Aunque casi se va en sangre en su primer parto, Silvia Zabaljáuregui quiso tener otra criatura y, al nacer otra niña, lo supo: había traído al mundo a “una guerrera”, a “una gladiadora”. Una niña que, al crecer, quiso defender la memoria de su mamá intentando reconstruir su historia tormentosa: los escollos y las frustraciones incesantes, el daño irreparable; también su resiliencia, su capacidad de reinvención, su amor por las tres hijas. Sobre esto y mucho más trata Silvia: personal ópera prima de María Silvia Esteve, que va enhebrando el denso y opresivo entorno que fue desbaratando el promisorio futuro de su madre como pianista, pintora, abogada, politóloga… A modo de collage, Esteve va perfilando la historia de Silvia a partir de videos caseros: desde su boda en los tempranos 80s hasta la adolescencia de sus hijas. Pero no se limita a editar las imágenes dadas: las interviene con suma creatividad, superponiendo capas y capas en lo que deviene, además, un ensayo magistralmente elaborado, brutalmente sincero sobre la memoria.

Lo personal se vuelve político y universal en este singular trabajo donde, a partir de recuerdos volubles de la directora y sus hermanas, se recupera la infancia de Silvia Zabaljáuregui, signada por el abandono paterno y los problemas psiquiátricos de su propia madre. Donde se descifra el largo calvario que vivió al casarse con un diplomático depresivo y alcohólico, que usó solapados mecanismos para relegarla a las tareas del hogar; y cómo, cada vez que ella pidió ayuda, solo recibió escepticismo e indiferencia de sus familiares cercanos… Se necesitaba mucha honestidad y mucho coraje para mostrar hasta qué punto se conjugaba el lenguaje de la violencia en su casa, para mostrar el abismo que existía entre esas idílicas filmaciones familiares y lo que -en verdad- pasaba de puertas adentro. A Esteve evidentemente le sobran arrojo y corazón.

“Si somos mujeres, miramos el pasado a través de nuestras madres”, anotó alguna vez Virginia Woolf, y la frase toma encarnadura en esta cinta que aborda el siempre complejo vínculo materno-filial, históricamente desatendido por el séptimo arte hasta los años '70, más representado localmente en estos últimos años gracias a films como Desmadre, de Sabrina Farji, o Diletante, de Kris Niklison.

Tras un exitoso recorrido por festivales internacionales -desde Ámsterdam, Lima, Trieste y Montevideo, hasta Valladolid, Oporto, La Habana-, distinguido por el DocAviv en Israel y por el Festival Internacional de Cine Documental de Buenos Aires, Silvia puede verse hoy por la plataforma online Puentes de Cine . Varada en Francia por pandemia -viajó para firmar la coproducción de su próximo proyecto y aún no ha podido regresar a la Argentina-, María Silvia Esteve conversa con Las12 sobre esta obra que empezó a trabajar seis meses después de la muerte de su mamá, en carácter de montajista, guionista y directora.

María Silvia Esteve

Una reacción habitual, instintiva cuando se pierde a un ser querido es el miedo a olvidarlo ¿Ese sentimiento tuvo que ver en tu decisión de filmar Silvia? Una película que además de perfilar la historia trágica de tu mamá, es un ensayo sobre la memoria…

- Por un lado, sí, estaba el terror a olvidarme de las pequeñas cosas: sus gestos, el color de su voz, sus formas tan particulares, tan únicas. Pero más miedo me daba que se olvidara lo que ella vivió dentro de nuestra familia. Que la muerte me la hubiera sacado, me generaba una impotencia terrible; pero pensar que su vida era una obra cerrada era asumir que todas esas personas que le habían hecho daño habían triunfado. Y yo no podía vivir con esa idea tan injusta de que se hubieran salido con la suya. Si convertía la historia de mamá en película, si la sacaba de lo privado y la universalizaba, esa luz que habían tratado de apagar iba a seguir encendida. Transformada, distinta, sí, pero encendida.

El film va desnudando un fino entramado de tortuosos mecanismos coercitivos que van coartando las libertades de Silvia: desde seguir una carrera “seria”, “útil”, “segura”, en vez de desarrollar su vocación de concertista, hasta el imperativo de mantenerse bella y joven. Problemáticas aún vigentes, que resuenan en distintas generaciones de mujeres…

- Son pequeños-grandes estigmas culturales que todavía padecemos las mujeres, aunque afortunadamente hoy no los suframos con la misma potencia, con el mismo ímpetu que antes. Cuando proyecté la película en el Festival de Cine Documental de Buenos Aires (FIDBA), fueron varias amigas de mamá, con las que creció, de toda la vida. Una de ellas, Nelly, se acercó y me dijo: “La historia de Silvia también es nuestra historia, todas pasamos por cosas parecidas”. Y me empezó a enumerar relatos de sus compañeras de curso, uno detrás del otro, todos semejantes. Para su generación, me explicaba, realizarte como mujer era ser madre, esa era la máxima aspiración. Y la idea de sacrificio era inherente a esa condición… “Si algo dolía, te tenías que callar; si la pasabas mal, tenías que entender que era el costo de haber logrado lo que supuestamente querías. Pero, en realidad, ninguna de nosotras nos cuestionábamos si era lo que realmente queríamos. Se daba por sentado”, fueron las palabras de Nelly.

Una de las preguntas que plantea el film es hasta qué punto elijen realmente las mujeres que se quedan en matrimonios tóxicos; un argumento que a menudo se usa para revertir la carga de la culpa, del victimario a la víctima.

- Si Silvia tenía o no tenía otra opción, es un tema que hemos discutido mucho con mis hermanas a nivel privado. Yo sinceramente creo que, una vez que se casó con mi papá, el suyo fue un camino de ida, sin más alternativas. Incluso antes, te diría, porque toda su estructura familiar, tan profunda y tan grave, la había llevado a elegir una forma de vida que no le correspondía. Mamá era abogada y politóloga, pintora y concertista: tenía todo para ser feliz, pero esta matriz familiar tan perversa se lo impedía. Una matriz que, a su vez, viene de una matriz social aún mayor y ciertas concepciones perniciosas asociadas al ser mujer, ¿no? La exigencia de belleza, por ejemplo, o la idea de que envejecer es casi un pecado…

Hay una escena al comienzo de la película donde tu mamá, muy joven, dice: “el tiempo todo lo desgasta”…

- Ella le tenía pánico a envejecer, a que se desvaneciera ese atributo que la hacía “valiosa”. Me acuerdo de estar en el ascensor con ella, que se mirase al espejo y comentase: “Qué espanto, qué espanto”. El reflejo le devolvía una imagen terriblemente injusta, que no le pertenecía, que no era la suya. Una imagen que estaba arraigada en preceptos culturales y sociales de larga data, que hacen que no tengamos libertad sobre nuestros propios cuerpos, que distorsionan nuestra percepción sobre nosotras mismas.

En el documental se habla de la difícil infancia de tu mamá por los trastornos psiquiátricos de Leda, tu abuela; también del largo vía crucis que atravesó con tu papá, Carlos, un diplomático con problemas con el alcohol y la depresión. Vas enlazando episodios de violencia doméstica con total honestidad, pero sin apelar nunca al golpe bajo…

- Para mí era importante evitar caer en lo truculento, en descripciones demasiado crudas, porque la película no trata exclusivamente sobre violencia de género. Trata sobre mi mamá, que fue muchísimo más que una víctima. A veces, cuando se tocan estos temas, se dan conclusiones contundentes y facilistas que impiden pensarlos desde un lugar más profundo, de raíz. Por eso me propuse priorizar lo empático y alejarme de cualquier etiqueta, para intentar entender por qué Silvia se queda, cuál es la complejidad psicológica detrás de eso.

Fotograma del documental Silvia

También se muestra la maternidad como una construcción, desarticulando sin subrayar el presunto “instinto maternal”. La maternidad es descarnada en el caso de Leda, amorosa en el caso de Silvia con tus hermanas y vos…

- Lo que quería cuestionar era el costo de ocupar el rol de la maternidad, poner en duda algo que se asume que nos pertenece a todas las mujeres, aunque no sea así. Ni es para todas, ni todas saben cómo ocuparlo. Aunque, para ser franca, me di cuenta de que ese tenía que ser el eje de la película cuando ya había empezado a trabajar el material. Inicialmente, el doc iba a ser sobre los amores frustrados de mi mamá: tenía la historia de Daniel, el joven militante que debió exiliarse en el extranjero durante la dictadura, ese novio que se menciona en el film; tenía la historia de Carlos, mi papá… Pero me faltaba la historia del primer amor, el que sienta las bases de cómo nos vincularemos con el resto de las personas, para bien o para mal. Y esa es, para mí, la historia de una madre con su hija. A Silvia la figura de Leda siempre le dolió muchísimo: el no sentirse querida, el percibir el rechazo por parte de la misma persona que la había traído al mundo. Creo que, por eso, se propuso ser su contracara: la madre cariñosa y compañera que le da libertad a sus hijas para que sean lo que quieran; una camaradería que ella aprendió de Emma, su abuela. Igual, no deja de ser un tema complejo: fijate que muchos años después Leda le pide perdón a Silvia, intenta enmendar algo del daño -irreparable, en su caso- que había causado.

Si compuso una melodía llamada Leda y su dolor, que incluís en el film, ¿es lícito pensar que llegó a perdonarla en vida?

- Ella entendía que la rabia estancaba, que había que soltar las broncas y perdonar para poder avanzar. Quizás porque siempre fue una ferviente creyente: aún cuando dejó de adherir al catolicismo y a la Iglesia, seguía pensando que había algo superior, una forma metafísica, si se quiere. Como te digo esto, también te digo que la música que ella componía venía de una frustración muy profunda de la que le costaba desprenderse: el deseo truncado de haber sido concertista.

¿Dejó muchas composiciones?

- Muchísimas. Le gustaba improvisar y tocaba todos los días el piano, durante horas; podía pasarse la noche entera. Yo la hinchaba para que grabase, quería que mostrara su música, que la sacara al mundo. Algunas las usé en cortometrajes para la facultad. Como Silvia tenía oído absoluto, le tarareabas una melodía o le tirabas un concepto, y ella sacaba un tema enseguida. Eran músicas romántico-dramáticas, yo diría. Se ve que es algo de familia (risas)

Silvia Zabaljáuregui

Atinada entonces la comparación que hacés en el film entre Silvia y Scarlett O’Hara, la protagonista de Lo que el viento se llevó

- Mamá adoraba a Scarlett por su potencia, porque elije por sí misma y, cuando se equivoca, se reinventa. De hecho, el rebelarse, el renegar, el expresar sus insatisfacciones le cuesta, tiene su forma castigo: Rhett la “ubica”, la alecciona. Pero Scarlett no pierde los bríos, empujada no por el amor romántico sino por su tierra, por lo propio. Y cuando se queda sola, no importa: mañana será otro día. Es un personaje que rompe estructuras, sumamente moderno: no encaja en el estereotipo de madre abnegada o de mujer de familia de esa época…

Cada vez que Silvia pidió ayuda, se topó con la indiferencia o el escepticismo de familiares cercanos, que la tachaban de loca, de histérica, de exagerada. Otra forma de descalificación históricamente instalada.

- Me acuerdo de una comida en casa, con mi abuelo; yo tendría unos 14 años… Papá le peleaba a mamá, y mi hermana mayor trataba de separarlos. Mientras, yo le explicaba a mi abuelo que la situación era insostenible, que Silvia no era independiente económicamente y necesitaba de su ayuda para separarse. ¿Sabés qué respuesta me dio? “Silvia tiene que respetar al hombre que trae la comida a la mesa”. Fue una charla que tuvimos muchísimas veces: “Vos ves lo que está pasando, esto no está bien, nosotras no podemos más…”, y que él hiciera oídos sordos. Ante sus ojos, mamá era una loca que tenía que aprender a callarse. Porque el gran problema era que mamá no se callaba, se resistía a las formas de violencia que sucedían en casa. Y en ese resistir, estaba incumpliendo su rol como mujer y madre, para mi abuelo. Era más fácil echarle la culpa a su hija y mirar para otro lado que asumir su propia culpa, hacerse responsable por haberla empujado a la boca del lobo.

Como si de un rompecabezas se tratase, las piezas que van armando la figura de Silvia son tus diálogos en off con tus hermanas, Gusi y Mona. A veces incurren en pequeñas diferencias o entredichos, se completan o se corrigen, poniendo en evidencia que los recuerdos son una materia viva, antojadiza, esquiva.

- Una forma de entender cómo fue mi mamá es conocer el vínculo que tenemos las hermanas, cómo es nuestra mecánica. Hay algo muy fresco, muy sincero entre las tres, y que seamos tan unidas se lo debemos a Silvia. Me gustaba pensar la película como una puertita de entrada a la intimidad de una familia que, a diferencia de lo que sucede habitualmente, recibe visitas precisamente cuando se habla de lo que duele. Que mi hermana me corrija en ciertos momentos, sin tomar dimensión de la gravedad de lo que está contando, es una forma de mostrar cómo vivimos nosotras esos años. En tanto intento por reconstruir la memoria de alguien que ya no está, era probable que yo fuera a fallar; después de todo, ninguna de las versiones que tenía en la cabeza eran verdades absolutas. Al ponerlo en evidencia, estoy hablando de la imposibilidad de completar el rompecabezas, porque la memoria es fluctuante, cambiante, caprichosa; está íntimamente ligada a cómo amó y a cómo lo vivió cada una.

Imagen del documental Silvia

No diferenciar sus voces, ¿pretende acentuar que cualquier aproximación es parcial, fragmentaria?

- En los dos años y medio que estuve haciendo Silvia, muchas personas me sugirieron que diferenciara las voces, pero para mí no era necesario. Después de todo, las tres somos parte de una misma voz. Y el no poder dilucidar quién es quién se presta a la misma confusión que yo sentía tratando de comprender la historia de mi mamá. Hay que confiar en la inteligencia y la sensibilidad del espectador, no todos necesitan que les sirvan las cosas en bandeja de plata. Todo lo que se necesitaba para comprender, está en la película… aunque sean pequeños indicios, subcapas de sentido. Y que cada cual elija dónde pone el acento, con qué se queda, qué decide priorizar.

¿Creés que Silvia llegó a sentirse realizada como pintora? He visto que expuso en muestras colectivas en diferentes ocasiones…

- Soy consciente de lo mucho que le costó hallarse en una técnica, en una forma estética donde estuviera cómoda. Tuvo un trayecto muy rico a lo largo de los años, explorando lo figurativo de distintas maneras para llegar a lo abstracto. Encontró mucha sanación y cordura en las artes plásticas, su manera de exorcizar pequeños demonios que la movían de su eje. Diría que, en todo caso, esa realización fue un poco a medias, porque dio con una forma, pero murió cuando empezó a tener impulso, a vender sus obras. Con mis hermanas, cuando estemos un poquito más armadas, estamos pensando en organizar una muestra para exhibir sus obras, que ahora están en un depósito y en nuestras casas.

Algunos de sus cuadros salen en la película: el retrato de una niña, un ramillete de flores…

- Son obras que hizo cuando recién empezaba a pintar, en Guatemala, al quedar embarazada de Alejandra (Gusi), la mayor. De hecho, ese retrato que mencionás lo hizo teniéndola en el vientre, imaginándose cómo iba a ser. Te diré que es bastante parecida, solo le pifió con los ojos azules (risas)… Después trabajó mucho con figura humana, probó con flores -las hacía gordas, portentosas, bien corpulentas-… En fin, un camino largo para apropiarse de la forma y después romperla, ir de lleno en lo abstracto, con obras de gran tamaño, paredes enteras…

5 Mujeres hablando a destiempo. Cuadro de Silvia Zabaljáuregui

Con evidente conocimiento de las artes visuales, has hecho una auténtica obra de orfebrería a partir del material de archivo: filmaciones caseras, en VHS, que intervenís hasta el paroxismo, acercando planos, jugando con el color, la velocidad, la superposición, llevándolas a veces a la abstracción…

- Quería que el material tuviera cierta reminiscencia al viejo cine mudo, donde se trabajaban tanto las sobreimpresiones. Tampoco quería quedarme con una imagen dada sino resignificar esas grabaciones familiares, convertirlas en algo más. En una pintura viva, si se quiere, trasladada a un frame a partir de los VHS. Tanto en lo visual como en el diseño de sonido, trabajé la película como si fuera una cebolla de muchas capas: para llegar al centro del asunto, al núcleo, hace falta llorar. Y sí que me llevó tiempo: hay planos que tienen alrededor de 40 capas de video, son breves pero les dediqué días enteros. Lo mismo con el sonido: más de 40 capas en ciertos momentos, ¡la pesadilla de cualquier sonidista! Todo en pos de generar una respuesta muy específica a nivel físico, emocional. No hay ningún detalle librado al azar: cada cosa está pensada y tiene una intención. Mi premisa era no hacer nada por capricho. Si yo no lo podía sostener, justificar en la totalidad de la obra, tenía que irse. La verdad que el retrabajar y retrabajar las imágenes fue laborioso, pero a la vez es algo que disfruto mucho de hacer como montajista.

Imagen del documental Silvia

De hecho, has sido profesora de Montaje de la carrera Diseño de Imagen de Sonido, en la FADU.

- Sí, Montaje II, en la cátedra de Adrián Szmukler, un apasionado del cine como pocos, del que aprendí mucho sobre construir sentido, trabajar en capas, laburar los indicios… Como docente, lo lindo es ayudar a que el otro encuentre su manera de comunicar, sin imprimir mi propia subjetividad, dándole herramientas para que potencie su voz. Lo más importante de un buen montajista es el altruismo. Lo que también intento no perder de vista es que, al final del día, el cine es un lenguaje que hay que replantear, reformular, cuestionar, no encasillarlo como muchas veces sucede. Presentando Silvia en el IDFA (International Documentary Film Festival Amsterdam), donde fue seleccionada, tuve la suerte de conocer al director iraní Mohsen Makhmalbaf. Él cuenta que siempre iba armado, con sus ideas y su artillería, hasta que vio su primera película: tenía 21 años y entonces entendió que había estado equivocado todo ese tiempo, que el arma más poderosa era el cine. Leyó cientos de libros para armar 200 reglas sobre cómo hacer películas, y cada una de sus cintas es completamente diferente a la otra, constantemente está generando nuevos lenguajes. Encima, es la persona más humilde que haya conocido jamás. No estaba haciendo lobby: estaba en un rincón con su esposa tomando su vinito, comiendo sus croquetas fritas… Comunicar algo que te permita hablar de la condición humana y conectar con otras personas es una oportunidad única que dan las artes, y eso conlleva una responsabilidad.

Aunque Silvia es tu ópera prima, tenés otros trabajos que permanecen aún en tu disco duro…

- Sí, dos películas en el tintero: Adioses trata sobre historias de mi familia, la abandoné porque no la sentía sincera. Y Los eternamente amantes es una ficción sobre la pérdida: el ascenso a un mundo de ensueño de mi personaje, que está muriendo de tristeza. La hice hace 10 años, cuando recién empezaba a estudiar Diseño de Imagen y Sonido y era una romántica sin remedio. En ese momento, estaba leyendo La divina comedia y tantísima poesía. El problema cuando una arranca es que, por ansiedad, te casás con tus primeras y segundas ideas; en esos proyectos están todos mis caprichos. De todas formas me sirvieron como ejercicios para probar distintos modos de contar, de estructurar, de jugar con la estética. También tengo algún que otro corto que moví por festivales, pero poco más. Y trabajé muchísimo tiempo en televisión, más de diez años, haciendo promos, donde tenés 30, 40 segundos para generar una emoción. Las atmósferas -de densidad, de opresión- que trabajé en Silvia pude lograrlas gracias a ese entrenamiento…

¿Tus hermanas también se volcaron a alguna rama del arte?

- Gusi es arquitecta. También pinta hiperrealismo en óleo -vendió su primer cuadro a los 15 años-, escribe, hace escultura en madera. Es una artista de una ductilidad impresionante. Pero, así como mi madre, tampoco cree ser suficientemente buena y no lo saca al mundo. Como sabe herrería, ahora está haciendo muebles; empezó su emprendimiento en la cuarentena. Menudita como se la ve, refaccionó su casa sola, es un torbellino. La más chica, Mona, es abogada y periodista deportiva; consume arte desde un lugar no académico y es muy sincera con lo que mira; tiene una sensibilidad muy especial.

El material de archivo de Silvia va dese la boda de tus viejos hasta tu adolescencia, luego corta abruptamente…

- No hay más material después de ese acto de colegio, que es mi paso al secundario. Ni VHS ni fotos, no hay registros de ninguna índole. El final de la película es el corte final del material casero. En cierto modo, Silvia es un ir hacia atrás para comprender por qué se abandonan las grabaciones. En un principio, Carlos –embelesado con la imagen de mi madre- la filma constantemente, casi obsesivamente; pero poco a poco mamá le va huyendo a la cámara y él menos la va filmando.

Esteve y Zabaljáuregui en Silvia

En el cine, como en la ópera, hay que dominar la técnica para alcanzar la emoción, has mencionado en alguna oportunidad.

- Durante mucho tiempo estudié canto lírico, y mi profesora remachaba ese tire y afloje tan delicado entre la técnica y la emoción. La cuestión es encontrar ese punto medio donde una sea sincera con lo que comunica apelando a lo más profundo de sí, pero sin relegar jamás el instrumento, que es el cuerpo. Con Silvia fue así: cada día me sentaba frente a la computadora, lloraba el tiempo que necesitaba, respiraba profundo, ¡y a montar! Analizando, durante el proceso, mis resistencias: ¿esto no lo quiero poner por algo personal o porque no funciona dentro de la estructura?, ¿esto lo corto por qué motivo? Ante todo, quería ser honesta.

Respecto al diseño sonoro, incluís composiciones clásicas como la Sinfonía n° 4 de Bruckner, la Sinfonía n° 1 de Mahler, también La valse de Ravel; piezas sumamente climáticas pero no tan conocidas ¿Cómo las elegís?

- Durante un año, saqué el abono joven del Colón, iba una o dos veces por semana a ver la ópera o la sinfónica. Quería hacer Silvia, pero todavía no encontraba el modo de abordar el material, necesitaba dar con una forma distinta. Y me pareció que pensar a partir de la música cómo contar la historia de mi mamá era la manera más justa. Cuando escuché esta pieza de Bruckner, sentí adrenalina. Desde el vamos tuve claro que iba a ser el inicio y el final de mi película, porque los violines representan el aleteo de los ángeles, el ascenso de un alma a los cielos… Quería también incluir la pieza orquestal Pompa y circunstancia porque mamá -que entró a la iglesia con ese tema- decía que bien representaba lo que sería su matrimonio: una pompa, pura apariencia, que nada tenía que ver con lo que pasaba de puertas adentro. Pero a nivel montaje, no me funcionaba; no tenía esa cosa grandilocuente, dulzona al borde de lo meloso, con una pizca de ligereza, que yo buscaba. Tuve que descartarla, pero apareció La valse, que cumplía la misma función conceptual y, a la vez, tenía los ingredientes que yo necesitaba para armar estas grandes secuencias. Al fin de cuentas, me guiaba el propósito de armar una suerte de Lo que el viento se llevó sobre Silvia. Muy humilde, argentina… y a partir de VHS.

María Silvia Esteve

Ha pasado un tiempo y la película ya ha hecho su recorrido, ¿has podido tomar distancia siendo, como es, un relato tan personal, tan íntimo?

- Volví a verla hace un mes y fue la primera vez que pude pensar si era una película con la que yo simpatizaría como espectadora, analizando el guión, la estructura, los recursos formales… Al estar tan sumergida durante el proceso, no sabía realmente si estaba haciendo algo “bueno”. Pero no diría que pude tomar distancia, no, solo que ha ido variando la forma de aproximarme a la película. Lo que pasa es que el film refleja también mi luto por la pérdida de mamá: cerrarla fue aceptar que había fallecido y, después, irme despidiendo… Me sigue costando verla porque es repasar de una forma muy clara y muy expuesta algo que todavía duele mucho, una herida abierta.

Ahora mismo estás en Francia…

- Quedé varada: vine a firmar la coproducción francesa para mi segunda película, Mailin, y recién ahora logré reprogramar el pasaje de Iberia. Al principio lo viví con una gran angustia; estar lejos de mi familia justo en estos momentos… Pero falta menos, el vuelo sería en septiembre.

Mailin, tu próximo proyecto, trata sobre Mailin Gobbo, que fue abusada por el cura de su escuela desde niña, durante 15 años. Según has adelantado, la película busca reflejar el proceso de reconstrucción de la memoria de un evento traumático ¿En qué instancia está?

- Ahora mismo, en instancia de desarrollo, estoy trabajando la escritura del guión. De igual manera, vengo filmando hace casi tres años, atendiendo especialmente al vínculo con Mailin. Quería tomarme tiempo para conocerla bien; conocer su entorno, su relación con su hija, con su propia madre… Aprender, además, cuáles eran los lugares sensibles donde no había que hurgar. Que ella confiara en mí era un gran regalo que yo necesitaba cuidar. Mi intención no es abordar el abuso y el juicio que está viniendo; me pareció importante desarraigar el relato del lugar del abuso para que realmente se la atienda a Mailin como mujer. Y hablar de ella como persona, de esa nena que quedó trunca en el camino, de cómo se reconstruye una vida cuando, de una manera u otra, lo que duele, lo que pesa, lo que pasó, siempre está presente… El film también trabaja sobre el cuerpo femenino como no-pertenencia, porque abrirse y denunciar públicamente tiene un costo enorme. Estas mujeres ganan una voz, sí, pero a la vez pierden parte de esa voz por las exigencias que se les impone a nivel social: pierden la posibilidad de ser ellas mismas, vuelven a perder el poder de decisión sobre sus propios cuerpos ante el imperativo de que sean mujeres perfectas, madres perfectas, que no gocen de su propia sexualidad. Si no, la gente las señala… Es terrible que sea así.

Has declarado que, en lo formal, la peli tendrá un costado experimental fuerte.

 

- Yo la pienso como un gran collage, donde convive archivo, filmaciones caseras de celular, fotos… Incluso van a haber animaciones con recortes, por cut-out, a partir de dibujos hechos por ella y su hija. El acento está puesto en la forma para que sea una vivencia y así generar una forma de empatía. Estoy experimentando mucho con el material, probando distintos ejercicios con Mailin… Por suerte, Laura Mara Tablón, que es mi productora, me da vía libre (risas), confía.