de la vida, cuando se constituye la imagen del prójimo, se le deposita lo rechazado y se constituye como enemigo odiable. Esta matriz estructural se puede reactivar en cualquier momento y circunstancias.
Hay dos cuestiones estructurales que quiero destacar ante la pandemia. En el inconsciente no existe la inscripción de la propia muerte, o sea, le va a pasar al otro.
Y para reforzar esto está el mecanismo de la negación: “No es a mí a quien le va a pasar”.
Quiero destacar Ia importancia de la cultura para transmitir los valores que rijan a las sociedades. Implica lazos con los otros, discursos compartidos que ayuden a renunciar a la destrucción por odio, que es lo primero que surge cuando se constituye imaginariamente la imagen del semejante. Se lo vive como enemigo.
La amistad, la solidaridad, el cuidado del otro exige un arduo trabajo al psiquismo y se hace gracias a las compensaciones que nos ofrece la cultura. Pero hace años se viene imponiendo en las sociedades un capitalismo financiero que porta sus valores. Por empezar, destruye al capitalismo productivo, que si bien no dejaba de explotar ya que es su regla básica, permitía lazos entre trabajadores. Incluso algunas fábricas eran lugar de celebraciones sociales. Mucho se dijo ya del individualismo que impone el neoliberalismo producto de la masa de excluidos que crea.
Produce una subjetividad muy convencida de que lo que se logra es por mérito propio. En el pasado exaltaba la figura del “self made man”. El que no debe nada a nadie, especialmente a la política, que le resulta casi una mala palabra.
Cada vez que logra gobernar estimula a lo peor. Para no mencionar experiencias anteriores lo hizo en los últimos cuatro años y seguimos padeciendo sus consecuencias como una deuda externa imposible de pagar.
Fue necesario quien pueda comandar la situación con responsabilidad, no por creerse la Ley, actitud autoritaria, sino por representarla y escuchando voces autorizadas en un tema inédito ejerciera el liderazgo para tranquilizar e imponer la coacción de la Ley a los sujetos que les resulta imposible decidir quedarse en sus casas como una elección propia, para cuidarse y cuidar a los más vulnerables.
Vuelvo a mi tema: la dificultad de los sujetos de hacerse responsables de sus actos, especialmente en tiempos de crisis e incertidumbre que producen angustia, como esta pandemia, la más contagiosa de la historia de la humanidad y globalizada.
Si tuviéramos el pensamiento animista diríamos que es la venganza del planeta por la destrucción que está padeciendo pero como el planeta no es un sujeto que pueda vengarse preferimos escuchar a los que lo relacionan como consecuencia de los daños que se le están haciendo.
Estela Maidac es psicoanalista.